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HISTORIA

La imposición del nombre o güi ocurría aproximadamente a los cuatro años, una vez que los niños habían aprendido bien a caminar solos.  En este momento tenía lugar un rito de iniciación que algunos autores denominan ceremonia de horadación de las orejas de niños y niñas, con un punzón de hueso. Este rito marcaría el paso a la segunda etapa: la de adiestramiento.

Publicada en setiembre de 2000

Es aquí donde se intensifica el aprendizaje y donde comienzan a hacerse visibles las diferencias enculturativas propias de cada sexo y se establecen las relaciones de género -relaciones entre varones y mujeres- propias de estas sociedades. En el caso de los varones duraba diez o doce años y en el caso de las mujeres terminaba a los trece o quince años, cuándo se producía la primera menstruación.

Anteriormente ya mencionamos los beneficios que aportaban los hijos/as en estas sociedades y la necesidad de acelerar el proceso de madurez en un contexto de conflictividad, no sólo con los cristianos sino también con otros grupos indígenas que como en el caso de los araucanos comenzaron a migrar hacia las pampas para establecerse, generando luchas inter-tribales -entre grupos indígenas- por el control de los recursos necesarios para vivir.

El proceso enculturativo incluía la enseñanza de determinados saberes que se transmitían por igual a ambos sexos. Uno de ellos era la equitación ya que desde muy pequeños eran paseados en caballo por su padre e instados a montar solos en poco tiempo, encaramándose con mucho esfuerzo por su corta estatura sobre el lomo de los caballos.

Al llegar a la adultez los varones cabalgaban siempre solos, mientras que las mujeres podían hacerlo de a dos. A los seis o siete años los varones ya eran diestros jinetes y realizaban algunas tareas en compañías de las mujeres: cuidar ganado, ayudar en la preparación de alimentos, transportar en cueros basura sacada de los toldos durante las tareas de limpieza.  Si bien estas actividades se hacían en inmediaciones del toldo y bajo control de mayores demandaba un esfuerzo poco común en niños de tan corta edad.

A los diez o doce años ya realizaban actividades lejos de los espacios domésticos como: cuidar o arrear animales en territorios hostiles, actuar como emisarios o chasques, acampanar partidas que cruzaban la frontera para comerciar, o las comitivas que iban a parlamentar con cristianos o con otros grupos indígenas, de este modo hacían sus primeras experiencias de contacto inter-étnico o inter-tribal. El riesgo iba en aumento con un aprendizaje acelerado, que también se daba en el manejo del instrumental y la tecnología -manejo del lazo, las boleadoras, el cuchillo, la lanza- que desde niños aprendían a manipular. Para ser guerreros también era importante formarse en otros dos aspectos muy importantes para sociedades ágrafas -sociedades que no poseen escritura-. Primero, un buen manejo de la información y una adecuada transmisión por vía oral, sobre todo en aquellos en quienes recaía la responsabilidad de dirigir al grupo. En segundo lugar el conocimiento preciso del territorio y sus recursos, las identidades de otros grupos y las redes de alianzas que incluía al propio grupo. Desde niños se les transmitía la historia de sus ancestros, la forma rápida de hacer cálculos, el conocimiento de su territorio y recursos, las características de otros grupos indígenas y de los blancos. A veces esta enseñanza era completada con el envió de los futuros jefes a territorios de parientes o aliados lejanos para que completen sus conocimientos.

A los doce años ambos sexos se cortaban el cabello de una manera determinada, anunciando su nueva condición dentro del grupo. A partir de la primera menstruación las jóvenes se transformaban en "personas de importancia", es decir que estaban aptas para tomar a su cargo una gran cantidad de tareas y procrear. Durante la juventud las jóvenes solteras tenían amplia libertad sexual, relacionándose con quienes quisieran sin ser criticadas. Su nuevo estado y la disponibilidad para poder casarse era transmitida al grupo por medio de una ceremonia especial. Las niñas desde temprano habían sido entrenadas en las tareas domésticas limpieza del toldo, preparación de alimentos, recolección de leña, hilado y tejido, bajo la mirada de sus madres, pero sin ser obligadas a ello.

Las mujeres además de las tareas domésticas y la crianza de los hijos también participaban en la recolección de vegetales, en las tareas hortícola-agrícolas, acompañando a los hombres en la realización de los malones[1], como mensajeras, mediadoras, intérpretes; es decir que no se limitaban al ámbito estrictamente doméstico.

Todas las instrucciones y enseñanzas para los jóvenes de ambos sexos tenían por objetivo resaltar su identidad étnica y formar individuos capaces de valerse por sí mismos, conscientes de sus roles, seguros y sin temores en especial hacia quienes buscaban someterlos: los cristianos.

* Mirta Zink y Daniel Villar son docentes de la Facultad de Ciencias Humanas (UNLPam). Zink integra el Instituto lnterdisciplinario de Estudios de la Mujer. Villar es también profesor y actualmente decano del Departamento de Humanidades, UNSur.
Este artículo es una síntesis del trabajo de investigación realizado por la profesora Mirta Zink y el licenciado Daniel Villar, publicado en la revista La Ayaba, segunda época, Vol. III, Universidad Nacional del Comahue, 1998. El mismo forma parte del proyecto de investigación Contribución a la historia de las sociedades indígenas de la región pampeana (siglos XVIII-XX), acreditado en las U.N. del Sur y en la U.N. de La Pampa.

 [1] Incursiones que realizaban los indígenas sobre territorio cristiano para obtener básicamente ganado.  Las mujeres ayudaban cuidando la caballada de reserva o arreando el ganado robado cuando los hombres debían enfrentarse con los soldados que los perseguían.

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