Es verdad que el arte es fundamentalmente trabajo, el cual —claro está— exige una buena dosis de creatividad. Esta combinación, sencilla en apariencias, es la que cocina la obra en cualquiera de sus variantes y la que, al fin de cuentas, será disfrutada por el espectador con más o menos satisfacción.
Al comenzar a hablar tanto de la vida como de la obra de este singular personaje conocido bajo el seudónimo de Fray Mocho, es necesario antes situarlas en el contexto en que estas se encuentran enclavadas. Contemporáneo de dos grandes figuras de nuestra historia, como lo fueron el por entonces presidente Bartolomé Mitre y el gran educador Domingo Faustino Sarmiento, en dicha época se vivía en el país la Unificación Argentina, con la poderosa Buenos Aires integrándose al resto de las provincias. La importancia y relación de este marco histórico en la vida artística y profesional de Fray Mocho, es que sienta las bases de un fuerte sentimiento “nacional” durante esos años, sentimiento del que este hombre luego se haría eco, a través de la riqueza de su arte y de su vocación periodística.
El tiempo es veloz. Una veintena de años separan esta actualidad pandémica de aquellos inicios del siglo 21, cuando Argentina se debatía entre las necesidades de un cambio profundo y el abismo institucional, producto de una grave crisis económica, política y social. Aquel tiempo de incertidumbres generalizadas fue contexto para avanzar en algunas ideas que tomaron forma al compás de la experiencia real: los talleres artísticos, la carpa en los barrios, y hasta la Usina como espacio para el trueque entre productores pequeños, artesanales, y consumidores.
El Coral de La Pampa nació en una sala de ensayo, durante una charla informal del por entonces Vocal del Viento, del Coro de Cámara de General Acha. Regresaban de un encuentro en otra provincia y se preguntaron por qué no hacer algo similar en La Pampa. Los sueños están primero. Luego siguieron los planes y la organización. En 2018 concretaron la 16º edición consecutiva.
A fines de junio, en el Centro Municipal de Cultura de Santa Rosa, la artista plástica Marta Arangoa expuso “Mirada Retrospectiva Collagrafías”. Uno de los artistas que la acompañó fue Gustavo Gaggero. También participaron con sus obras Dini Calderón, Rosa Audisio, Luis Abraham, Estela Jorge, Lis Cofré, Paula Rivero, Noemí Fiscella y Laura Beckman. La propuesta a Gaggero fue sencilla: aprovechar la oportunidad para contar sobre la obra de Marta. La respuesta de Gaggero fue la de siempre: “por supuesto”. Lo que sigue es la impresión de una voz autorizada.
Han transcurrido cincuenta años desde que la histórica Peña Cultural “Temple del Diablo” abriera sus puertas en Santa Rosa. El espacio permaneció activo apenas veinte meses, desde el lunes 26 de junio de 1972 hasta el domingo 24 de febrero de 1974, pero protagonizó un intenso y palpitante trajín cultural, marcando un hito en el álgido devenir social y político de la comunidad local y provincial.
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