Corría el año 1931 y un nutrido grupo humano se encaminaba desde La Pampa rumbo al noreste de la Argentina iniciando una sangría poblacional que se prolongó por lustros y privó al por entonces Territorio Nacional de La Pampa Central de laboriosos productores que se fueron buscando un futuro mejor para sí y para los suyos.
Publicada en junio de 2005
Con el fin de rastrear las causas inmediatas de tal desplazamiento nos situaremos en el año 1928 en que la región sufría una de sus habituales sequías. Los fletes habían subido el 29%; el precio del trigo se había reducido a la mitad, lo que no era poca cosa para quienes en su amplia mayoría eran arrendatarios, muchos de ellos habían sido desalojados y con sus familias y herramientas de labor se hallaban en caminos vecinales o deambulando de una colonia a otra.
Esa era la situación de los rusoalemanes que habían sufrido las sequías de los años 1927, 1928 y 1929. Al fracaso de las cosechas se sumaba el avance de la erosión, un flagelo que haría estragos en la década siguiente.
Quienes en el Chaco querían expandir la frontera agropecuaria y requerían cultivadores en número importante no podían haber encontrado momento más oportuno y colectividad más necesitada.
Así, una comisión integrada por algunos agricultores a quienes acompañaba el sacerdote Juan Holzer visitó el noreste de la Argentina, entrevistó a autoridades y obtuvo 125.000 hectáreas en territorio chaqueño. En varios pueblos y colonias pampeanas se formaron diversas comisiones y subcomisiones para informar a los potenciales migrantes y para ultimar los preparativos.
Para mayo de 1931 se tuvo la certeza de la inminencia de la partida. El 11 de ese mes llegó a Toay la noticia de que se alistaban varias formaciones ferroviarias para transportar a los agricultores y sus pertenencias.
Fueron 320 familias las que en Toay y en Carhué ascendieron a los trenes, cada una de las cuales estaba constituida por dos o más grupos, ya que iban también los hijos casados, totalizando unas 2300 personas que llevaban 5000 yeguarizos, 500 carros, 400 arados, 300 rastras y más de 200 implementos agrícolas de distinto tipo.
El primer convoy partió de Toay el 13 de mayo de 1931 y llegó a Sáenz Peña cuatro días después. Allí los esperaba un personaje novelesco con uniforme de cosaco que había luchado en Rusia contra la revolución de octubre de 1917 y que junto a otros veinte hombres de su reducida hueste había sido contratado por el Ministerio de Agricultura para localizar los mojones delimitantes de las 100 hectáreas que cada familia recibiría y facilitar el traslado al lugar de asentamiento previsto.
En 1935 nació la Cooperativa Agrícola Castelli, cuya fundación fue planeada en 1932.
Institución sin fines de lucro destinada a acompañar todas las vicisitudes de la colonia hasta convertirse en el verdadero sostén de la comercialización de la producción y en modelo y ejemplo para el cooperativismo agrícola del norte al constituirse, dentro de la Unión de Cooperativas Agrícolas algodoneras, en una de las más importantes.
No fue casual que en el Chaco alcanzara un desarrollo tan significativo el régimen cooperativo impulsado por inmigrantes de distintas nacionalidades. La unión era el único recurso f rente a un medio que se presentaba sumamente difícil. Las necesidades comunes y los problemas que soportaban sin excepción, impulsaban a la solidaridad. El cooperativismo demostró que era necesario que todos pensaran en todos y en cada uno y que el hombre, como ser sociable que es, se una para vencer en sociedad, todo lo que individualmente lo aniquilaría. Todo lo enfrentaron con tesón y sacrificio aquellos sufridos trabajadores del agro que se habían iniciado en La Pampa y en la provincia de Buenos Aires con el trigo y continuado en el Chaco con el algodón, sin solución de continuidad y sin la menor preparación para enfrentar una situación nueva en clima y cultivos.
Como un acicate impulsaba a la integración la caída que se operaba no pocas veces en los precios del algodón y a niveles que significaban el desastre para los colonos.
Durante todo el resto de la década del 30 y aún de la siguiente, continuaron llegando al Chaco agricultores de origen rusoalemán procedentes de La Pampa y que lo hacían por sus propios medios en sus chatas rusas.
Familias prolíferas como son las de ese grupo étnico y sabiendo que los hijos y los nietos de los que partieron en 1931 tienen los mismos lotes otorgados entonces, no cuesta mucho imaginar la magnitud del crecimiento vegetativo y el enorme desgranamiento poblacional que debió producirse con el transcurso de los años, no solo en nuestro por entonces territorio nacional, sin autonomía de gestión suficiente como para poder revertir esa situación, sino también en el Chaco. Esto se observa claramente en los numerosos grupos que desde allí siguieron su migrar hacia Santa Fe, hacia Formosa y hacia otros destinos. Los hubo también que regresaron a La Pampa.
Quien haya observado la dura realidad de los colonos de Castelli y La Florida no podrá menos que asignar crédito a los testimonios que brindan los descendientes de quienes un lejano día de 1931 partieron rumbo al norte de la Argentina buscando un futuro mejor sin lograrlo.
* Francisco Milton Rulli. Historiador, fallecido en 2010.