Los mapuches lo llamaban “pichai” aunque el origen es quechua (alpa: tierra o suelo, taco: planta, árbol). De una gruesa y profunda raíz se desprenden ramas horizontales que se desarrollan por debajo de la superficie del suelo, de las que surgen ramas verticales u oblicuas, y forman un círculo que puede llegar a tener varios metros de diámetro. Las ramas aéreas son espinosas, sus flores están dispuestas en racimos densos, amarillentos, y sus chauchas (frutos) son vainas rectas o curvadas, de color pajizo, a veces con tinte violáceo, que alcanzan hasta 15 centímetros.
Publicada en abril de 2005
El género “Prosopis” al que pertenece el alpataco comprende más de cuarenta especies nativas principales de las regiones áridas y semiáridas de América. En Argentina existe la mayor concentración incluyendo los algarrobos, el caldén, el retortuño, el ñandubay, el vinal, etc. Generalmente crece asociado a las jarillas en el monte arbustivo y árido de La Rioja, San Juan, Mendoza, San Luis, La Pampa, Neuquén, Río Negro y Chubut.
El valor económico del alpataco está en su uso como combustible y como planta forrajera: es ramoneado por el ganado y sus chauchas son muy apetecidas; es un recurso importante, especialmente cuando escasean los pastos. Por otra parte, el alpataco cobija en la base de sus ramas aéreas a una serie de gramíneas que por estar fuera del alcance del ganado, logran semillar favoreciendo la supervivencia de las mismas en medio del monte árido.
El símbolo
Este comentario es en parte un humilde homenaje al ingeniero agrónomo Guillermo Covas, autor de la obra, pero no queremos dejar de lado las extrañas aunque simpáticas similitudes con nuestras cooperativas: tienen una raíz gruesa y profunda, de modo que es muy difícil quitarlas del suelo o de la comunidad donde están insertas; se defienden con filosas espinas de quienes desaprensivamente pretenden atacarlas; cuenta con una ramazón generosa a la sombra de la cual pueden sobrevivir numerosas especies o iniciativas que benefician la tierra o la sociedad; nacen y se desarrollan en ámbitos habitualmente hostiles, con poca ayuda de la naturaleza pluvial o gubernamental; son un importante combustible que resiste los embates de todos aquellos que no respetan ni la ecología ni las características de “no renovables”; en épocas de enormes dificultades, tienen la capacidad de continuar alimentando al ganado o respondiendo a las necesidades de la gente y compatibilizando la eficiencia económica junto a la imprescindible “eficiencia social”; el color amarillo de sus flores coincide con el símbolo internacional del cooperativismo que identifica al sol como fuente de luz y vida.
Hace 75 años nuestros pioneros imitaron sabiamente a la naturaleza a la hora de diseñar y poner en funcionamiento esta herramienta que es la CPE. La literatura pampeana refleja este orgullo de nuestra tierra árida:
El alpataco es un indio
Que mira desde su hondura,
Hosco, amargo, resistido,
Para siempre y para nunca.
Pero a veces se me vuelve
Silbo, grito y esperanza:
Entonces el alpataco
Es un paisano que canta.
Juan Carlos Bustriazo Ortíz
“Del alpataco”
*Pablo Fernández fue presidente de la CPE antre 1990 y 1995