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LA TEORÍA DE LA ARAUCANIZACIÓN

Hace varias semanas, y en el marco de las luchas mapuches y la desaparición forzada de Santiago Maldonado, se ha visto y escuchado en varios medios de comunicación la reiteración de una afirmación antigua y que se da por cierta: que los mapuches (o araucanos, como también suelen decirle aún) no pueden reclamar territorios en Argentina porque sus antecesores son invasores de Chile.

Publicada en octubre de 2017

Una versión académica de esta idea usaba la noción de araucanización: una serie de migraciones desde Chile de indígenas que tenían prácticas agrícolas y, al invadir a los grupos indígenas del este de la Cordillera de los Andes, se habrían convertido en cazadores-recolectores y saqueadores de las estancias bonaerenses.

Esta visión estereotipada tuvo sus orígenes a fines del siglo XIX -en particular con la obra de Estanislao Zeballos-, y sirvió como justificación ideológica de las campañas militares de la época que se conocen como “Conquista al Desierto”. Más tarde se afianzó en las universidades argentinas, a partir de la década de 1930, momento de auge del nacionalismo argentino y del desembarco de la escuela histórico-cultural en la academia antropológica. Esto se hizo a través de personajes como José Imbelloni, Salvador Canals Frau y -luego de la Segunda Guerra Mundial- Marcelo Bórmida y OswaldMenghin, la mayoría de los cuales eran refugiados tras haber sido funcionarios o simpatizantes de los regímenes nazis y fascistas.

Como la mayor parte de los antropólogos que se formaron hasta fines de la década de 1970 lo hicieron en departamentos de antropología controlados por personajes tan nefastos, la “teoría de la araucanización” tuvo larga vida, e incluso fue sostenida hasta su fallecimiento en 2008 por académicos como Rodolfo Casamiquela. Pero a partir de la década de 1980, con el regreso de la democracia a nuestro país y el retorno del exilio (interno y exterior) de varios investigadores a las universidades argentinas, el ámbito de los estudios indígenas comenzó a renovarse y las investigaciones de otros historiadores, arqueólogos y antropólogos, comenzaron a criticar fuertemente los enfoques que sustentaban, entre otras, la idea de la “araucanización” hasta descartar el concepto.

Nuevas miradas

Según la evidencia arqueológica, entre los siglos XVIII y XIX y aún antes, los grupos indígenas de uno y otro lado de la cordillera ya estaban en permanente contacto, tenían intercambios comerciales y espacios y rutas en común. Y los que venían del oeste no eran solamente mapuches, sino de distintos grupos étnicos, y tenían parientes y aliados en esta región. Esto no significa que no hubiera momentos de violencia, pues varios grupos competían por territorios con recursos valiosos, pero el proceso fue mucho más complejo y extendido en el tiempo.

La idea de que los mapuches se habían convertido aquí en cazadores-recolectores-saqueadores tampoco tenía sustento: demasiadas fuentes históricas demuestran las frecuentes prácticas agrícolas y grupos especializados en cría de ganado, o producción de textiles, y espacios de intercambios entre los diferentes grupos.

201710 El mito de los mapuches como invasores chilenos 2

Suplemento especial del diario Clarín “Centenario de la Campaña del Desierto”, 11 de junio de 1979, página 41. El suplemento completo puede descargarse como documento anexo del artículo de Javier Trímboli “1979. La larga celebración de la Conquista del Desierto”, disponible en revista Corpus, Archivos virtuales de la alteridad americana, vol.3, nro.2, año 2013  https://corpusarchivos.revues.org/568

El territorio controlado por los distintos grupos indígenas de la región no pertenecía a los Estados argentino ni chileno, porque no tenían soberanía sobre ellos y, de hecho, hasta fines del siglo XIX el Estado argentino no terminó de constituirse. De manera que mal puede decirse que los mapuches eran “chilenos”. En cuanto a la idea de la “invasión”, varios grupos indígenas se asentaron en la región pampeana, pero en ocasiones eran contingentes de personas de distintos orígenes étnicos. Cuando el gobierno bonaerense comenzó a atacarlos militarmente, estos llamaron a algunos parientes y aliados trascordilleranos para reforzar sus números y poder hacerles frente, dado el claro avance sobre sus propios territorios.

El simplismo de reducir los grupos indígenas de la región a tehuelches, ranqueles, pampas y mapuches también fue descartándose: había grupos de distintas escalas y parcialidades que se identificaban con nombre, como los gününakënna -o tehuelches-, los rankulche, los pehuenche; otros eran denominados de acuerdo con su ubicación geográfica (huilliches, voroganos, arribanos, costinos, llanistas, comarcanos), o según el líder al que respondían (gente de Coliqueo, gente de Pincén, pincheirinos -seguidores de los hermanos Pincheira), y que estaban conformados por integrantes de distintos grupos étnicos.

Enemigos internos

Pero si se demostró que la “teoría de la araucanización” no tenía ninguna base científica, ¿por qué está tan instalada en el sentido común? Creemos que ello se debe a que esta idea fue la gran justificadora de prácticas genocidas contra los indígenas de Pampa y Patagonia a fines del siglo XIX y de la construcción del Estado-nación frente a supuestos “enemigos internos”. La idea se repitió en su momento en medios de prensa, y desde distintos niveles estatales (nación, provincias, territorios nacionales, municipios) se exaltaron -y se exaltan- valores del “progreso” frente a la “barbarie” que representaban los grupos indígenas. Hubo monumentos, conmemoraciones, calles, plazas, ensayos, poesías, desfiles, y durante décadas se reiteró esta visión. Los medios de comunicación, especialmente en las provincias patagónicas, no dejaron de insistir en ello y hace al menos siete u ocho años que medios como La Nación vienen publicando sistemáticamente notas que sostienen estas versiones perimidas.

Este ejercicio de memoria parece bien planificado: contribuyó en un momento no sólo a reiterar la justificación de la campaña sino a exaltar el papel de las fuerzas militares. En 1979, el diario Clarín publicó un suplemento de más de 60 páginas reivindicando la campaña al desierto. En ese contexto, se incluían varios auspicios como el de Naya Publicidad en el que se leía: “Nos esperan otras Campañas del Desierto”. Dicho en pleno 1979 sonaba ciertamente amenazador. Casi tanto como las palabras del actual candidato a senador por Provincia de Buenos Aires, Esteban Bullrich, cuando, como Ministro de Educación, en 2016, afirmó: “esta es la nueva Campaña del Desierto pero sin espadas, con educación”.

La impactante foto

La “Conquista del Desierto” fue una enorme campaña militar del Estado argentino para ampliar sus fronteras productivas a territorios hasta entonces habitados por varios grupos de pueblos originarios. La avanzada “civilizatoria” -como fue presentada- se cobró la vida de miles de indígenas y el sometimiento y la explotación de los sobrevivientes. Detrás, terratenientes y aventureros en busca de riquezas, financiaron y colaboraron en el exterminio. La fotografía que ilustra este artículo pertenece a la colección de uno de ellos, el explorador rumano nacionalizado argentino, Julius Popper, quién se la obsequió al presidente Miguel Juárez Celman. Se observan una cacería de indios selk'nam en 1886, cerca de Bahía San Sebastián, Isla Grande.

*Claudia Salomón Tarquini es docente e investigadora de la UNLPam