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Los diez años de resistencia de Yancamil

En 1877 el ministro de Guerra Julio Argentino Roca solicitó al Congreso dos años para finiquitar el problema del indio: uno para prepararse y otro para ejecutar el plan. Se lo llamó Conquista del Desierto.

Publicada en enero de 2018

En ese nuevo contexto adverso hacia los indígenas, tras los cambios de paradigmas de la organización nacional, en octubre de 1878 se renueva un Tratado de Paz con los ranqueles, aunque el gobierno sabía que no cumpliría. A los pocos días, un contingente tribal guiado por Yancamil se dirige a Mercedes, San Luis, a cobrar las raciones y sueldos estipulados, pero son emboscados por Rudecindo Roca, hermano de Julio, provocando una carnicería, incluidos niños y mujeres, bajo la nebulosa sospecha de una actitud hostil, nunca comprobada.

Se profundizaba así la supresión de todo lo que fuera refractario al proyecto liberal de la Generación del 80, que ahora podía moldear el país a su arbitrio, incluso ungiendo con sangre el andamiaje asimétrico y excluyente de una Argentina pretendidamente aséptica y paqueta, que sería —a poco andar— el granero del mundo. Remesados, más de 400 prisioneros ranqueles son llevados como mano de obra barata a los cañaverales tucumanos. Rudecindo se aseguraba al mismo tiempo el apoyo de los terratenientes a la candidatura a Presidente de su hermano, ocupado en esos días en el plan de la Conquista. Desde aquel lejano “entonces” —que nadie lo dude— hay vencedores y vencidos.

Claro que los vencidos también se rebelaban. Sin patria, familia ni dioses tutelares, Yancamil es reclutado por Reducindo para el Regimiento 12 de Infantería, en un intento brutal de disciplinamiento social. Como el gaucho Martín Fierro, el cacique deserta del cantón puntano y a pura uña de caballo rumbea hacia las travesías pampeanas. Reagrupa a dispersos de su tribu que vagaban famélicos y desconcertados, y se aventura, durante la década posterior a la hecatombe ranquel, en un destino contestatario al Estado Roquista. Gesta aletargada en los repositorios oficiales del Ejército, en amarillentos expedientes que desgranan hechos y nombres de existencias imperceptibles, desdeñados por la historia oficial, por incómodos, por inconvenientes.

Las zozobras de Yancamil y su reducida legión de guerreros quedan expuestas al armar el mosaico de fechas y lugares, de pequeños combates y pillaje de hacienda para la subsistencia del grupo errante. Igual mantenían en constante movimiento a las fuerzas nacionales que hacían de “policía del territorio”, desde los recién fundados pueblitos de Victorica y General Acha.

Los

partes militares son elocuentes de la virulencia de la persecución, pero uno resume todo: “la pequeña tribu de Yancamil, dos veces sublevada, de unas 60 personas, fue tres veces perseguida y batida en La Pampa, derrotada y deshecha siempre, salvándose 14 indios que se corrieron a los Andes”. Por la rastrillada del Cholar y Covunco, fuertemente custodiada por partidas ligeras de militares (los temibles “choiqueros” de Saturnino Torres), Yancamil logra pasar a Chile y regresa con su primo Guaiquigner y otros refugiados desde la encerrona de 1879. Entran por La Gama (actual Carro Quemado) donde atacan un pequeño fortín, procurándose cabalgaduras, refriega en la que mueren tres soldados.

Poco después, el 19 de agosto de 1882, se produce Cochicó, un hecho magnificado por los militares, con pirámide, plazoleta y héroes incluidos. Sugestivamente es la única escaramuza conservada en la memoria popular comarcana,

a la que le siguen choques menores durante otro año. Sin elementos, cercado, en el extremo de la miseria, Yancamil es apresado y, previa prisión en el fortín Victorica, lo remiten a la isla Martín García donde llega en el invierno de 1883, tras cinco años de tozuda resistencia. Allí se reencuentra con sus tíos Epumer Rosas, Melideo y los restos de la tribu, prisioneros en calidad de indios vencidos.

Lo destinan al horno de ladrillos con centinela a la vista. En diciembre Yancamil, Pincén y otros trece ranqueles, se fugan en una falúa cruzando a Carmelo, Uruguay. El escándalo de la fuga internacional es silenciado en la prensa metropolitana, aunque origina sotto voce reclamos oficiales ante el gobierno oriental de “devolución de los referidos criminales para efectuar ejemplar castigo”.

Devueltos los prófugos, reaparece la figura de Rudecindo Roca, ahora gobernador de Misiones y —fruto del más descarado nepotismo—, con 285 mil hectáreas de su propiedad. En fugaz y expeditivo trámite solicita a su hermano ya Presidente, a todos estos ranqueles para destinarlos a su ingenio azucarero “San Juan”, sobre la costa del Paraná, frente a Paraguay. Las condiciones de trabajo servil reservada a los indios cautivos generaron levantamientos y fugas.

201801 1 La larga persecucion de los pueblos originarios

Ingenio San Juan en Santa Ana, Misiones, lugar del último acto de resistencia armada de Yancamil.

Entre 1884 y1888 se contabilizan cinco intervenciones sangrientas del Regimiento 3 de Línea en el ingenio. De la sublevación capitaneada por Yancamil y Melideo existe un expediente de julio de 1888 en los archivos de Misiones, que da cuenta de los detalles. Consistió en un saqueo en procura de armas, con un prolijo repliegue hacia el río, donde se apropian de un vaporcito que durante toda la tarde va cruzando en tandas a las familias a la costa paraguaya, mientras los hombres resisten la represión del Ejército. Se registran varios muertos de ambos lados. Ya en tierras paraguayas los Guayaquíes los reciben y cobijan, y las autoridades hacen oídos sordos a los airados reclamos de extradición de los esclavos fugados. Años más tarde, ya como hombre libre, Yancamil volvió a tierras pampeanas, donde murió en Victorica el 8 de febrero de 1931 a los 112 años de edad.

No hay dudas que la apretada síntesis encierra mucho sufrimiento pero también la determinación de quien eligió el camino de la dignidad ante la indignidad de un Estado que representó y resguardó los intereses de la oligarquía terrateniente. La estigmatización, la demonización del otro, son sombras del pasado que hoy vuelven y acechan en latente y vigoroso barbecho, con un macabro consenso de gran parte de la sociedad.

José Carlos Depetris es investigador de la historia regional