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Reforma universitaria del ‘18

El problema universitario se ha tornado, para el Estado, en problema de policía. No interviene para solucionarlo el ministro de Instrucción Pública, sino el de Interior (...) Jueces, policías y banqueros señorean la universidad plutócrata de 1936, cuya penuria docente sigue siendo la misma de 1918. Acaso ahora más ‘tóxica’ que antes”. (Deodoro Roca, 1936)

Publicada en mayo de 2018

Al cumplirse cien años de la Reforma Universitaria, “el movimiento más hermoso de la historia de la educación contemporánea”, autoproclamados herederos se aprestan a subir a los palcos de las celebraciones exhibiendo como trofeo una memoria cuya pertenencia es motivo de disputas.

Repasemos el acontecimiento y sus significados. En el amanecer del siglo XX, los estudiantes de la universidad de Córdoba, gobernada por una jerarquía clerical refractaria, decidieron enfrentar a la casta profesoral vitalicia que ocupaba la casa de estudios y se constituyeron en portadores no sólo de un reclamo académico sino de su compromiso con la sociedad de la cual se reconocían parte indisoluble. A partir del 10 de marzo de 1918, los jóvenes ganaron las calles y se organizaron a través de un Comité Pro Reforma para canalizar sus reclamos. Ante el rechazo por parte de las autoridades, el día 14 comenzó una huelga general por tiempo indeterminado que tuvo un acatamiento total por parte de los estudiantes. El 11 de abril, el presidente Yrigoyen dispuso la intervención de la universidad. Al mismo tiempo, surgía en Buenos Aires la Federación Universitaria Argentina. El día 22, el interventor Matienzo anunció un proyecto de reformas del estatuto de la universidad. Ante ello, los estudiantes levantaron la huelga y las clases pudieron dictarse normalmente.

Un nuevo conflicto se desató a propósito de la elección del nuevo rector llevada a cabo el 15 de junio. Los estudiantes, ahora organizados en la Federación Universitaria de Córdoba, levantaron la candidatura del liberal Enrique Martínez Paz pero la asamblea consagró rector a Antonio Nores, miembro de la Corda Frates, agrupación ultra conservadora. Como respuesta, los reformistas ocuparon el recinto, expulsaron a la policía y a los matones al servicio de las autoridades, y llamaron nuevamente a la huelga general.

La lucha estudiantil logró el acompañamiento de los estudiantes de las demás universidades nacionales. También obtuvieron la adhesión de la Federación Obrera de Córdoba lo cual marcó el nacimiento de una alianza destinada a protagonizar momentos históricos, tal como ocurrió en los días del Cordobazo, en 1969.

El 21 de junio se dio a conocer el “Manifiesto liminar de la Reforma Universitaria” redactado por Deodoro Roca. Este documento sintetizaba, además de un fuerte anticlericalismo, su compromiso por la emancipación latinoamericana. En setiembre, la universidad fue nuevamente ocupada y los estudiantes se hicieron cargo de su gobierno. José Salinas, el nuevo interventor, ordenó el desalojo pero la causa reformista había triunfado. El decreto de reforma del estatuto contemplaba la docencia libre y la participación de los estudiantes en el gobierno de la universidad. Hacia 1921, la reforma se impuso en el resto de las universidades.

También pasaron a formar parte de la tradición reformista el carácter electivo de las autoridades, la selección del cuerpo docente a través de concursos públicos, la periodicidad en el ejercicio de la docencia, el compromiso de la universidad para con la nación y la defensa de la democracia, la autonomía política, docente y administrativa, la extensión universitaria y la libre asistencia a las clases.

Contexto

Para entender este acontecimiento es necesario hacer referencia al contexto histórico en el cual se produjo. La Gran Guerra europea puso en crisis los valores occidentales y, en contraste, América aparecía como la depositaria  de todas las esperanzas de la nueva generación. La revolución rusa, por otro lado, proclamaba no solo el fin del imperio de los zares sino el momento inaugural de una nueva humanidad de la mano del sujeto histórico que inspiraba por doquier movimientos populares y revolucionarios: la clase obrera.

En Argentina, una clase media surgida de la inmigración y la evolución económica y con ella el proceso de urbanización, asumía las banderas de la reparación. Hipólito Yrigoyen encarnaba el triunfo de la Causa sobre el Régimen, desplazando del gobierno a los representantes del poder oligárquico. Y fue justamente aquel gobierno el que contribuyó a la causa estudiantil que produjo a la revolución en los claustros.

El clima revolucionario que se respiraba en el mundo y el proceso de democratización iniciado en Argentina estimularon al estudiantado cordobés a exigir reformas que sacaran a la universidad del estancamiento premoderno y la pusieran a tono con la época y los cambios que se verificaban tanto en el terreno de la ciencia como en las ideas pedagógicas y en el ámbito social.

De aquí que resulte erróneo reducir el proceso reformista a una pura reivindicación académica. Como señalara José Carlos Mariátegui por su estrecha y creciente relación con el avance de las clases trabajadoras y con el abatimiento de viejos principios económicos, no puede ser entendido sino como uno de los aspectos de una profunda renovación latinoamericana.

Como un relámpago que anuncia la lluvia reparadora sobre una tierra castigada, en las décadas que siguieron la rebelión estudiantil alcanzó al estudiantado de Chile, Perú, Cuba, México, Paraguay y Brasil.

Desde el punto de vista ideológico, los iniciadores del movimiento reformista sostuvieron posiciones muy diversas entre sí, tanto que dieron cabida a liberales, anarquistas, comunistas y socialistas. Y en ese clima de entusiasmo por la redención y la justicia surgieron líderes intelectuales y políticos que dejaron su marca en la vasta extensión del continente americano. Más allá de la heterogeneidad de sus raíces ideológicas, los reformistas tuvieron claridad  en cuanto al enemigo que debían enfrentar: las expresiones más radicales de la derecha, el oscurantismo clerical, el conservadurismo, el militarismo y el fascismo.

¿A quiénes pertenece entonces la herencia reformista?

Ciertamente, el mundo ha cambiado. Ya no soplan vientos de transformación portadores de promesas de mundo mejores. No solo fracasó la construcción de un hombre nuevo. También sucumbieron los movimientos emancipadores y los proyectos progresistas. El capitalismo, en su fase más regresiva, relega al hambre y la desesperación a enteros colectivos humanos. En Argentina, en tanto, los continuadores del Régimen, modernos conservadores de traje sin corbata, sonríen satisfechos: han vuelto a ser gobierno no solo con el voto ciudadano sino en singular maridaje con los portadores de la Causa, supuestos herederos de la gesta reformista.

Poca cosa puede esperar la universidad de un gobierno cuyos gestos y actos transparentan un claro desprecio por la educación pública, en especial la superior. Desde el intento de designar al frente de la Secretaría de Políticas Universitaria a un empresario del mundo mediático y deportivo hasta por los repetidos episodios de avasallamiento de la autonomía universitaria con fines intimidatorios o directamente represivos.

Un imaginario tribunal de la historia, dictaminaría que solo tienen derecho a proclamarse herederos de la Reforma quienes luchan por sostener la autonomía universitaria, contra la privatización y la degradación de las instituciones públicas, contra la supresión del estado de derecho y contra las lógicas que conducen a renovadas corruptelas y escaladas represivas. En estos tiempos de malas nuevas para las universidades y la investigación científica, intelectuales, estudiantes y trabajadores deberíamos retomar las consignas del 18’, quizás redactar un nuevo manifiesto.

Jorge Saab es docente e investigador universitario.
Primer director del Instituto de Estudios Socio Históricos de la Facultad de Ciencias Humanas de la UNLPam.
Fue decano de esa institución.