La argentina rural, en los últimos veinte años, ha sido testigo de una serie de cambios en la estructura social y productiva. Estos procesos se vinculan directamente con las nuevas valorizaciones de los recursos naturales, asociadas con el avance del capitalismo sobre la rica y diversa producción familiar.
Publicada en marzo de 2014
La penetración del capital en la Argentina en las últimas décadas, supone la expansión de la agricultura por contrato, los pools de siembra y las grandes inversiones extranjeras en los espacios rurales asociadas con actividades agropecuarias, hidrocarburíferas y con la mega-minería. Estas asociaciones expresan lógicas territoriales empresariales, guiadas por la búsqueda de ganancia en el corto plazo.
Así, regiones con una organización preexistente campesina y/o indígena como el oeste de La Pampa, se han valorizado y empiezan a recibir distintas presiones.
La novedad modifica las tramas sociales, lo que deviene, en algunos casos, en procesos de expulsión de productores familiares, a menudo poseedores de tierras fiscales o privadas y aparceros precarios. Ante la revalorización de amplios espacios del país puestos en producción para la exportación, se ha expandido la frontera ganadera, el negocio inmobiliario, la actividad turística y el impulso hidrocarburífero, siendo el oeste de La Pampa un espacio atractivo para el desarrollo de estas inversiones. En este marco, están creciendo las disputas por el uso y la apropiación de los recursos naturales.
Sin embargo, las situaciones de despojo en el oeste de La Pampa, lejos de ser recientes, tienen una raíz histórica asociada con el mismo proceso de construcción de este territorio, el exterminio de los pueblos originarios, la mercantilización y la concentración de las tierras. Además, la región también sufrió a mediados de siglo XX el despojo de sus recursos hídricos vitales, lo que ha imposibilitado el uso y manejo del agua, y con ello de la vida. A esta secuencia de despojos se suman, en los últimos veinte años, los conflictos por el acceso a los recursos del monte, la apropiación de los mismos y el avance de la actividad hidrocarburífera con las nuevas dinámicas territoriales que la actividad conlleva.
Ante la fuerte demanda de tierras para la ganadería dada la valorización de la zona núcleo agrícola, se produjo un aumento de los precios que sedujo el ingreso de agentes no agrarios al espacio rural. Estos procesos, unidos al avance del modo de vida urbano, están redefiniendo hoy las prácticas productivas de los puesteros y alterando sus tradiciones. De este modo, cambia la organización espacial del oeste pampeano asociada al uso del “monte abierto” y se ponen en tensión distintas formas de producir. A estos procesos se suma la permanente seducción que ejerce la vida urbana y la “doble residencia” (puesto/pueblo), que supone un gradual abandono de la producción caprina, una actividad socialmente femenina y el traslado definitivo de toda la familia al pueblo.
Estos procesos pueden devenir en una “descomposición” de las unidades domésticas, ya que en las nuevas realidades no existe trabajo para todos los miembros del grupo. Por otro lado, es preocupante la tenencia precaria de la tierra en la que se encuentran muchas familias y la presión que está generando sobre ellas el avance de la frontera ganadera y petrolera.
Otros problemas se asocian con la comercialización del ganado y las artesanías. La atomización de los productores y la demanda concentrada y estacional que dan como resultado productos subvaluados, con discontinuidad en la compra; o bien exigencias en calidad y cantidad que no siempre pueden ser atendidas por los puesteros/as y artesanos/as. Otro obstáculo es la necesidad de abastecerse de productos de consumo no obtenibles en el puesto, que a menudo son vendidos por ambulantes con altos sobreprecios. Además, las grandes dificultades en las vías de comunicación y el difícil acceso a los medios de transporte repercuten en altos costos en movilidad y fletes. Si bien es cierto que en los últimos diez años la incorporación de ingresos fijos a las unidades productivas desde el Estado, mediante pensiones, jubilaciones, asignaciones universales, subsidios a la producción y demás transferencias sociales, ha reducido el riesgo de abandono de las explotaciones, aun no es suficiente para garantizarlo.
En este marco, y en un conflictivo escenario por la revalorización del espacio, ¿de qué depende el futuro de los pobladores del oeste de La Pampa? Sin dudas hay una cuota de responsabilidad en la capacidad de lucha y resistencia de los grupos domésticos, pero es fundamental la toma de decisiones políticas.
Los puesteros tienen a favor la disponibilidad de mano de obra familiar, el compromiso de los integrantes del grupo doméstico con las tareas de la unidad productiva y la existencia de lógicas tendientes a la supervivencia del grupo. Ello posibilitó en el pasado la generación de distintas actividades ganaderas, artesanales y de caza-recolección dentro del “monte abierto”, espacio vital que proveyó de alimentos, insumos e ingresos extras a los grupos.
La reproducción de saberes transmitidos de generación en generación ha facilitado la supervivencia en estos duros ambientes semidesérticos. Los escasos costos de producción, combinados con un reducido y austero consumo doméstico, junto con los flexibles los sistemas de intercambio, han permitido entrelazar fuertes lazos comunitarios entre familiares, vecinos, comerciantes, religiosos y técnicos. Estas redes, especialmente en momentos de crisis, posibilitaron la generación de mecanismos de colaboración, ayuda mutua y reciprocidad. Vínculos que, unidos a un modo de vida relativamente común y a la posesión de la tierra, permitieron un uso “compartido” de los espacios de pastoreo, que hoy se disputan con agentes empresariales. Más allá de los esfuerzos realizados, el Estado deberá intervenir más profundamente en este espacio si se quiere impedir un nuevo despojo a una zona que ya ha sufrido demasiados.
*María Eugenia Comerci es Doctora en Ciencias Sociales UNPam/CONICET