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LA MOLLISON: UNA EXPERIENCIA DE PERMACULTURA EN SUELO PAMPEANO

“Somos la primera generación que intenta vivir sin eso; salió mal y estamos tratando de corregir el error”. “Eso” es la conexión del ser humano con su entorno natural, su disposición para producir al menos una parte de los alimentos que consume, y es algo que se perdió hace apenas medio siglo. Quien lo dice es Alejandro Rabinovich, docente e investigador de Historia de la UNLPam que, junto con su compañera, Dolores Linares –también docente e investigadora, pero de Geografía y Ciencias Sociales–, hace nueve  años se embarcaron en la aventura de vivir de otro modo, mucho más arraigado a la naturaleza, tomando como modelo la permacultura.

“Producir una parte de tus alimentos es un gesto humano fundamental –dice Alejandro–, es algo que te ancla a la lluvia, al clima, a las estaciones, al suelo, a los insectos, es algo que te conecta”. Lo afirma mientras muestra La Mollison, el resultado de casi una década de trabajo que convirtió un terreno prácticamente arrasado en Toay, en una quinta llena de frutales, hortalizas y plantas nativas,a partir de una certeza: “como especie estamos llegando a un momento crítico de cómo vivimos en el planeta y nos estamos dando cuenta de que no estamos desconectados de la naturaleza y que tenemos que cambiar la forma en que nos estamos relacionando con el medio ambiente”.

Tras unos años de formación académica en Francia, la pareja decidió que su regreso al país no podía llevarlos a un departamento en una gran ciudad. Sabían que querían (y necesitaban) otro estilo de vida y descubrieron que en la permacultura –un método delineado inicialmente en Australia en los años 70– había algunas respuestas a las inquietudes ambientales que traían.

La permacultura

Hace cinco décadas, un grupo biólogos y ecologistas australianos preocupados por el daño que estaba produciendo la agricultura industrial a escala planetaria, investigaron por qué los ecosistemas naturales funcionan cada vez mejor, con mayor riqueza, fertilidad y biodiversidad, a diferencia de los artificiales, que se van empobreciendo con el tiempo. Llegaron a la conclusión de que era posible diseñar los espacios y producir imitando lo máximo posible el funcionamiento natural. Así comenzaron a desarrollar el método de la permacultura, que suma cada vez más conocimientos compartidos e impulsores. Entre ellos Dolores y Alejandro.

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Dolores Linares, docente e investigadora en Geografía y Ciencias Sociales.

Tras hacer un curso de diseño en El Bolsón, la búsqueda de un espacio donde concretar el proyecto se transformó en la clave que los trajo a La Pampa: no tenía que estar plantado con soja, para que no hubiera glifosato cerca; tenía que estar cerca de una universidad, para que pudieran trabajar en su especialidad; y no tenía que estar lejos de la ciudad, porque querían que sus hijos fueran a la escuela pública. Además, tenía que estar al alcance de sus ahorros.

En Toay, después de recorrer medio país, encontraron un lugar en el que se daban todas las condiciones, en particular el hecho de que siga teniendo un código urbanístico basado en el viejo concepto de zona de quintas alrededor del casco urbano, con terrenos no menores a una hectárea, pensados para abastecer al pueblo con su producción, algo que poco a poco –lamenta Alejandro–, se está perdiendo.

“Cuando llegamos acá no había ni rosetas: habían sacado los caldenes y se habían llevado el suelo con una topadora para hacer ladrillos” cuentan a coro. Así que el primer desafío era reforestar el lugar y armar una cortina de viento en el lado sur, que protegiera el interior del predio. Empezaron plantando una quíntuple línea de especies nativas (jarilla, cinacina, barba de chivo, molle negro, caldén) con riego por goteo. Les llevó dos años lograr que creciera y no fue hasta que se les ocurrió hacer una primera línea de contención del frío con un cerco de cactus, que ayudó a que se consolidaran las nativas.

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Huerta en forma de domo

Una red solidaria de conocimientos

Cada paso resultó un aprendizaje, porque una cosa es lo que dicen los libros y otra bien diferente su práctica sobre el terreno y las condiciones específicas de cada lugar. Por ejemplo, la cortina de vientos funciona, además, como un corredor biológico y tanto los pájaros como los insectos que pueden afectar alos 16 árboles de nuez que plantaron detrás, se van hacia las plantas nativas, que es su habitad natural. Ese conocimiento adquirido se comparte en una gran red solidaria y colaborativa para la difusión de la permacultura. Desde México y Chile, en regiones con climas similares, han recibido consultas para compartir experiencias.

Inspirados en esa premisa y con una evidente vocación pedagógica, en 2019 crearon el canal de Youtube “La Mollison permacultura pampeana”, en el que muestran cada paso que dan en el diseño y desarrollo del proyecto y que ya alcanzó casi 900 mil visualizaciones. Los videos más vistos son los que muestran la biopiscina, un espacio que, como todo en el método permacultural, cumple múltiples funciones integradas con el resto del sistema, siempre en procura de cerrar ciclos de reutilización máxima de los recursos. En este caso, el ciclo del agua.


En una zona semiárida como la nuestra –explica Alejandro–, el agua es un recurso crítico y su aprovechamiento puede ser mucho más eficiente que el que le damos habitualmente. En La Mollison se recolecta toda el agua de lluvia de los techos en grandes depósitos, que incluyen la biopiscina, un reservorio que, además de tener un espacio para nadar, tiene una gran superficie de filtrado natural, con una gran diversidad de flora y fauna que mantiene limpia el agua sin necesidad de químicos. Cuando pasan el barrefondo, el agua se usa para riego y es una reserva en caso de incendios.

El piso no siempre es suelo

Otro factor clave en el desarrollo del proyecto fue el suelo. “Vos podés tener piso, pero eso no es tener suelo” afirma Alejandro. Por eso la idea es cultivar el suelo y no la planta. En permacultura, ese suelo que protege y aporta nutrientes a las raíces se conoce como “mulch”. Les llevó dos años armar un colchón de unos 40 centímetros de material orgánico en toda el área destinada a los árboles frutales. Recurrieron a los desperdicios de aserraderos y todo el chipeado del arbolado urbano de Santa Rosa, que fueron volcando en el lugar. “Como todos –recuerdan–, nosotros primero plantamos los frutales, pero nos dimos cuenta de que les costaba mucho crecer y desarrollarse, hasta que pudimos cubrir todo el suelo con este mulch que hace que las raíces ya no tengan shocks de calor ni de frío, tienen una humedad constante, y ya casi ni regamos”.

En la zona destinada a la huerta tipo “jungla” –una modalidad pensada para el autoconsumo, con gran diversidad de hortalizas, en general perennes–, el suelo es alimentado con el producto de composteras en las que se completan los ciclos de reutilización de residuos de la casa, del gallinero y del predio en general. “Uno diseña la casa y el espacio de manera en que no genere residuos, que no contamine”, explica Alejandro. “Contaminar es un residuo, un recurso mal utilizado, pero si uno diseña bien, todo lo que entra en la casa se queda y sigue circulando”.

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Biopiscina, con espacio para nadar y para flora y fauna

La casa misma fue concebida como construcción bioclimática para aprovechar al máximo la luz solar y reducir todo lo posible la necesidad de consumo de energía externa para enfriarla o calefaccionarla, un aspecto clave en una zona que no cuenta con gas natural. No se trata de renunciar al confort que ofrece la tecnología, señalan, sino de transicionar hacia un modelo en el que se requiera cada vez menos uso de energías que, en su origen o en su fin de ciclo, resulten contaminantes o perjudiciales para el medio ambiente.

Una transición que se puede hacer a cualquier escala, porque el concepto de permacultura se puede aplicar en una maceta en un balcón, en un patio o en grandes extensiones de tierra, como lo demuestran experiencias de producción agraria e incluso ganaderas, algunas de ellas en la misma provincia de La Pampa.

“El ser humano no está bien cortado de la naturaleza y cortado de la producción de alimentos, que es algo fundamental; aunque sigas yendo a la verdulería o al supermercado, producir una parte de tus alimentos es un gesto humano fundamental, es una cosa muy humana que la tenemos desde que nos bajamos del árbol y la perdimos hace 50 años nomás, porque nuestros abuelos la tenían”, resume Alejandro. Y es algo que quedó expuesto, más que nunca, con la pandemia. “Nos obligó a estar encerrados y nos puso un espejo enfrente que nos hizo ver cómo vivís, dónde vivís, qué y cómo consumís, y mucha gente se dio cuenta de que quería estar encerrado en un campo o en otro tipo de lugar y no en su casa, y salieron a buscar otros espacios”.