Pedro Tamborini se ganó el reconocimiento de todo su pueblo a fuerza de trabajo y servicio. Una calle de Toay y el salón de usos múltiples de la Cooperativa Popular de Electricidad llevan su nombre, en homenaje a este hombre sencillo y luchador que dedicó su vida a la cooperativa.
Publicada en febrero de 2006
Quienes lo conocieron todavía recuerdan los callos que tenía en los hombros de andar con la escalera a cuestas de aquí para allá. Donde lo llamaran, estaba Pedrucho para arreglar algún desperfecto, hacer una instalación eléctrica en una casa o cambiar el farol que iluminaba la calle.
Recuerdos
Pedrucho nació en Toay en 1914 y desde chico asumió con responsabilidad los embates del destino. Tenía 15 años cuando murió su padre y debió hacerse cargo de todos sus hermanos. "Para ese entonces ya trabajaba con los motores de la usina", recuerda Pepa, su esposa, con quien se casó de muy joven. Juntos tuvieron siete hijos y compartieron una vida sacrificada, que tuvo momentos buenos y de los otros.
Durante 45 años Pedrucho y su familia vivieron en el chalecito de la calle Urquiza, ubicado al lado del galpón de la usina. "Yo todavía recuerdo cuando iba a la noche a la esquina, donde estaban los motores, para llevarle la cena a papá", dice hoy Pedro Tamborini hijo.
Con una memoria privilegiada, Pepa (así conocen a Josefa Ingrassia en el pueblo) trae al presente las historias de hace varias décadas, cuando "conectaban la luz a las 7 de la tarde hasta la medianoche", o "cuando había algún baile y pedían una hora más de luz".
Pedrucho era el encargado de la cooperativa en Toay. Durante muchos años fue el único empleado y tenía a su cargo la instalación de la red eléctrica, tomar el estado de los medidores que por aquellos años estaban adentro de las casas y hasta repartir los recibos de luz.
Como no existían los electricistas en esa época, y Pedrucho andaba siempre con las herramientas a cuestas, siempre había algún vecino que lo veía pasar y le pedía que le arregle una llave de luz o algún desperfecto eléctrico. "Él nunca explotó eso como un trabajo", dice su hijo. Y Pepa coincide: "él tenía miedo de que alguien se ofendiera si le cobraba. Le llevaban una plancha para arreglar y decía "¿qué te voy a cobrar?"... por eso nunca tuvimos nada".
Luchador
Sin auto pero con una fortaleza inquebrantable, Pedrucho recorría el pueblo de punta a punta caminando. "Recuerdo que tenía unos callos tremendos en los hombros de tanto llevar la escalera. Y recorría grandes distancias caminando de un barrio a otro de Toay", cuenta Francisco René García -el Cholo-, vecino y amigo de Pedrucho. "Era un hombre buenísimo, de mucho trabajo, un luchador; y un vecino ideal. Un hombre sin revés; lo llamaban a cualquier hora y él siempre iba", agrega.
Pepa también rescata el espíritu servicial de su marido: "antes estaban las luces en el medio de la calle y si alguien le avisaba que no andaba un foco, él iba aunque estuviera lloviendo. Y dos veces se resbaló de la escalera y se cayó".
Pepa dice, mitad en serio mitad en broma, que ella era "la secretaria de Pedrucho". "A mí también me tendrían que dar un reconocimiento porque yo era la que estaba siempre al lado del teléfono por si algún abonado pedía luz. No podía salir a ningún lado. Y cuando se cortaba la luz y Pedro iba a la sala de máquinas yo me tenía que levantar por si llamaban desde Santa Rosa".
Amigo
Pedrucho dedicó su vida al trabajo y la familia. Para aliviar la economía del hogar, tenía una huerta en el fondo del patio que regaba junto a sus hijos, y criaba gallinas ponedoras. Pero también tenía tiempo para los amigos. "Era hincha de Independiente y todos los domingos se llenaba el patio de gente que iba a escuchar el partido por radio, porque él agarraba todos los circuitos y armaba una radio. Y hasta ponía parlantes en la vereda para que escucharan los que estaban afuera", cuenta Pepa.
"Era muy buen amigo. Un hombre simple que tiene el reconocimiento que se merece", afirma Cholo García.
Jubilado
En sus últimos años de trabajo, Pedrucho fue ascendido a gerente y contaba con la ayuda de un empleado que lo asistía en algunas tareas. Y cuando habían pasado 45 años de trabajo en la cooperativa le llegó la hora de jubilarse.
"Unos meses antes yo le decía ¿dónde vamos a dormir cuando te jubiles y tengas que entregar esta casa? Porque no teníamos nada...", asegura Pepa, mientras Pedro hijo agrega: "él pensaba que nunca lo iban a sacar de ahí, que nunca iba a llegar ese momento".
Lo cierto es que corría el año 76 cuando Pedrucho tuvo que jubilarse y, con toda la preocupación encima, empezó a ver dónde podía vivir. "Una mañana salimos a buscar y consultamos al dueño de una casa para ver si la podíamos alquilar. Nos mudamos ahí y algunos meses después, cuando Pedro cobró el retroactivo de la jubilación, pudimos comprarla. Hoy puedo decir que es la casa más bonita de Toay", dice con orgullo Pepa.
Por aquel entonces, Pedrucho había reemplazado sus horas de trabajo en la cooperativa por el arreglo de electrodomésticos y otros artefactos, aunque según recuerda su hijo "sintió un vacío al dejar de trabajar". "Él tenía cosas que hacer, pero estaba preocupado por su futuro", dice, mientras lamenta la temprana muerte de su padre ocurrida en 1978. "Hacía un año que se había jubilado... después de tanto sacrificio no pudo darse ningún gusto ni disfrutar de su jubilación".
Pasaron casi 28 años desde su partida y Pedrucho sigue presente entre los antiguos pobladores de Toay. El salón de usos múltiples de la cooperativa lleva su nombre, al igual que una calle de un barrio nuevo ubicada en la entrada de su pueblo. Aún hoy, se le siguen haciendo reconocimientos en el museo local y está presente en el recuerdo de su familia y sus amigos.
"Yo tengo los mejores recuerdos de mi padre, de andar por la calle con las herramientas junto a él y que todos lo saluden... cosas simples que uno valora a través del tiempo. Pero a mí lo que realmente me sorprende es el recuerdo permanente de la gente", dice su hijo. "Ese es el mejor reconocimiento".
*Romina Maraschio es periodista