Cuando allá por febrero de 2020 la plataforma “Netflix” anunció la realización de una serie basada en “El Eternauta”, la noticia se recibió con los brazos abiertos y una sonrisa en el rostro, sobre todo en la audiencia argentina; también hay que decirlo, generó cierta feliz ansiedad por ver ya concretado ese esperado proyecto. Como frutilla del postre, confirmaron en el rol protagónico la participación del reconocido y multipremiado actor Ricardo Darín.
Es que “El Eternauta”, que este 4 de septiembre cumple nada menos que 66 años desde su aparición, nos toca de cerca; su historia y su contexto, van en derechura hacia una fibra íntima del ciudadano argentino. Veamos por qué.
“El Eternauta” es una historieta argentina que se puede encuadrar en el género de la ciencia ficción, con guión del escritor Héctor Germán Oesterheld y dibujos a cargo de Francisco Solano López; una publicación seriada que editó la revista “Hora Cero Semanal” en entregas que iniciaron en 1957 y duraron hasta 1959. El argumento de esta ya mítica historieta se asienta sobre una nevada tóxica que cae sobre el planeta diezmando la población, y la posterior circunstancia de lucha de los sobrevivientes, relatada por su personaje central Juan Salvo —El Eternauta—, en el marco de una Buenos Aires distópica.
Héctor Oesterheld con un ejemplar de la primera edición de "Hora Cero" en la que se publicó “El Eternauta”, el 4 de septiembre de 1957. (Foto: medium.com)
La historia comienza con una interesante particularidad: en la nocturna tranquilidad de la casa de un escritor, que no es otro que el mismo Oesterheld, Salvo —ahora devenido en viajero del tiempo— de pronto se materializa para relatarle y advertirle sobre una invasión extraterrestre que ha de sucederse en un futuro próximo, develando que la nevada es obra de seres que pretenden invadir la Tierra, desterrando a los sobrevivientes, marginándolos a vivir en cuevas y otros refugios.
Con tal revelación, la nevada se evidencia como arma de ejecución y opresión, la sobrevivencia se vuelve resistencia y la rutinaria vida de Juan Salvo será la aventura de la tragedia, lugar desde donde se transformará en líder de los oprimidos.
La historia comienza cuando Juan Salvo se materializa frente al escritor, que no es otro que el mismo Oesterheld.
Desde el primer momento “El Eternauta” tuvo una rápida acogida entre el público lector. Por un lado Oesterheld no era un desconocido; ya venía produciendo en “Hora Cero”, junto a figuras de renombre como Hugo Pratt y Alberto Breccia, obras como Ernie Pike, Sherlock Time o Mort Cinder. Por otro, el dibujo de Solano López, cuyo eximio trazo realista daba vida y vigor a un ya de por sí cautivante guión. Decía Borges que no hay obra que no sea hija de su tiempo, y a ese tándem de escritor y dibujante se les unió el importante detalle de que, además de inaugurar el género en nuestro país, la historia se desenvolvía en escenarios locales, conocidos e icónicos de la Buenos Aires de entonces, como el estadio de River Plate o la avenida General Paz, y la presencia de carteles en apoyo a Frondizi, entonces candidato a presidente para las elecciones de 1958 (por citar algunos); referencias y lugares cotidianos, cercanos, reconocibles, en los cuales ahora se libraban batallas con seres sobrenaturales.
Las referencias a lugares y realidades conocidas, como la batalla en la cancha de River Plate, hicieron de "El Eternauta" una historia con gran aceptación de los lectores locales.
Múltiples miradas
Las obras artísticas se crean por medio de otros resortes —emocionales, pasionales, idealistas— que los enteramente racionales, y muchas veces no se logra medir el potencial de su alcance. Es que toda obra constituye también una bifurcación, donde el otro la pasa por el tamiz de su propio bagaje y así la hace suya. Es el doble juego divino de todo arte. Si bien el Oesterheld que crea esta primera aventura de “El Eternauta” no tiene por finalidad el mensaje ni la declaración de una postura política —características que lamentablemente sí aparecerán en la obra más adelante, en la reedición de 1969—, es innegable la “lectura en varios planos” que el devenir de la historia nos ofrece. Para el escritor, la historia se centra en la tragedia de Juan Salvo, quien encuentra en las tribulaciones de la misma el camino de su destino; es la que le da propósito y peso a su existencia, la que lo construye y lo nombra.
Pero hay otro juego desafiante que Oesterheld nos propone, y propone a toda una concepción de la historieta de entonces y ahí radica, en mi opinión, gran parte de la trascendencia de esta obra. Primero, recordemos que la historieta clásica de entonces —la americana, sobre todo—, conlleva una estructura donde hay un héroe en soledad, con poderes sobrenaturales y actos de arrojo individuales, que salvan al mundo como un especie de mesías. Superman (1938), por citar el ejemplo clásico, cumple con estas normas del héroe individual, con características físicas de la época y lugar —el estereotipo del norteamericano blanco—, que por sí solo resuelve el destino humano.
A diferencia de las historietas tradicionales de la época, el héroe de "El Eternauta" no es el ser individual salvador de la humanidad, sino un héroe colectivo.
Otro dato singular reside en el guión, donde la temática aún está orientada hacia un público infantil y adolescente. Con “El Eternauta”, Oesterheld le contrapone, por un lado, una figura como Juan Salvo —un tipo común, con un trabajo común, de vida rutinaria y familiar, en el conurbano bonaerense de fines de los 50—, que emerge como líder entre los sobrevivientes a la mortífera nevada; pero es una figura que se va despersonalizando hasta el punto de convertirse en un héroe colectivo, lo que se revelaría, con el tiempo, como piedra basal de la propia historia del autor.
Este es un salto cualitativo en la historieta —sin contar el obvio, que fue dar el puntapié a la obra de ciencia ficción argentina—, y gran motivo de que a 66 años de su nacimiento la obra sea tenida en tamaña consideración; principalmente —y obviando el magistral trabajo de Solano López— porque su guión deja de lado lo “naíf” y plantea como contrapropuesta un problema real, una tragedia humana del todo plausible.
Para ubicar esto en un marco justo, no debe olvidarse que algunos especialistas marcan que el ascenso de editoras —hoy de renombre y grandes empresas— como Marvel Comics, deben parte de su éxito a este cambio, cuando se animan a ubicar a sus héroes en el marco de situaciones y en escenarios de la vida cotidiana (sirva como ejemplo Spiderman, un estudiante adolescente que necesita trabajar para vivir, huérfano, enamorado de una chica con la que no puede estar); y esto ocurre allá por los años 60, cuando Oesterheld ya lo había planteado localmente en el 57.
A poco de su aparición, "El Eternauta" ya se transformaba en un fenómeno editorial en cada nuevo número del suplemento de "Hora Cero".
A todas estas consideraciones se suman detalles de la propia historia que van reforzando la idea. Inteligentemente, Oesterheld plantea que los invasores, los Ellos, urden su plan de dominación, pero lo ejecutan a través de seres de otras especies, a las cuales dominan y sojuzgan mediante la fuerza o la tecnología, y así son usados como avanzada. Los Manos, Cascarudos, Gurbos y los hombres-robots contra los que lucha la Resistencia son, en realidad, las marionetas de esos seres que finalmente nunca se ven, que no les pone rostro, dejando la puerta abierta a la imaginación del lector, quien les asignará uno a gusto e piacere. De hecho, los Ellos terminan siendo una alegoría de las fuerzas invasoras.
Los Manos son seres con muchos dedos en sus extremidades, que cumplen las directivas ciegamente, sin dudar, tecleando frente a las computadoras, inmersos en sus tareas, desde donde controlan y organizan los ataques. Los Cascarudos son insectos manejados a través de “teledirectores” (¿los chips actuales?) que les han implantado.
Los Manos manipulaban enormes computadoras desde las que controlaban los ataques.
Como señalamos, “El Eternauta”, en cuya trama el escritor deposita un abanico de cuestiones que reflejan tanto el mundo en que se vivía, social (guerra fría, invasiones, esclavitud), artístico (el auge del cine en géneros como el thriller, ciencia ficción, bélico), tanto como el que se avecinaba con sus esperanzas (avances tecnológicos) y sus miedos (armas biológicas, seres extraterrestres, el espacio, lo desconocido), está escrito desde la vasta imaginación antes que de una postura política.
Invasión, muerte, supervivencia, lucha y resistencia desde la perspectiva de un bonaerense común, son conceptos que por entonces captaron la atención de los lectores adultos, generando una singular empatía. Es que Oesterheld, con esta épica local, estimula a que lo lúdico y ficcional de leer una historieta estreche la mano con la literatura, construyendo esa posible lectura en varios planos, esos guiños que hacen a la complicidad del artista con el otro, en lenguajes que escapan a lo estrictamente expresado con la palabra.
Los Ellos, que no aparecen, pero son los que están detrás de la invasión que pretende aniquilar a la humanidad.
Una nueva mirada
Durante 1969 la obra se reversiona con dibujos de Alberto Breccia. En esta oportunidad Oesterheld no oculta en la historia una posición política, marcadamente en contra del régimen dictatorial, bajando una línea claramente antiimperialista, donde los oprimidos no son (solamente) los ciudadanos de Buenos Aires sino los pueblos latinoamericanos. No hay un juicio de valor hacia sus ideas políticas, sino una duda sobre el hecho de que su presencia en la trama no vaya en detrimento de la obra artística, de ese costado nacido de un exquisito motor imaginativo. A diferencia del primer Eternauta, en el que las lecturas paralelas son más un producto del lector, en su reversión ya hay una intencionalidad por parte del guionista, por lo cual la obra en sí pierde fuerza como acto creativo y cobra peso propagandístico.
En 1976, con Oesterheld ya como reconocido miembro de Montoneros escribiendo el guión desde la clandestinidad, y coincidiendo con los tiempos de represión de la dictadura, sale en la revista “Skorpio” la segunda parte de “El Eternauta”, en esta ocasión nuevamente con el arte a cargo de Solano López. Esto se sucede hasta abril de 1977, cuando en La Plata el escritor es capturado y, eventual y tristemente, pasa a ser un “desaparecido” más de la dictadura.
Francisco Solano López, el dibujante que dio forma a "El Eternauta", completando la magia de la historia. (Foto: La Nación)
Un mensaje de ayer, para hoy
Han pasado 66 años y “El Eternauta” —principalmente aquella historia original, por sobre sus reimpresiones, secuelas y reinvenciones— es una pieza artística que no ha dejado de crecer, en análisis, en opiniones elogiosas, en su simbolismo y en cantidad de amantes, convirtiéndola así en un objeto de culto; la épica de Juan Salvo es tratada por muchos como una obra profética.
Paradójicamente, esta historieta en sí pareciera ser como aquel viajero que trasciende los tiempos y se materializa en el papel, y viene en cada relectura a dejarnos su valioso y siempre actual mensaje: que la heroicidad ante la injusticia, de la forma en que se presente, es siempre un acto colectivo; que en el naufragio que nos rodea de incertidumbre, la salvación será siempre el resultado de acciones solidarias, que no hay más bien que el bien común; en fin, que todo verdadero héroe, es el grupal.
Cada obra de arte se vive desde nuestro prisma particular. En cada lector, la historia imaginada por Oesterheld y dibujada por Solano López, cobra un brillo único, y cada lectura es, entonces, siempre una nueva interpretación y la fundadora de caminos internos. Más que las opiniones, la historieta quiere lectores.
* Alberto Di Francisco es ilustrador e integrante del equipo de Prensa de la CPE.
En 2022 publicó el libro de relatos breves "Los juegos".