La de Simplicio Albornoz y su familia es una historia parecida a la de cientos de puesteros del oeste pampeano. Tal vez sea una de las más conocidas, porque resistieron. Pelearon con un destino en contra y no le allanaron el camino a los personeros del despojo.
Publicada en mayo de 2019
Cuando en diciembre del año pasado le entregaron la casa que le construyó el estado provincial al lado del puesto de adobe y paja que habitó su linaje desde hace casi un siglo, el corazón de Simplicio, sintió un poco de satisfacción, acostumbrado a tanta zozobra sostenida.
El nuevo techo llegó como un respaldo oficial a la reivindicación de los derechos de posesión que el puestero plantea en la justicia provincial desde hace más de una década, todavía sin definición.
Sus padres, Pedro Albornoz y Emilia Suárez, se asentaron en 1930 en el lote donde levantaron el puesto que aún es el hogar de Simplicio, en el departamento de Limay Mahuida, cuando los campos eran libres.
Nueve años después nació Simplicio en ese lugar, como dejó constancia en su libreta familiar el Juzgado de Paz. En los mapas antiguos de la provincia el sitio figura como Paso del Noque, La Amistad o Puesto Albornoz.
Durante décadas los Albornoz sobrevivieron criando chivos y otros animales que pastaban en tierras áridas y olvidadas, aún después de que a mediados del siglo pasado se cortara el río Chadileuvú, cuyo cauce pasa cerca del puesto.
La falta de interés por esas tierras hizo que durante décadas y décadas ni siquiera hubiera inquietud por levantar alambrados porque eran una inversión más onerosa que el mismo valor del suelo de la zona. Pero eso cambió.
Hacia fines de siglo, comenzó y se profundizó un proceso de corrimiento de la frontera agropecuaria y revalorización de las tierras que bordean a los territorios más explotados. Subió el valor de la tierra y creció el cercamiento de campos, florecieron los conflictos por la propiedad y la expulsión y desintegración de sectores campesinos, ante la aparición de productores que no eran de la zona y compraron campos para la ganadería.
En un contexto de tensión y conflicto, con un estado todavía ausente, algunas familias fueron expulsadas de los puestos del oeste y despojadas de sus derechos de posesión. Otras apelaron a estrategias de adaptación y resistencia en condiciones de vulnerabilidad.
El de Simplicio Albornoz es uno de los casos emblemáticos de esa resistencia. En la década del ’90, tres hermanos, empresarios bonaerenses, compraron 150 mil hectáreas en el departamento de Limay Mahuida y desalojaron a varias familias. Impulsaron el remate del lote que ocupaban los Albornoz en forma lindante a esos campos, y ellos mismos fueron los compradores, sin que la justicia ni nadie advirtiera que había poseedores habitando el lugar desde hacía décadas.
En 2012, Simplicio denunció en la justicia y en los medios que los empresarios pretendían desalojarlos de su puesto a través de violencia y amenazas. Llegaron a cercarlos con alambrados y a dejarlos sin agua, cuando impidieron el paso a la aguada que habían construido sus ancestros hacía mucho tiempo. Algunos animales murieron de sed.
Pero ellos no se fueron. Un juez obligó a los empresarios a abrir una tranquera para permitir que la familia busque agua y abastezca a los animales, mientras la pelea de fondo se dilata y los tribunales demoran una resolución sobre el reclamo.
En la actualidad, en el puesto viven Simplicio, su esposa Santa Marta Caneo y el menor de sus cinco hijos. Tienen un corral para las chivas y un galponcito para las gallinas. Desde que los empresarios tratan de echarlos, resisten arrinconados por alambrados, en el puesto ahora cercado en una lonja de 300 metros por 1.200, dentro de un lote de 5 mil hectáreas que reclaman como dueños.
El encierro en ese pedazo de campo, con piso de greda y monte achaparrado, sumió a los Albornoz aún más en una vida de subsistencia. En las mejores épocas, llegaron a tener 300 chivas. Hoy no pueden criar más 50 y algunos yeguarizos.
Simplicio cumplió 80 años en marzo de este año. A pesar de todo, tiene paciencia. Aguarda que su reclamo por la tierra avance en la justicia. Para denunciar despojos, recurrieron a los medios, los Albornoz y otros puesteros como Salustiano Suárez –también de Limay Mahuida- o Silvestre Pinedo, quien albergó en su rancho durante unos meses la banca que un diputado provincial mudó allí para frenar las topadoras que pretendían desalojarlo.
La estrategia hizo que emergiera a la superficie una situación que hasta entonces había permanecido oculta, desvelando una oscura trama de intereses y complicidades con el poder político.
Las denuncias en la justicia y la movilización –puesteros marcharon a la legislatura en Santa Rosa en 2013- desembocaron en una ley que suspendió los desalojos en forma transitoria, y se viene prorrogando hasta la actualidad.
La combinación de acciones y estrategias de los puesteros que resistieron y resisten, que no se resignan y son parte de los sectores populares que luchan, debe ser, necesariamente, objeto de estudio y análisis de los ámbitos académicos de la universidad pública.
(*) Gustavo Silvestre es periodista de El Diario y docente de la carrera de Comunicación en la UNLPam, donde participa del proyecto de investigación “Estrategias en espacios de borde en el centro argentino”.
Fotos: Adrián Pascual