Al comenzar a hablar tanto de la vida como de la obra de este singular personaje conocido bajo el seudónimo de Fray Mocho, es necesario antes situarlas en el contexto en que estas se encuentran enclavadas. Contemporáneo de dos grandes figuras de nuestra historia, como lo fueron el por entonces presidente Bartolomé Mitre y el gran educador Domingo Faustino Sarmiento, en dicha época se vivía en el país la Unificación Argentina, con la poderosa Buenos Aires integrándose al resto de las provincias. La importancia y relación de este marco histórico en la vida artística y profesional de Fray Mocho, es que sienta las bases de un fuerte sentimiento “nacional” durante esos años, sentimiento del que este hombre luego se haría eco, a través de la riqueza de su arte y de su vocación periodística.
Primeros pasos
José Sixto Álvarez Escalada se llamaba en realidad; nacido de padres criollos en Gualeguaychú, en la provincia de Entre Ríos, allá por el año 1858, de niño cursó sus estudios en el prestigioso Colegio Nacional de Concepción del Uruguay, institución donde luego también realizaría la carrera de Periodismo.
En el año 1879, contando con 21 años, este gaucho entrerriano, con la intención de dedicarse de lleno a esa vocación literaria que lo acompañaba desde niño, se traslada hacia la populosa Buenos Aires, ciudad que por entonces se encontraba en pleno auge de crecimiento y era (pretendía ser, acaso) espejo de las grandes ciudades europeas de entonces.
Por estos años (1885) Álvarez ya explora en las letras, y publica su primer libro “Esmeraldas”, una serie de cuentos con evidente inclinación hacia el género erótico o picaresco (vistos con ojos de hoy). Un libro que, por su temática, no hace prefigurar al escritor que sería luego, pero sí lo inaugura como escritor costumbrista. Seguramente, escribir relatos de tinte erótico en una sociedad conservadora que tenía a Europa por horizonte, es una provocación y una crítica en tono jocoso, de las que luego Álvarez haría su sello. Se desempeña por entonces como Comisario de Investigaciones y Pesquisas en la policía de la incipiente capital, y se inicia como reportero para el diario La Nación, actividades que en conjunto lo destacarían como cronista policial, y le servirían de base para sus siguientes libros, “Galería de ladrones de la Capital” (1887) y, sobre todo, la novela “Memorias de un vigilante” (1897); esta última, donde pondera a la institución policial.
Colabora también en esa época, escribiendo varios artículos y notas, con diarios tales como El Nacional y La Razón, entre otros. Es de destacar en toda la obra de Álvarez la evidente faz periodística que lo acompaña a través de sus creaciones, un verdadero “leit-motiv” que sale al paso del lector en todo relato y crónica, ya por la simplicidad y pragmatismo de su lenguaje al referir las historias, los hechos y los diálogos (muchas veces con tintes humorísticos), ya por la “visualidad” que despliega al narrar y dar vida a imágenes propias de la época, como también al reflejar el habla popular de algunas zonas —tanto del interior como del lunfardo rioplatense—, en clara contraposición al “romanticismo” que imperaba en la cultura de la sociedad capitalina.
La enorme relevancia de las obras de Fray Mocho, que lo sitúan en la cúspide del escritor costumbrista, es que recrea con la belleza de su estilo llano y directo, que pinta con palabras, los cuadros más certeros de la realidad que se vivía por entonces, no solo en la época, sino que hace una declaración (a veces muy pormenorizada) de las características y vicisitudes de la vida en las provincias del interior —como, por ejemplo, en realidades como la de la pobreza— que no era vista por muchos, y menos aún desde los ojos de la opulenta Buenos Aires.
Seudónimo, Caras y Caretas
Sus textos, si bien obras creativas, obedecen siempre a ese perfil anteriormente mencionado, transformándose así también en verdaderas crónicas, pues en todo momento su literatura va de la mano del rasgo periodístico. Tal es así, que en 1897 funda y dirige en Buenos Aires la revista de interés socio-cultural que llevó por nombre “Caras y Caretas”, desde donde Álvarez encontró una enorme libertad creativa y periodística; revista, además, que fue un verdadero suceso cultural y literario, aclamada por numerosas voces (del país, como en algún momento también desde España), y cuya vida y vigencia se contaría por más de 40 años.
Este semanario irrumpe notoriamente en la sociedad contando con la particularidad del equilibrio que supo ofrecer entre humor y periodismo serio, ya que tanto se animaba a la sátira de figuras de la política y del espectáculo (muchas veces a través de las caricaturas), así como también ofrecía novedades sobre la moda, notas sobre cultura, datos de interés general, y, sobre todo, pregonaba las voces de los escritores argentinos en boga en la época, escritores de la talla de José Ingenieros, Horacio Quiroga y Roberto Payró, por citar algunos de los cuales hasta el mismo Álvarez supo escribir sendos artículos.
En líneas generales, la revista era el reflejo de la cultura, la política y la sociedad de la época, vista a través del inconfundible sello del oriundo de Gualeguaychú, con esa sana costumbre de criticar a través del humor. Allí encontró quizá su estilo más claro, el más acorde a su personalidad, y en tal manera fue así, que el mundo del 1900 halló su fiel imagen en las vívidas creaciones, el humor, el arte gráfico y el rigor histórico que salía de su pluma y de su dirección.
Paralelo al ámbito de la revista, Álvarez cierra el siglo XIX habiendo entregado a la imprenta dos libros más, con “Viaje al país de los matreros”, libro de aventuras gauchescas que se van relatando en el devenir de un viaje por el interior del país; y “En el mar austral”, crónica de una experiencia por las tierras del sur, entre Chile y Argentina, donde explora la vida en esas latitudes, desde la particular perspectiva de un viaje a bordo de un barco ballenero.
Respecto a la particularidad de su seudónimo, se conoce que “Mocho” fue un apelativo del ámbito gauchesco que ya desde su Entre Ríos natal lo acompañaba —seguramente por obra de sus amigos de la juventud—; diremos aquí que “mocho” se entiende como algo falto de terminación, sin punta, o mal hecho. Las crónicas refieren que Álvarez tenía un hombro más alto que otro, característica esta que, además de lo estético, le hacía caminar con cierta particularidad; otras fuentes dicen que en realidad era un mote asignado con humor por la forma de su cabeza.
Según se sabe, en 1877 funda una sociedad liberal junto a un grupo jóvenes a la cual bautizan “La Fraternidad”, cuya principal actividad era socorrer a aquellos estudiantes imposibilitados de educarse mediante el sistema de supresión de becas; de ahí que, con el transcurrir de los años, a “Mocho” le agregaría el “Fray”, apócope de la designación medieval “Fraile” (miembro ó hermano de la fraternidad). Si bien es cierto que su notoriedad y su paso a la posteridad fue como Fray Mocho, se le conocieron sin embargo otros seudónimos menores que supo usar de manera circunstancial en notas, artículos o ensayos, anteriores a esta época, tales como Favio Carrizo, Nemesio Machuca, Figarillo, y Gavoche, entre otros.
Un Pionero
La obra y la trascendencia de Fray Mocho no es menor; en ese estilo periodístico de sus invenciones, en el mencionado enorme suceso de su revista “Caras y Caretas”, en ese perfil de historiador y pregonero de la vida de la gente de pueblo, Fray Mocho deja las bases como para ser considerado como el primer escritor profesional del país, un verdadero pionero del periodismo argentino. En sus propias palabras: “hay que echar el alma en la mesa de redacción”, diría refiriéndose con toda certeza al espíritu que le animaba en sus relatos y su quehacer periodístico.
En 1903, a la temprana edad de 44 años, y apenas unos días antes de cumplir los 45, Fray Mocho fallece en Buenos Aires como consecuencia de una enfermedad que venía arrastrando hacía ya varios años. Fiel a su brújula interna, hasta en sus últimas palabras, tendido en el lecho, es capaz de dejarnos una imagen de su vida, su sentir y su estilo literario, al manifestar a su esposa: “Yo soy como el Ñandubay de nuestra tierra. No me entra el hacha así nomás… muero peleando”.
* Alberto Di Francisco es ilustrador e integrante del equipo de Prensa de la CPE.
En 2022 publicó el libro de relatos breves "Los juegos".