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GENOCIDIOS - Nota 1

Se torna imperioso e ineludible que el Estado, el nacional y el provincial, responda por sus perjuicios y los haga visibles. Existen razones políticas, ideológicas y éticas para que lo haga. Acaso como una manera de reparación y prevención hacia el futuro, pero al mismo tiempo para redimir las prácticas genocidas que el mismo Estado argentino protagonizó o consintió a lo largo de su historia desde los albores de la organización nacional en que la dialéctica de civilización o barbarie ganó el escenario de América.

Publicada en setiembre de 2012 

Exterminio del Paraguay

Esta dialéctica constituyó el basamento de la invasión al pueblo paraguayo bajo la errónea denominación de “Guerra del Paraguay". El país hermano fue la gran víctima: antes del inicio de la invasión su población era de 1.300.000 personas; al final del conflicto, sólo sobrevivían unas 200 mil personas y de éstas, únicamente 28 mil eran hombres, la mayoría de los cuales eran niños, ancianos y extranjeros.

Un preclaro hombre de nuestra historia, Juan Bautista Alberdi, ya anticipaba las verdaderas razones de la guerra: “Para gobernar a la República Argentina vencida, sometida, enemiga -sostenía Alberdi-, la alianza del Brasil era una parte esencial de la organización Mitre-Sarmiento; para dar a esa alianza de gobierno interior un pretexto internacional, la guerra al Estado Oriental y al Paraguay, viene a ser una necesidad de política interior; para justificar una guerra al mejor gobierno que haya tenido el Paraguay, era necesario encontrar abominables y monstruosos esos dos gobiernos; y López y Berro han sido víctimas de la lógica del crimen de sus adversarios”.

El mismo Domingo Faustino Sarmiento confirma las razones de esta necesidad en su extenso epistolario con Mitre o, cuando en 1869, escribe a Mary, la esposa del abogado y pedagogo norteamericano Horace Mann: “No crea que soy cruel. Es providencial que un tirano haya hecho morir a ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana”.

Para el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman, el moderno asesinato en masa se distingue por la ausencia de toda espontaneidad y por la incidencia de la planificación racional y calculada. Se caracteriza por la casi completa eliminación de la contingencia y de la casualidad y por su autonomía frente a las emociones grupales y los motivos personales.

El genocidio moderno tiene un objetivo claro. Librarse del adversario ya no es un fin en sí mismo. Es el medio para conseguir el fin, un paso que hay que dar si se quiere llegar al final del camino que es, esencialmente, una grandiosa visión de una sociedad mejor y radicalmente diferente. El genocidio moderno es un ejercicio de ingeniería social, pensado para producir un orden social que se ajuste al modelo de la sociedad perfecta.

Fronteras adentro

Por si no bastaren razones para la excusación del Estado argentino ante su propio pasado, valgan las consecuencias del genocidio aborigen a través de las mal denominadas “campañas al desierto” que reconocen las mismas razones ideológicas, económicas y políticas.

El propio Julio Argentino Roca escribirá: “La ola de bárbaros que ha inundado por espacio de siglos las fértiles llanuras ha sido por fin destruida”. Este anuncio (oportunamente exhumado por Osvaldo Bayer) se explicitará luego ante el Congreso nacional insistiendo en que “el éxito más brillante acaba de coronar esta expedición, dejando así libres para siempre del dominio del indio esos vastísimos territorios que se presentan ahora llenos de deslumbradoras promesas al inmigrante y al capital extranjero”. La información no tardará en replicarse en Gran Bretaña que saluda el resultado de la campaña exterminadora que, entre otras consecuencias, depositó en un pequeño grupo de familias e intereses extranjeros el dominio sobre cuarenta millones de hectáreas.

Existe una simetría histórica que nos toca de cerca a los pampeanos y la hallamos en la figura de Napoleón Jerónimo Uriburu Arenales (en cuyo honor se denomina la población homónima), comandante de una de las columnas de exterminio indígena en el Chaco como así también en nuestro territorio antes de extenderse hasta cercanías de Nahuel Huapi.

Decía Uriburu: "(...) Los indios vienen con mucha viruela; los pocos a quienes no les ha dado antes la tienen ahora y les sigue a todos; es una verdadera epidemia entre ellos. Voy a mandarle una remesa de esa gente al cacique Purrán". Y más tarde: "Despachóse al cacique Painé, su mujer y sus hijos, y diez enfermos de viruela, poniéndolos en libertad, para que al mismo tiempo conduzcan una nota que se dirige a Guaiquillán, segundo de Purrán(...)"

Cabe preguntarse qué diferencias conceptuales y metodológicas existen entre Uriburu -también veterano de la incursión al Paraguay-, que inaugura la guerra bacteriológica inoculando el virus de la viruela a cautivos liberados para exterminar a sus tribus, y la práctica de Luis Alves de Lima e Silva, o Duque de Caxia, en la contienda del Paraguay que, con el consentimiento de Bartolomé Mitre, ordena arrojar cadáveres coléricos a las fuentes de agua para contaminar toda la cuenca.

Dice Caxia: "El General Mitre está resignado plenamente y sin reservas a mis órdenes; él hace cuanto yo le ordeno, como ha estado muy de acuerdo conmigo, en todo, aún en cuanto a que los cadáveres se tiren a las aguas del Paraná (...) para llevar consigo el contagio a las poblaciones ribereñas, principalmente a las de Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe que le son opuestas". (Caxias. Informe a Pedro II, (18 de septiembre de 1867 )

Pero quizás la evidencia más notable del proyecto exterminador haya sido el gran genocidio de niños en la batalla de Acosta Ñu, acaecido el 16 de agosto de 1869, donde las tropas de la Triple Alianza mataron a tres mil niños menores de 14 años de edad cuando ya habían sido derrotados y capturados por los aliados.*

Estos y otros genocidios más cercanos en el tiempo a los que nos referiremos en una segunda entrega, se llevaron a cabo en nombre de la causa "civilizadora", que en muchos casos seguimos homenajeando en manuales de historia, edificios públicos y calles de todas las ciudades del país.

(*) Chiavenatto, Julio José. “Genocidio Americáno: A Guerra do Paraguai. Sao Paulo”

Nota 2