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PRIMER PAMPEANO DESTACADO EN EL AMBIENTE MUSICAL NACIONAL

En la generación de músicos pampeanos de los años 20 del siglo pasado, el nombre de Argentino Valle (1901-1966) fue sin dudas el que alcanzó mayor notoriedad y, a partir de la década siguiente, tuvo lugar su consagración artística en la ciudad de Buenos Aires[1]. Se inclinó en última instancia por el género folklórico, pero fue un músico que abordó un amplio espectro de expresiones musicales, sustentado en su formación académica y su temprana incursión en los repertorios populares en boga.

La animación musical de películas mudas y la interpretación al piano de diversos tipos de obras en los entreactos del cine/teatro/confitería “Florida” de Santa Rosa —que abrió sus puertas frente a la plaza principal en 1915—, lo habían fogueado en múltiples terrenos musicales. Su popularidad, empero, se forjó también con su condición de autor y compositor de numerosas canciones, en general de muy difícil tipificación genérica, que aumentaban la heterogeneidad del momento histórico musical que le tocó vivenciar en sus inicios artísticos. Era una época de transición, gestación y hasta de definición de las formas populares tradicionales y del tango —y no faltaba el jazz—, que en Argentino Valle transcurría en simultáneo con las primeras visualizaciones y difusión pública de su virtuosismo como ejecutante, muy ponderado por entendidos en música, profanos y el común de las personas, que ya admiraban su notable talento.

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Fotografía de Argentino Valle cuando era joven, publicada en el pequeño folleto “Juicios y Críticas sobre el Artista Nacional Argentino Valle como Compositor e Intérprete”, editado en Buenos Aires (s/f). (Gentileza de Juan Carlos Bustriazo Ortiz).

Las raíces

De acuerdo con un informe genealógico de la traductora Carlota Jour de Bach, Alberto Fourcade, padre de Argentino Valle, era uno de los cuatro hijos y una hija de Pedro Fourcade, nacido en Mirepeix, Bajos Pirineos —desde 2016 llamados Pirineos Atlánticos—, y de María Delfina Brunet, nacida en Argeles-Bagneres, Altos Pirineos, ambos territorios franceses. Alberto se había desplazado a América del Sur y radicado en Buenos Aires, donde se casó con Justina Castro (aunque el propio Valle diría luego que fue en General Acha).

En su edición del 26 de junio de 1937, la revista Caras y Caretas publicó una entrevista realizada por el periodista Luis Pozzo Ardizzi, titulada “Con el dolor de una raza indígena que se extingue, Argentino Valle ha creado su música salvaje y emotiva”, en la que el pianista pampeano habla de su familia, aportando datos importantes de su historia personal: “(…) Mi padre, Alberto Fourcade, era francés y, según le oí decir, impulsado por su sed de viajes y de aventuras, dejó la ciudad de Pau, Bajos Pirineos, donde había nacido, lugar en el que sus padres poseían un gran hotel, para dirigirse a la Argentina”. A lo que agrega el entrevistador: “Según cuenta el reporteado, el señor Fourcade (padre) era un fervoroso amante de la música. Poseía además una vasta cultura general, adquirida en sus continuos viajes”.

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Argentino Valle, su tía Laurentina Nicasia Castro de Simpson y su madre Justina Castro de Fourcade (sentada). Imagen aparecida en la Revista “Caras y Caretas” en 1937. Foto: gentileza de Juan Carlos Bustriazo Ortiz.

En esa misma entrevista, Valle contaba que el carácter inquieto de su padre lo había llevado a pasar por múltiples oficios y lugares de la Argentina, hasta que, “en un viaje a Puán se enamoró de Justina Castro Valle, mi madre. Le atrajo la belleza indígena y aquel romance fue bendecido en General Acha, lugar de mi nacimiento, por el viejo padre Orsi, el mismo que luego me bautizó a mí”.

En su caracterización del entrevistado, el periodista lo llama “el indio Valle”, dice que “es un músico autóctono, intuitivo, cuyo talento se está imponiendo por sobre todas las técnicas y reglas creadas por los celosos guardianes de la armonía”, y agrega que, “como buen indio, es rebelde. Tiene la rebeldía interior de los que sufren el dolor de la libertad perdida”.

A los 14 años, Valle perdió a su padre. Cuenta: “… no tenía amigos y me agradaba andar solo. Comprendí que debía ayudar a mi madre, pues con la muerte de mi padre todo se había desbarrancado. Así fui peón en los campos de La Pampa, me hice hombre de a caballo, boyero, resero y hasta trabajé en las trilladoras. Después me fui a Neuquén, a Chubut y Santa Cruz. Recorrí la Patagonia arriando ganado por la Cordillera. Iba y venía de Chile, llevando y trayendo animales. Los peones me llamaban ‘el loco de las músicas’, porque de vez en cuando me oían silbar cosas desconocidas para ellos, pero que les atraían, por el poder extraño de su melodía, y todas esas músicas las inventaba yo… eran estados de mi soledad y mi tristeza, mientras recorría los caminos (…)”.

Nacimiento en Acha

En el año 1900 Alberto Fourcade y Justina Castro se trasladaron a Toay, cerca de Santa Rosa, y poco después se radicaron en la joven y creciente localidad pampeana de General Acha, en la casa de doña Matilde Villalobos de Castro, madre de Justina. En esa vivienda, ubicada frente a la plaza principal del pueblo, nació su hijo Arturo Carlos Alberto Fourcade Castro (Argentino Valle), el 28 de octubre de 1901.

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Argentino Valle cuando tenía 10 años de edad, y recibía lecciones de música de su tía Laurentina. Foto publicada en la edición Nº 2021 de la Revista “Caras y Caretas”, editada en Buenos Aires el 26 de junio de 1937.  Foto: gentileza de Juan Carlos Bustriazo Ortiz.

En 1904 miembros de las familias Castro y Fourcade se mudaron a Santa Rosa y un año después los Castro se trasladaron a General Lamadrid, provincia de Buenos Aires. Con ellos, al cuidado de su tía Laurentina Nicasia Castro de Simpson, fue el pequeño Arturo C. Alberto, por hallarse muy enferma Justina Castro, la madre del niño. En esa localidad Alberto (así lo llamaban) empezó la escuela primaria. Para entonces la tía había decidido comenzar a enseñarle las primeras nociones de piano. Era el año 1906.

En 1911 se fueron a vivir a Victoria, Entre Ríos, donde Alberto debutó al piano ante el público. Tenía poco más de diez años cuando ejecutaba a cuatro manos con su tía y maestra y comenzaba a hacer algunas interpretaciones individuales. En 1916 la familia regresa a Santa Rosa y Alberto prosigue sus estudios de piano, ahora en el conservatorio que Laurentina había habilitado en la calle Bartolomé Mitre de la capital del Territorio. Dos años más tarde actúa ante el público santarroseño en el Cine Teatro “Florida”, donde toca junto a sus hermanos Oscar Héctor y Gustavo Adolfo —flautista y violinista respectivamente—, integrando el “Trío Fourcade”, con el que acompañaban las películas mudas y animaban los entreactos de las funciones. Tiempo después, ese conjunto daría lugar a la formación de una orquesta juvenil integrada por otros músicos, también discípulos de la profesora Laurentina.

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Los hermanos Carlos Alberto (Argentino Valle), pianista; Oscar Héctor, flautista; y Gustavo Adolfo (“Talú”), violinista, conformaron el “Trío Fourcade” a mediados de la década de 1910. Fotos: gentileza de Obdulia Montaña Vda. de Oscar H. Fourcade.

Alberto se incorporó a la Banda de Policía del Territorio como copista en 1922 y al año siguiente contrajo matrimonio con Zulema Eufemia Guezala Ferradas (1905-1988). Antes de finalizar la década hizo varias presentaciones junto a sus hermanos en Radio Parenti, emisora que Norberto Parenti había instalado en la capital pampeana y que emitió durante cuatro a cinco horas diarias, en horario nocturno, desde 1928 hasta 1930. En ese espacio se realizaba una especie de peña radial, en la que artistas locales recitaban, cantaban e interpretaban música, como la pequeña orquesta formada exprofeso por el piano de Chabela, el violín de Gonzalo y el bandoneón del “Cieguito” Gandi.

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Día en que Argentino Valle contrajo enlace matrimonial, en 1923, con Zulema Guezala. Foto: gentileza de Obdulia Montaña Vda. de O. H. Fourcade.

El nombre artístico

En una entrevista del diario La Arena en 1966, doña Laurentina narró cómo fueron los primeros contactos de Alberto con el mundo de las radios porteñas, como así también la adopción del seudónimo “Argentino Valle”: Alberto hizo una visita a la casa de los señores Vanoli, de General Acha, que en esa época residían en Buenos Aires. En ese momento se encontraba también de visita la señora Laura Piccinini de De la Cárcova, de amplia vinculación en el ámbito radial y directora de la audición Páginas Mundanas, que se difundía por Radio Fénix. La conversación, por supuesto, recayó en la música y las cualidades de Alberto para la interpretación. Los dueños de casa lo animaron a debutar en radio y la señora de De la Cárcova se mostró muy dispuesta a incorporarlo a su audición”. Sin embargo —agrega— “surgía una dificultad: su apellido ‘Fourcade es muy afrancesado’, afirmaba la señora de De la Cárcova,habrá que encontrar un nombre más adecuado’… Los señores Vanoli eran propietarios de una extensión de campo del Valle Argentino…, lugar pampeano que recordaban con cariño. Allí surgió el nombre artístico Argentino Valle”.

En sus primeras presentaciones radiales como Argentino Valle interpretaba folklore, pero simultáneamente, bajo el nombre de “Caballero de la Rosa”, ejecutaba jazz. Esto, sin embargo, fue efímero y terminó por imponerse su inclinación por la música tradicional argentina.

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La particular forma de tocar el piano lo había hecho objeto de críticas de pianistas convencionales, cuestionamientos que sucumbían ante la eficacia de su notable virtuosismo como intérprete.

En 1935, ya consagrado, Valle vuelve a La Pampa por primera vez y se presenta con su nuevo seudónimo en Santa Rosa. Su reaparición y actuaciones en el Teatro Español y en Club El Círculo, cobraron la dimensión de un verdadero acontecimiento.

Autor e intérprete en Buenos Aires

Su carrera prosiguió en Buenos Aires, donde a la radiofonía sumó otras formas de difusión de su figura artística, como la edición de partituras musicales de las obras que venía componiendo o recopilando desde muy jovencito; o por medio de actuaciones en vivo, sobre todo en las peñas que estaban tomando mucho auge por entonces.

Dice Ariel Gravano en el número 294 de la revista Folklore: “Otros de los puntales del proceso creciente de concientización de nuestra música popular lo constituye —junto a la bajada de los artistas provincianos— la institución de las llamadas peñas, en forma de organizaciones dedicadas expresamente al cultivo y conservación del acervo tradicional. (…) el 21 de abril de 1932 se funda en Avellaneda Leales y Pampeanos al conjuro de valores patrióticos y restauradores, y hasta 1937 —según puede extractarse de la publicación La Carreta, editada por la institución—, pasan por sus salones figuras como Carlos Gardel, Mercedes Simone, Argentino Valle, (…) Hugo del Carril, Atanasio Barragán y otros”.

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Foto que ilustraba una cuidada nota periodística titulada “Argentino Valle: Un Pedazo de Patria”, aparecida en la Revista Folklore, en el año 1964.

Por su parte, el famoso pintor Benito Quinquela Martín (1890-1977), quien trenzó una profunda amistad con nuestro artista, en uno de los textos publicados con recuerdos sobre el pianista, contó que en “La Peña”, una agrupación para fomentar las artes en todas sus expresiones, que había fundado un grupo de amigos y él mismo, “[Valle] recibió los primeros aplausos de la gente de arte”. Y rememora que lo aplaudieron entusiastas, entre otros, Marcelo Torcuato de Alvear, Arturo Rúbinstein, Arturo Toscanini, Alfonsina Storni, Ricardo Rojas, Juan de Dios Filiberto y Alfredo Palacios.

Otras figuras artísticas descollantes trabaron relación amistosa y profesional con Argentino Valle, como el afamado tenor mexicano Alfonso Ortiz Tirado (1893-1960), con quien, el 16 de octubre de 1935, compartió el concierto que éste ofreció en el Cine Astral de Villa María. También con otra muy reconocida voz mexicana, la del cantor Luis G. Roldán (1910-1986), concretó más de una exitosa temporada por Brasil. En 1940, en una de esas incursiones artísticas viajó simultáneamente con su amiga actriz, cantante de tangos y compositora Mercedes Simone (1904-1990), quien iba a iniciar allí una de sus habituales giras por Latinoamérica.

Mientras en el Gran Buenos Aires, el Cine Colonial de Avellaneda lo anunciaba habitualmente en su cartelera en dos funciones diarias bajo el apodo de “El Mago del Piano” —para interpretar estilos, tangos y rancheras, decía la publicidad—, Valle cultivaba la amistad con músicos de la talla del conocido guitarrista Abel Fleury (1903-1958) y del pianista y compositor santafesino Ariel Ramírez (1921-2010), quien plasmó su interés por la obra más conocida del pampeano —la milonga La Pampita—, llevándola al disco y sumándola a su repertorio.

2023 02 06 Nota Argentino Valle 09 12Frente de la partitura para piano de la milonga pampeana “La Pampita”, la obra musical más difundida y conocida de Argentino Valle. Impresa por la Editorial Julio Korn de Buenos Aires, la letra pertenece al autor y cantor mendocino Alfredo Pelaia.

La cuestión autoral y las recopilaciones

Habiendo cobrado destacada dimensión en el ámbito musical folklórico nacional, la figura artística de Argentino Valle dio origen a opiniones a veces encontradas. En términos generales se lo ha considerado muy buen ejecutante de piano, pero no falta quien pone en duda su condición de autor y compositor, cuando no, se lo percibe lisa y llanamente como apenas un recopilador.

La revista porteña Radiolandia, bajo el título “Argentino Valle: su vida y su arte”, dedicó una página completa al músico en una edición muy antigua, cuya fecha no ha podido ser determinada. Allí dice textualmente: “No tuvo maestros. No tiene discípulos. No copió. No tuvo modelos. No quería tenerlos. Todo su arte se reduce a arrancar de su propia alma los paisajes, los tipos, las escenas nativas definitivamente identificados en el amor y la recordación”.

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Argentino Valle posó para la revista “Radiolandia” en la década de 1930. Esta imagen ilustró la nota titulada “Su vida y su arte”. Foto: gentileza de Juan Carlos Bustriazo Ortiz.

La revista Sintonía de Buenos Aires, en una extensa nota de una edición de 1942, cita palabras del artista describiéndose a sí mismo: “Soy un profundo enamorado de nuestra música nativa, especialmente la india mestiza con tonos de paisaje y sonoridades de fenómenos naturales. La llanura me hizo soñador y un incansable viajero por las bellezas de nuestra patria. La música es el medio del cual me valgo para expresar mis inquietudes espirituales y mi guía inspiradora es la naturaleza. Hago música por imperio de mi propia naturaleza. Mis creaciones toman cuerpo en los sonidos telúricos que dan personalidad y fuerza a la verdadera canción autóctona de nuestra nación. Como digno hijo de La Pampa, sigo las costumbres tradicionales de mis mayores, que vivieron sus emociones e inquietudes, creando cada uno y para cada caso invariablemente un motivo distinto. Les disgustaba mucho imitar o apropiarse de las expresiones ajenas; menospreciaban, huyendo del que lo hacía, pues buscaban el mejoramiento carnal y espiritual de la raza”.

En esta suerte de autodefinición, apuntaba: “Hago mis músicas con los motivos que la inspiran: un hecho, un ritmo o el colorido de un paisaje, pues sólo me interesa hacer composición descriptiva. Por esta causa me ha seguido la belleza y fuerza descriptiva de antiguos cantos y danzas populares. En poquísimos casos, con todo el respeto que se merecen y honestidad de tratarlos, previamente declarado, he tomado como base una canción popular para algunas de mis composiciones (…). Anotada esta excepción, si deseo hacer una música y escucho a un músico o cantor, no anoto ni atiendo su melodía, la que considero una manifestación personalísima. Me ubico espiritualmente en el lugar, ahondo su estado de ánimo, mido la emoción y motivo de inspiración, particularidades y costumbres y conjuntamente con el paisaje que lo rodea, me inspiro y ya estoy en trance de crear”.

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Manos de Argentino Valle sobre el piano.

Pero Leoncio Ramos (1917-2003), conocido cantor popular de los años 40 en La Pampa, entrevistado por el autor de esta nota en marzo de 1976, relató su encuentro con Argentino Valle y su obra: “Le conocía cosas, ¡cómo no! Lo conocí personalmente aquí en la Escuela Normal de Santa Rosa…, él había tocado una Mazurca y yo le conocía la letra… (pero) no conocía la música. Entonces le pregunté cómo era que él sabía eso… ‘Pero parate, dice, esto es de un viejito pampeano que hay acá, un guitarrero, y yo le saqué la música entonces, por el ritmo que llevaba le puse Cardo Ruso[2] porque parece un cardo ruso dando vueltas’”. Ese viejito, contó Ramos, era su padre y Valle “le había reformado un poco y entonces hizo una Mazurca… Si él la tocaba así, recopilada por él estaba”.

Durante cuarenta años Enrique Fernández Mendía (1916-1978) hizo de la música popular una práctica corriente. Fue pianista y acordeonista, y solía contar que, al promediar los años 30, cuando era un jovencito de 16 o 17 años ya ejecutaba toda la música de Argentino Valle, quien ya era muy conocido como compositor e intérprete. “Lo conocí, lo traté mucho…, él me conocía de pibe (porque) en el año 28 yo sabía ir al cine que tenía (Nazario) Camarero Aragón —en el Teatro Español— y yo me admiraba cómo tocaba el hombre ése; … (era un) intérprete muy expresivo; tocaba de todo: tango, jazz…” Y en línea con Ramos señalaba: Argentino Valle compuso dos mazurcas: Cardo Ruso y Vidita Injusta; las dos eran mazurcas pampeanasmazurcas rancheras, decía él—. Eran recopilaciones de acá, de las colonias italianas, ruso-alemanas, todas bastante bien logradas”.


Por su parte, Carlos Alberto Navarro Sarmiento, “Chicho” (1909-1982), fue cantor en la segunda mitad de los años 20 y Argentino Valle fue uno de los músicos que más lo acompañó y a quien lo unía una fuerte amistad. Lo recordaba así: “compuso mucha música… ya desde el año 1917. Entre sus creaciones figura el El Amanecer, un vals dedicado a don Abel Lemma (vecino de Santa Rosa); el pasodoble (La) Salamanca y muchas canciones más… También compuso tangos, boleros, milongas y rancheras y ya cuando se fue a Buenos Aires, en el año 1933, ahí sí se dedicó exclusivamente al folklore”.

“Con Argentino Valle —rememora— en muchas ocasiones salíamos a dar serenatas; teníamos un armonio muy chiquito que llevábamos en el Dodge de Arturito Castro, salíamos de noche y en una de esas serenatas, cuando volvíamos, fue cuando él compuso Canción de Madrugada.

Fabulaciones sobre “el indio” Argentino Valle

En los años 30, cuando Arturo Carlos Alberto Fourcade hizo su primera incursión artística en Buenos Aires bajo el seudónimo Argentino Valle, el periodismo porteño se esmeró en hacer aparecer al pianista como un resabio de extinguidas razas indias (araucana, tehuelche o ranquel, según el periodista que lo dijera), y al parecer logró que esa imagen llegara a ser tan sólida, que ni el mismo artista escapó a su propio estereotipo. Contó un testigo insospechable a quien esto escribe, que lo vio regresar triunfante a La Pampa en 1935, que sus amigos le pedían que dejara de lado la actitud artística que le exigía asumir ante el público supuestos modos indígenas, por ejemplo, mediante el empleo de verbos en infinitivo al hablar.

Las publicaciones porteñas de la época son elocuentes en cuanto al tratamiento exagerado del origen de Argentino Valle, y lo que no puede saberse con certeza es si el pianista hacía concesiones a los escribas para que concretaran sus deformaciones en algunos casos novelescas, capaces de atrapar a lectores desprevenidos. En otros aspectos de su vida se verificaban errores y tergiversaciones, lo que contribuía a crear un halo de confusión sobre el verdadero rol cumplido por el artista.

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Cubierta de un disco que nuestro pianista publicó bajo el nombre de “Canciones Indígenas de Argentino Valle”. Incluyó obras que compuso inspirado en temas y motivos de naturaleza indígena. Algunos títulos son: “Kultrum”, “Canción de Cuna Indígena, “Canto Salvaje”, “Pichi Nahuin”, “Queja India”, “Wajjnoj”, “Lloro de Quenas”, “Danza Tehuelche”, “Danza Ranquel”, “Kumbaleketinga” y ”Soy Coya”. La ilustración es una pintura de Juan Lamela.

En el ya mencionado reportaje de la revista Caras y Caretas se lee: “Argentino Valle simboliza el dolor, hecho arte, del indio absorbido por la civilización. Él ha llegado a la gran ciudad para exponer la tragedia de los suyos. Y la dice en las notas desgarrantes, salvajes, fuertemente emotivas, que salen a borbotones de su alma, se escurren por sus dedos nerviosos y se vuelcan, sobre el piano, como torrente incontenible”. En otro párrafo se lo presenta como “un tipo hosco, bruto, casi ignorante, rebelde, afecto a la aventura”, pero a la vez se le atribuye capacidad para explicar con palabras todo el sentido de cada una de las obras musicales, y se lo califica de “muchacho bueno como el pan”. Se dice allí también que el “El indio Valle” no sabe música, y que desde niño la odiaba porque quisieron imponerle que aprendiese por la fuerza la teoría y el solfeo.

Para otro periodista que escribía en Radiolandia la cosa era de esta manera: “Sí, el arte de Argentino Valle nació en una nostalgia. De tanto recordar su tierra. Del recuerdo de sus paisajes simples. Del cariño a sus hombres, a sus animalitos, a sus cosas… Se aburría en Buenos Aires, entre los ruidos urbanos y las decoraciones de acero y de cemento. Los lugares nativos, las escenas nativas, acudían a su cerebro como una tropilla de fantasmas… Entonces quiso que revivieran. No se conformó con recordarlas y un día, sus manos trémulas —en una rebelión contra el olvido—, se crisparon sobre el teclado del piano y surgió —hecha música—, la evocación. Desde entonces, Argentino Valle se transformó en un ejecutante original y en el más puro representante del ‘folklore sureño’ (…).”

En su edición del 5 de marzo de 1936, La Razón había fabulado así: “…Argentino Valle ejecuta en el piano, el lamento de su raza. (…) Lo expresa en sonidos que sólo su arte posee, porque a él exclusivamente le son confiados los secretos ancestrales por un montón de indígenas que en la lejanía desgranan la simiente que no tendrá descendencia...” Y pocos días después, una publicación llamada La novela semanal que se editaba en Buenos Aires, escribía cosas poco creíbles como ésta: “Argentino Valle, que vivió las emociones de su raza, descubrió que podría traducir en sonidos musicales las estrofas que sus hermanos tarareaban con guturales sonidos, y demostró que podía hacerlo, obligando al piano a ponerse a ritmo con el movimiento tehuelche”.


Entre tantas fabulaciones, la del carácter intuitivo de su arte se instaló con artículos como el de Radiolandia, que afirmaba: “(…) un artista como Valle, apartado de toda escuela, libre de todo academicismo, limpio y sagrado en la desnudez de su instinto, que se lanza a los secretos de la creación arrastrado únicamente por el ímpetu vital de su intuición poderosa. Argentino Valle (…) no realizó la penosa peregrinación de los conservatorios. Se reveló de golpe, eludiendo la ley más inflexible de la naturaleza: la gestación. Por eso el misterio de su personalidad nos parece un milagro de la tierra criolla”.

Muerte y homenajes

Argentino Valle falleció en Buenos Aires el 8 de abril de 1966, y el traslado de sus restos a Santa Rosa para ser depositados en el panteón-monumento levantado en su memoria, tuvo lugar el 10 de noviembre de 1973, en coincidencia con el “Día de la Tradición”. Dos años antes, la viuda del artista, Zulema Guezala, había viajado a la capital pampeana para manifestar el anhelo del pianista de que su cuerpo descansara en su tierra natal y dejó indicado a las autoridades municipales, el sitio donde deseaba que se erigiera el túmulo donde fuera depositado su difunto esposo.

La llegada de los restos fue motivo de actos especiales en reconocimiento a su sobresaliente talla artística, y el entonces gobernador de la provincia, Aquiles José Regazzoli, acompañado por el Presidente de la Comisión de Homenaje, José Silva Guarracini, encabezaron la comitiva oficial que esperó el féretro en la Ruta Nacional Nº 5, frente al Tiro Federal, para su homenaje póstumo. Entre las adhesiones estaban la de SADAIC, la Peña de Quinquela Martín de la Boca, la Peña de Bellas Artes de La Plata, de Escritores Metropolitanos y de la Provincia de Buenos Aires, entre otras.

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Monolito que recuerda al pianista pampeano, erigido en la esquina de las avenidas Luro y Argentino Valle, el 10 de noviembre de 1970, día en que una Ordenanza Municipal designó con su nombre a la importante arteria del Barrio Villa Elvina de Santa Rosa. Fotos del autor de esta nota.

La muerte de Argentino Valle conmovió al amplio ambiente artístico que frecuentaba en la metrópoli. Había recibido sepultura el 9 de abril de 1966 en el Cementerio de La Chacarita en Buenos Aires, donde fue despedido nada menos que por ocho oradores: el Maestro Pedro Sofía, en nombre de SADAIC y la Asociación Argentina de Música de Cámara; José María Samperio, por sus amigos; Edgardo Togni, en nombre del Equipo de Comahué; Juan Lamela[3], por sus amigos pampeanos; Pedro Tocci, de parte de los artistas; Joaquín Gómez Bas, en nombre de los poetas; Antonio J. Bucich, de parte de la Boca del Riachuelo; y José María Clanch en nombre de los Residentes Pampeanos en Buenos Aires. El 13 de abril, la Sociedad Argentina de Autores y Compositores emitió un comunicado en el que expresó su dolor por el fallecimiento del prestigioso compositor y dispuso su traslado al Panteón Social de la Entidad.

Zulema Guezala fue, posiblemente, la mejor intérprete de las cualidades, virtudes y demás valores humanos, espirituales y artísticos del pianista. Entre sus cartas y materiales impresos varios, no es difícil hallar escritos con comentarios referidos a su compañero de vida, como el que en 1967 refiere: “Vivió para la música de nuestra tierra. Sentía profundamente lo telúrico. En el silencio de su sala de trabajo, componiendo esas páginas, que son un canto de amor a la tradición y a la tierra, gruesas lágrimas de emoción, mojaban el teclado. Era profundamente sincero. No buscaba el interés espectacular para crear las músicas, sólo lo guiaba el espíritu emotivo que lo inspiraba. No sabía especular ni con su personalidad ni con su arte, y esa sinceridad fue norte de su vida en todas sus manifestaciones.”

Lo que no ofrece dudas es el virtuosismo que lo asistió en su condición de pianista, razón en la que estarían fundadas todas las formas de reconocimiento artístico durante su carrera profesional, y de recordación y homenajes de que ha sido objeto luego de su muerte: monumentos, imposición de su nombre a instituciones y lugares públicos, entre otros. Su obra y derrotero artístico, así como su verdadero, peculiar y real talento de músico e intérprete instrumental —no muy conocidos ni divulgados en La Pampa—, lo explican y justifican plenamente.


Obras registradas en SADAIC

En el sitio oficial de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (SADAIC) se puede acceder a un listado al siguiente listado de 51 obras musicales registradas legalmente a nombre de Argentino Valle, en algunos casos compartidas con otros autores. No obstante el autor de este artículo ha podido reunir un conjunto de otras diecisiete composiciones sin registrar legalmente, que aparecen asignadas a él en diversos soportes, como diarios, revistas, CD documentales, partituras, de acuerdo con este listado:

      • Diario La Prensa (1937): “El Punteado” (gato), “Lloro de quenas”, “Danza tehuelche” y “Danza ranquel”.
      • Partituras para piano de obras de Argentino Valle: “¡Que diga la moza…!” (canción mediterránea); letra: Luis Mario. (1939).
      • Programa de mano de un recital junto a Eduardo Falú en el Círculo de Aeronáutica de Buenos Aires (1953): “Lejanías” (estilo pampa); “Campo afuera” (reminiscencias sureñas) y “Te lo diría otra vez” (polca imitativa del arpa guaraní).
      • “Argentino Valle: Un pedazo de Patria”. Nota en revista Folklore (1964): “La canción del agua” y la suite “Comahue”, última obra creada antes de su muerte.
      • Revista Mundo Musical (1969): “El chañí” (canción puneña).
      • Testimonio de Carlos Alberto Navarro Sarmiento, amigo de Valle (1976): “La Salamanca” (pasodoble), “Ojos negros”, “Vidita injusta” (mazurca) y “Rasguido de guitarra”.
      • Disco compacto documental Argentino Valle. Pionero de la música patagónica: “Tristezas” (estilo pampeano) y “Caminito andino” (canción mestiza).

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* por Rubén R. L. Evangelista, investigador regional e historiador de la música pampeana.

Notas 
[1]  Para ampliar y completar la información volcada en su libro Folklore y Música Popular en La Pampa (FEP, 1987) acerca de este verdadero “personaje” —por ecléctico y controvertido— de la cultura provincial y nacional, se recurrió a una nueva y minuciosa revisión de todos los folletos, librillos y recortes impresos de diarios y revistas cedidos generosamente al autor en los años de 1970 por el poeta Juan Carlos Bustriazo Ortiz (1929-2010), al parecer un consecuente seguidor de la trayectoria de A. Valle. Además, se revisaron un valioso aporte del músico César Juan Augusto Maitía con información genealógica secular del apellido Fourcade relacionado con cierta realeza europea, registros autorales en SADAIC realizados por nuestro pianista y documentación epistolar de su viuda, así como artículos aparecidos en la revista Folklore editada en Buenos Aires en las décadas de 1960/70, disponibres actualmente en el sitio digital del Archivo Histórico de Revistas Argentinas (AHIRA). 
[2]  Más allá del relato de Ramos, la obra Cardo Ruso aparece registrada en la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (SADAIC), a nombre de Argentino Valle (música) y de Laura Piccinini de De la Cárcova (letra).
[3]  Juan Lamela fue un destacado pintor argentino de imágenes gauchescas principalmente, nacido en La Plata el 13 de abril de 1906 y fallecido en Mar del Plata el 18 de agosto de 1989. Vivió en Santa Rosa desde muy niño y hasta los 14 años. Al fallecer su padre muy joven, emigran hacia Bs. As., y Juan Lamela se forma artísticamente en la Escuela Nacional de Bellas Artes, donde se recibe de profesor de dibujo. Ilustró la edición discográfica de la obra integral de poesías, textos en prosa y canciones titulada Esta es La Pampa (1971), del poeta piquense Armando Forteza y el músico santarroseño Delfino Nemesio, con participación de un amplio elenco artístico.