La historia de la CPE puede resumirse en una búsqueda permanente del bienestar de sus asociados y usuarios. La autogestión, es decir la forma propia de organizarse de una comunidad, es una herramienta vital para hacer frente a las necesidades que van apareciendo y las posibilidades de solución que alguien puede concebir, y después –si se dan las condiciones- realizar. En este sentido la fábrica de hielo de la CPE fue un recurso concreto que durante más de 30 años benefició a cientos de familias.
Publicada en enero de 2014
Fines de la década del 30. Es factible imaginar una Santa Rosa con veranos tórridos, probablemente mucho viento, polvo en el aire y las calles la mayoría de tierra. También es posible imaginar las charlas entre los entonces dirigentes de la Cooperativa para encontrar o inventar propuestas que significaran una solución.
La producción de hielo ya tenía su historia y en muchos lugares las modernas “neveras” habían ganado su espacio. Pero no era el caso de Santa Rosa. Fue durante 1939, después de haber encarado un estudio de factibilidad, que se decidió darle forma a una fábrica de hielo y rápidamente se inició su construcción en la esquina de Raúl B. Díaz y 1º de Mayo. No era que no hubiese pero no llegaba a la gran mayoría de los vecinos. De hecho, cabe recordar que la provisión de hielo en pequeña escala estaba a cargo de una empresa oriunda de Catriló, que comercializaba el producto en un local ubicado en la esquina de 25 de Mayo e Yrigoyen.
La suerte estaba del lado cooperativista. Tal como ya se sabía, en 1940 el Frigorífico Regional de Santa Rosa cerraría sus puertas. Muchas de sus máquinas podían resultar de utilidad y desde la CPE se establecieron los contactos necesarios. Además se acordó con la compañía Alfa Laval el montaje y la provisión de otros equipos originales. El 1º de noviembre fue un día importante: los equipos fueron probados con éxito, ya no había marcha atrás. Al contrario, los resultados apuraron todo el proceso y el día 7 comenzó la distribución de hielo al vecindario, aunque en forma provisoria.
Claro, la expectativa de los vecinos pegó un salto y se acercaron a la CPE porque, además, se determinó un primer reparto gratuito de las barras de hielo. Algunas de las barras trozadas por los operarios fueron en calidad de donación al Centro Maternal Infantil, a la Sociedad de Beneficencia (hospital) y al Asilo de Ancianos. Un triunfo cantado que exigiría nuevas medidas.
Distribución domiciliaria y más agua
Crecer ante las expectativas generadas por una determinada prestación es un desafío común en la cadena de servicios organizados por la CPE. Es histórico. Hoy se vive con CPEtv. Pero regresemos a los inicios de los años 40. Con el objetivo de agilizar las ventas y lograr una buena distribución se realizó un acuerdo con Miguel Pesce. Don Miguel tenía su propia experiencia: era repartidor de pescado y en forma inmediata dispuso de un carro cerrado para transportar las barras de hielo a distintos puntos de la ciudad (ver foto).
Crecía la distribución y aumentaba la demanda pero un elemento vital, siempre complejo en nuestra geografía, es el agua. No abundaba, había que buscarla y sacarla de entre las piedras si era necesario. Primero son las ideas y entre ellas se estudió la posibilidad de construcción de una planta de destilación de agua para obtener hielo cristalino. En abril del 42 la comuna acercó una nota a la CPE en la que sugería la utilización de agua de lluvia para la producción de hielo. “De esta manera -argumentaban- aumentará su calidad”.
La sugerencia fue tomada en cuenta. Entonces se iniciaron gestiones ante las autoridades del viejo ferrocarril Oeste para que se permitiera colectar el agua de lluvia de los desagües de sus galpones ya que la recolectada de los propios galpones de la Usina resultaba insuficiente para satisfacer el creciente requerimiento. En marzo de 1943, al cierre del Ejercicio, se destacaba que la producción de hielo había superado las 37 mil barras, en el último período.
Préstamo
Crecer cuesta. Ya en mayo se determinó la toma de un préstamo del Banco de la Nación Argentina por la suma de 200 mil pesos. Este monto sirvió para unificar deudas pero en particular para la adquisición de motores y enfrentar los gastos que demandó la instalación de la fábrica de hielo. Durante 1945, bajo la presidencia de Alfonso Corona Martínez, el Consejo de Administración resolvió un plan de expansión que incluyó la ampliación de la fábrica de hielo, una cámara frigorífica para frutas y verduras y la extensión del servicio de provisión eléctrica a la localidad de Toay.
Desde aquellos días hasta el año 1965 todo marchó muy bien, pero el incremento de heladeras eléctricas ganó espacio social y las barras de hielo empezaron a perder vigencia. Empezaba, de a poco, a cerrarse un ciclo. El consumo experimentó una gran declinación. Sin embargo el Consejo acordó, aún admitiendo que la fábrica de hielo atravesaba un momento muy crítico, mantenerla en funcionamiento por la función social que representaba para los vecinos que aun no habían accedido a los refrigeradores eléctricos.
El lógico adiós
Una década después, la fabricación de barras de hielo llegó a su fin. La progresiva merma en la demanda determinó el cierre de la producción. El último dato oficial registra la elaboración de 10.500 barras anuales. Con la impecable lógica que impone el avance de los servicios y la tecnología llegó el momento del adiós definitivo.
En1991 la Secretaría de Planeamiento Urbano incorporó el salón de la Usina y la Fábrica de Hielo en su Programa de Relevamiento Arquitectónico. Hace muy poco tiempo, el pasado 17 de noviembre de 2011, ya próximos a acceder al beneficio de su jubilación, un grupo compañeros de trabajo y dirigentes de la Cooperativa organizaron un agasajo a dos de los empleados más antiguos de la Cooperativa Popular de Electricidad, Oscar Andragnez y Miguel Godoy, quienes cumplieron tareas iniciales en la antigua, y siempre muy bien recordada, fábrica de hielo.