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ARGENTINOS MIGRANTES DEL SIGLO XXI

Nadie ignora hoy que en la Argentina la mayoría de los jóvenes no avizoran proyectos ni futuro, que han perdido la fe en las utopías al compás del crecimiento de la corrupción, de la pobreza y del desempleo y, como escribe Mario Margulis: “gran parte de la juventud parece desentenderse del futuro, se retira del espacio público, resignando en los hechos y en los sueños la construcción del mundo”.[1]

Publicada en abril de 2003

Para algunos ¿privilegiados? la retirada se convierte directamente en migración hacia los países, de los cuales, hace un siglo y más emigraban sus abuelos y bisabuelos casi por las mismas causas en la mayoría de los casos y por otras muy diferentes en otros.

La “Tierra Prometida” para muchos parece ser España, y así también lo creen Lorena y Germán -santarroseños y padres de dos pequeñas niñas- quienes a pesar de su corta convivencia y la escasa edad de sus hijas decidieron emprender el viaje, aunque en su caso debieron turnarse para cuidar a sus pequeñas y no fueron juntos.

En junio de 2001 partió Lorena “a lo que sea -según su relato- llevé el título de diseñadora gráfica y lo dejé allá para homologarlo”.

Fue sin visa, sin contrato de trabajo y sin permiso de residencia, y estuvo dos meses y medio viviendo con familiares, primero en Madrid y luego en Gijón, pueblo de Asturias.

Lorena cuenta: “nunca trabajé, pero tenía posibilidades si hubiera tenido el permiso; igual te discriminan por ser extranjero, ganás menos sueldo, es diferente el trato y poder ejercer tu profesión -cualquiera sea el título que tengas- es muy difícil, tenés que ser muy bueno y tener mucha suerte”.

Respecto al “universo simbólico” del español medio, comenta: “.los españoles son soberbios en cuanto al tema laboral y se sienten superiores; son fríos en su manera de pensar, ejercen un perfecto control de la natalidad y trabajan mucho para obtener las cosas materiales que desean, por eso se casan en su mayoría alrededor de los 35 años y recién entonces planifican tener su -casi siempre- único hijo”.

“la mayoría de los argentinos recién llegados, hasta los arquitectos, trabajan como peones en la construcción”

 De todas maneras y aunque se hubiera adaptado perfectamente, según sus palabras, emprendió el viaje de regreso pues su familia la esperaba y la documentación que comenzó a gestionar estando allá se hizo esperar más de un año.

Seis meses después -con todo lo sucedido en la Argentina: las muertes absurdas de compatriotas en diciembre de ese 2001, los cacerolazos y el rotundo fracaso y fin del gobierno de Fernando De La Rúa- se le presentó a Germán la oportunidad de poner a prueba su identidad, su arraigo y sus sentimientos.

Porque nadie crea que es tan fácil dejar un pedazo de sí cada vez que se emigra, ni tampoco crea que este relato lo dice todo porque, como escribe justamente el filósofo español J. Ortega y Gasset: “El lenguaje no da para tanto. Dice, poco más o menos, una parte de lo que pensamos y pone una valla infranqueable a la transfusión del resto”.[2]

Germán viajó en marzo de 2002 con un amigo cuyo padre residía en Barcelona y tenía, entre otros negocios, un bar donde tendría trabajo seguro. Estuvo allí siete meses y explica: “no sólo laburé en el bar, sino también en venta callejera para una productora de artistas y decorando una disco, todos negocios del padre de mi amigo”. Luego agrega: “está lleno de argentinos -muchos pampeanos- y los catalanes eran solidarios con nosotros, no así con los marroquíes, colombianos y ecuatorianos”.

Volviendo al tema laboral, relata que “la mayoría de los argentinos recién llegados, hasta los arquitectos, trabajan como peones en la construcción”.

Lorena -mientras peina a una de sus hijas- dice: “se consiguen trabajos mediocres, de oficio, como plomeros, electricistas -muy bien pagos-, de mucama, en invernaderos; ...los marroquíes por ejemplo son la mano de obra casi exclusiva para la cosecha de aceitunas. Los sueldos son buenos, trabajes de lo que trabajes y, sin pretensiones, hay trabajo todos los días”.

Estas últimas palabras explican la seducción que ejerce ese o cualquier país para quien quiere vivir, nada más ni nada menos que vivir con lo que ello implica: trabajar, comer, vestirse, aprender, curarse si es necesario, de vez en cuando reír...

Pero Germán también regresó a fines de 2002 y confiesa: “llorás porque extrañás mucho”.

Ahora bien, quiso la casualidad que cuando esta nota era apenas un bosquejo, Beto Nuñez y Analía Gómez, su esposa, se hallaran de vacaciones en la ciudad y se prestaron amablemente al diálogo acerca de sus vivencias en España. Ellos también son santarroseños y emigraron después de los 40 años con dos de sus hijos “la mayor quedó acá porque estaba casada”, explica Beto; se fueron en marzo de 2001 y se radicaron en Málaga, distrito que pertenece a Andalucía.

Beto cuenta: “conseguí trabajo en dos días -por el diario- y en lo mío, el ramo gastronómico”.

Analía trabaja medio turno en un supermercado y Santiago -su hijo- prepara los desayunos en el mismo hotel en el cual trabaja su padre.

“Uno no se termina de ir nunca”, dice Beto

Destacan que lo importante para adaptarse es irse con la familia, con toda la documentación en regla, si es posible con pasaporte comunitario y, en su caso, sienten que sus expectativas se cumplieron. Hicieron muchos y buenos amigos, han progresado y Beto aclara: “se puede ahorrar hasta un sueldo por mes, además de vivir muy bien. Yo soy cocinero y gano 1.200 euros mensuales”.

Lorena y Germán no se fueron juntos y no tenían la documentación básica; -actualmente la poseen y, a pesar de que desean apostar por la vida en la Argentina, no descartan irse otra vez, “según cómo nos vaya”, susurra ella.

Analía y Beto piensan que ya no volverán a vivir en la Argentina, aunque aquí están sus padres, sus amigos, su hija mayor con su esposo y ahora un nieto, un hermoso bebé llamado Bautista. “Uno cuando se va se siente dolido” dice Beto mirando hacia abajo, y agrega: “acá trabajamos mucho y honestamente y no se podía vivir”.

Son dos matrimonios muy diferentes, no se conocen entre sí, sus edades ni se aproximan y sin embargo, el sentir los acerca. “Uno no se termina de ir nunca” dice Beto, y en otro lugar de Santa Rosa, Germán confiesa: “llorás porque extrañás todo, hasta el olor de la ciudad”.

Entretanto la clase política ¿nacional? sigue oliendo mal, sólo quiere el poder y después quién sabe; y pelea por los cargos y hasta por logos, marchitas, banderas e imágenes de difuntos.

La sociedad argentina, a su vez, está cada vez más dividida por las desigualdades económicas y sociales, y muchas veces, tristemente enfrentada por el egoísmo de algunos y la impotencia y bronca de muchos.

Por todo esto, sería deseable que los hipócritas que se quejan y dicen: “estamos todos igual”, se callen, aunque sea por respeto hacia los que mueren de hambre. A su vez, sería bueno que los que perdieron hasta las ganas de trabajar, aún teniendo trabajo, pues no pueden cubrir las necesidades básicas de dos semanas del mes, recuperaran la calidad de vida y que también lo hicieran los jubilados “típicos”, o sea los jubilados pobres.

Igualmente sería justo y saludable que los jóvenes encuentren su lugar en esta, su tierra, y que los auténticos desocupados recuperen la dignidad que proporciona el trabajo, sin necesidad de marchar bajo la lluvia o el sol abrasador, despertando polémica, a costa de gastarse las gargantas, los pies y el alma.

Germán en su relato -sin proponérselo- y con una sonrisa en sus labios, describió la contracara de esta triste realidad. Mirando por la ventana dijo: “en Barcelona hay fiestas callejeras que se hacen una vez al año, pero como cada barrio tiene la suya todos los fines de semana hay una, son divertidas, bailan todos juntos, chicos, jóvenes, gente mayor, bailan por bailar”.

Después de escucharlo y después de todo y de tanto, se puede inferir que bailan para festejar la vida.

Una sociedad organizada

Uno de los aspectos que destaca Lorena es la organización y el bienestar de la sociedad española y la idiosincrasia de su gente. Dice: "existe mucho respeto hacia el otro, se puede caminar tranquilamente sin temor a que te roben, el tránsito es ordenado y el nivel de educación y los hospitales públicos -que son mayoría- son de primera, en las escuelas hasta se filman las actividades diarias para saber si hay o no maltrato hacia los niños".

* Liliana G. Morales. Periodista.

[1] En “La cultura de la noche”.
[2] En “La rebelión de las masas”.