Pocas personas recuerdan el origen de la planta pasteurizadora de productos lácteos de la CPE. Santiago Marzo tomó el guante arrojado por los tamberos, a pesar de los consejos de los contadores cooperativos. Privilegió el bienestar de la comunidad.
Cuando en 1966 un grupo de productores rurales le ofreció a la CPE hacerse cargo de la producción y comercialización de la leche que producían los tamberos de la zona, se originó un debate histórico entre los consejeros. El centro de tamberos estaba a punto de fundirse, y sus integrantes vieron en la cooperativa la salida a una crisis. Pero los contadores de la CPE hicieron números y advirtieron que la nueva actividad provocaría un seguro déficit en la entidad. En otras palabras, el servicio eléctrico iba a tener que subsidiar la elaboración de productos lácteos.
El entonces gerente de la cooperativa, Santiago Marzo, presentó un informe ejemplar asegurando que “el bien común estaba muy por encima de los números de la CPE”. Y advertía sobre la desnutrición infantil que se iba a padecer en la zona por la falta de leche o su encarecimiento. “Los números siempre pueden mejorarse”, confiaba.
Pasaron los años y la CPE, a través de “Lácteos Pampa” (luego “Yapay”) se convirtió en reguladora del precio regional de la leche, absorbiendo los millones de litros producidos por tamberos locales, a quienes incentivó con asistencia técnica y apoyo económico a una paulatina incorporación de tecnología.
Con el correr del tiempo las cosas cambiaron. La década del 90 fue terrible para las economías regionales. La libertad de mercado y la convertibilidad llevaron a muchas empresas lácteas poderosas a dejar de exportar para vender sus productos (elaborados a gran escala) en el país. Salieron a la búsqueda de nuevos mercados locales y, entre sus estrategias comerciales, incluyeron la eliminación, silenciosa pero sin pausa, de toda empresa regional que pudiera hacerles competencia: ofrecieron unos pocos centavos más por litro de leche a los tamberos que abastecían a la CPE.
En la Memoria y Balance de la cooperativa del período 97/98, la Planta Láctea de la entidad sostenía: “El recibo de leche en el presente Ejercicio fue de 5.070.256 litros, significativamente inferior (un 25,5%) al ingreso registrado en el Ejercicio anterior. (...) La merma en el recibo de leche se debió fundamentalmente a la decisión de cuatro importantes tambos que comenzaron a entregar su producción a otras empresas que compran en la zona. (...) El precio por litro -continuaba el informe de 1998- ha registrado un leve incremento en el promedio de este Ejercicio. La presencia en la zona de grandes empresas lácteas ha sido el motivo de la suba de precio de la grasa butirosa en su afán de captar litros para sus plantas fuera de la provincia. Esta ha sido la causa de la deserción de algunos tamberos”.
En numerosas y recordadas reuniones realizadas por los dirigentes cooperativos para evitar el cierre de la Planta Láctea, se les advertía a los productores que ese precio ofrecido por su litro de leche era “pan para hoy, hambre para mañana”.
El fin
Finalmente la Planta cerró. Fue una de las tantas empresas regionales ligadas a la producción que sufrió los embates de una década liberal. También una víctima más de cierta mentalidad que se infiltró como veneno en los protagonistas de las distintas instancias económicas: olvidarse de sus pares a la hora de buscar mayor rentabilidad.
Los productores y dirigentes agropecuarios han manifestado en los últimos meses ser prisioneros de las grandes empresas lácteas y no tener alternativas viables para colocar su producción diaria, problema que ha forzado a muchos de ellos a abandonar los tambos para dedicarse al cultivo de soja o rentar sus campos.
El aumento en las retenciones a la exportación de ese cultivo los obliga a enarbolar banderas de lucha “por las economías regionales”. Una buena forma de luchar por estas economías es recordar su actitud en otras épocas. Para no repetirla.