Rumun Rankül es el primer libro bilingüe, en ranquel y en español, editado en la provincia de La Pampa. Fue presentado en la última feria de libro provincial y contiene casi medio centenar de relatos —breves, reales, algunos bajo la forma de canciones— escritos por Javier Villalba, músico cantautor y docente pampeano.
Desde la teoría o crítica literaria se intenta comprender cómo funciona una obra de arte, tanto en obra en sí como en relación con otras producciones y, además, de la interacción con el contexto, de su tracción respecto a la realidad. En ese sentido, así como hay una biblioteca de libros de diferentes autores y autoras, también hay otra serie de textos con las interpretaciones. Esta vinculación entre composición poética y actividad reflexiva la abona Gottfried Benn en Problemas de la lírica (1951) cuando plantea: “Una poesía nueva significa para el autor, cada vez, domar a un león y para el crítico mirar en los ojos a un león”.
El territorio que abarca nuestra provincia esconde misterios que cada tanto afloran con fuerza, movilizando la curiosidad y el asombro de los propios pampeanos. Personas y personajes, hechos que influyeron y decidieron la historia, fechas, lugares, sueños y frustraciones, que pueblan nuestra geografía, suelen ser rescatados desde el anonimato por el arte de quienes sienten profundamente la necesidad de conocer más esta tierra y su gente.
Se torna imperioso e ineludible que el Estado, el nacional y el provincial, responda por sus perjuicios y los haga visibles. Existen razones políticas, ideológicas y éticas para que lo haga. Acaso como una manera de reparación y prevención hacia el futuro, pero al mismo tiempo para redimir las prácticas genocidas que el mismo Estado argentino protagonizó o consintió a lo largo de su historia desde los albores de la organización nacional en que la dialéctica de civilización o barbarie ganó el escenario de América.
Los genocidios llevados a cabo en nombre de la causa "civilizadora" durante el siglo XIX y a los que se hizo referencia en la primera entrega, tuvieron su correlato más tarde en las "éticas" y en el discurso que los artífices del terrorismo de Estado de la última dictadura militar (1976-1983) han esgrimido a lo largo de los procesos judiciales desarrollados en el último lustro con la pretensión de justificar su accionar. Argumentos que, singularmente, se apoyan en anteriores elaboraciones justificativas sobre la puesta en práctica y necesidad de implementar la industria de la muerte.
En 1878, durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, se inició la denominada "Campaña al Desierto", bajo el mando del entonces ministro de Guerra Julio A. Roca. El Estado Argentino iniciaba la extensión de las fronteras, con el avance sobre los territorios de pueblos indígenas, apropiándose de ellos y provocando la desarticulación y desmembramiento de aquel mundo cultural. La condición necesaria para el plan era la apropiación, efectiva y definitiva, de la tierra que daba sustento a las primeras naciones desde el fondo milenario de la historia americana.
Las fuentes escritas durante el siglo XIX por militares, viajeros, cautivos[1] sobre las sociedades indígenas de la región pampeana y nordpatagónica han privilegiado la descripción de los guerreros -varones adultos en condiciones de tomar las armas- y han minimizado el rol de la chusma -todos aquellos individuos desarmados y sin poder: principalmente mujeres, niños y viejos-. Esta actitud no ha sido casual en un período de alta conflictividad inter-étnica -enfrentamiento entre indígenas y blancos- donde el objetivo perseguido por la sociedad blanca fue la eliminación de aquellos que consideraban "salvajes" y que representaban un obstáculo al "progreso" de las Provincias Unidas del Río de La Plata. La política oficial apuntó entonces a mermar la base población de los grupos indígenas matando a los guerreros en los enfrentamientos, pero también buscó paralelamente disminuir esta densidad demográfica eliminando físicamente niños, jóvenes y mujeres en edad de procrear o también tomando niños/as y jóvenes para entregarlos como sirvientes a funcionarios y oficiales que actuaban en la frontera.
La imposición del nombre o güi ocurría aproximadamente a los cuatro años, una vez que los niños habían aprendido bien a caminar solos. En este momento tenía lugar un rito de iniciación que algunos autores denominan ceremonia de horadación de las orejas de niños y niñas, con un punzón de hueso. Este rito marcaría el paso a la segunda etapa: la de adiestramiento.
La iniciativa de la Asociación Pampeana de Escritores, de realizar charlas sobre nuestra historia regional durante setiembre*, nos permitió ejercer dos principios básicos para transitar esta grave situación como región, como país, como comunidad: la solidaridad y la memoria para con el pueblo ranquel, que debió experimentar la suprema tensión de enfrentar la propia desintegración de su cultura y también la disolución de su historia.
La Nación Mamülche es la habitante desde los tiempos inmemoriales de lo que hoy es el centro de Argentina. Comprendía al oeste de Buenos Aires, sur de Santa Fe, Córdoba, San Luis, Mendoza. Al este el Atlántico; al sur la Nación Wiliche; al oeste hasta el pacífico, la Nación Pehuenche.