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VIDA Y OFICIOS DE UNA MUJER ARGENTINA

Se llama Olga Ester Sandoval y es la única zapatera que se conoce en Santa Rosa. Hace poco tiempo se mudó al barrio Los Fresnos, a metros del parque industrial. De mediana edad, amable, demuestra confianza pues sin conocer ni esperar presentación alguna, sin saber el motivo de la visita, franquea el paso hacia el interior de su nueva vivienda. Sentada entre zapatos y herramientas de trabajo, sin preguntas previas, comienza a relatar, quizás por necesidad, jirones de su vida. En una pausa de esa vorágine de palabras y frases apuradas que descubren una historia extraña a la intención primigenia de esta nota, escucha por primera vez que el interés hacia ella radica en su oficio de zapatera.

Publicada en junio de 2003

La mujer rememora el porqué de su tarea: “Vivíamos en Córdoba y mi nena de 11 años robó dinero, le robó a la maestra. Pensé que debía recibir un castigo y le di muchos golpes, pensé que hacía bien en castigarla. Era bastante dinero y para devolverlo de a poco mandé a mi hija a vender peperina, ella estaba muy golpeada y me denunciaron”.

Olga fue juzgada y sentenciada a más de un año de prisión. En la cárcel le preguntaron qué sabía hacer: “Pan”, dijo. “Eso no nos sirve”, contestó la oficial. “Entonces dije que sabía coser pero tampoco querían eso. Finalmente me llevaron a un cuarto repleto de zapatos rotos y me ordenaron que los arreglara. Yo nunca había hecho esa tarea y la oficial me indicó más o menos, pero aprendí el oficio y allí era la única zapatera”.

Cumplidos tres meses de prisión efectiva, regresó con sus cuatro hijos. Su esposo y padre de tres de sus niños los había abandonado cuando vivían en Chaco. “Al poco tiempo me mudé a Santa Rosa y ya hace 10 años que estoy acá, siempre trabajando de zapatera”. Orgullosa, y con una sonrisa amplia que ilumina su cara redonda, cuenta que enseñó el oficio a su niña -la de 11 años que recibió el castigo- y agrega: “...ahora vive en Bahía Blanca, está casada y tiene una nena -mi única nieta- y también arregla zapatos”.

Por la radio

Olga se hizo conocer más allá de los límites de su barrio a través de la radio: “algunas veces busco un teléfono y llamo, como soy chaqueña me gusta escuchar chamamé y pido que pasen algún tema. En cierta ocasión el conductor del programa me preguntó a qué me dedicaba y así fue como mucha gente se enteró de mi oficio”. Enseguida añade: “no tengo televisor, para mí es una pérdida de tiempo pues hay que mirar y uno se distrae de lo que está haciendo, a la radio la extrañaría porque escucho y también me divierto con ella”.

200306 2 Zapatera y mucho mas

Al hablar de chamamé recuerda a su padre con agrado: “él tocaba el acordeón..., aún vive”. Al instante, su expresión placentera se vuelve pena: “mi madre nos abandonó cuando éramos chicos, yo tenía 11 años y era la mayor; tuve que criar a mis cuatro hermanos, el más pequeño tenía un año y pocos meses. Mi padre trabajaba lejos y volvía a la casa cada 15 o 20 días, muchas veces para sobrevivir hacíamos huerta en tierras fiscales, cultivábamos zapallos para comer pero también nos servían para trocar por otras cosas. Nunca pasábamos hambre”.

“Partera de mis partos”

No ahorra recuerdos de vivencias muy intensas: “También fui partera de mis propios partos”, relata. Para entender habría que citar algunos condicionamientos de infancia: la escuela casi ausente, los abandonos, las grandes distancias, la falta de transportes y comunicaciones, condiciones y prevenciones sanitarias deterioradas. Sus hijos nacieron en Chaco: “el primero lo tuve a los 16 años y como vivía lejos del pueblo me atendí sola”. Su pareja no estaba; el desconocimiento y la soledad eran totales, sólo recuerda que lo parió en cuclillas: “no sabía ni dónde cortar el cordón, a qué distancia, pero lo hice y lo até con hilo de bolsa. Luego, mi padre me dijo que estaba bastante bien”.

Su compañero falleció cuando el bebé tenía 10 meses. Después Olga se casó con el padre de sus otros tres hijos aunque también estuvo sola durante los partos. “Me preparaba mejor, usaba una rueda delantera de tractor y en ella caía el bebé sin lastimarse. Me quedaban las manos libres para cortar el cordón y hacer todo lo demás”. Así nacieron una nena y otro varón, pero las cosas se complicaron durante el cuarto parto: “no salía y ya había pasado demasiado tiempo, era otra nena y terminó naciendo en el hospital y por cesárea, el problema fue el peso, nació con 5 kilos 200”.

Tradiciones

A esta altura las palabras modernidad, posmodernidad, globalización y tantas otras suenan huecas y propias de laboratorios lejanos a vivencias de América Latina. Olga es parte, como miles de mujeres de sectores populares, de una cultura en la que se dan cita la fe -es devota de la Virgen de Itatí-, la urgencia para la supervivencia individual, las creencias antiguas y a su vez los mitos y los tabúes. No desconocen la ciencia moderna pero que tampoco desechan la magia o las tradiciones, como hacer su propio pan o trocar productos. “Estoy apurada por hacer el horno en el fondo del patio”. En su tierra natal también lo hacía en horno de barro para su consumo y para vender en el pueblo. Con el trueque pudo armar su taller, tener su máquina pulidora. Y agrega: “también canjeo los zapatos que arreglo y no vienen a retirar, suelen juntarse muchos y la gente los compra baratos o los cambio por otra cosa”.

Se queja de la discriminación masculina en el oficio: “los hombres creen que son mejores y que saben más que una”. Enseguida toma una bota corta de carpincho y muestra el mal arreglo hecho por un zapatero: “ya recuperé una y la clienta está muy satisfecha pues las daba por perdidas”. Para explicar mejor ha encajado la bota en “el pié”, un instrumento de trabajo que fabricó ella. Cose todo a mano mientras señala otras herramientas, tijeras, pinzas y una lezna.

200306 3 Zapatera y mucho mas

Pero Olga no solamente sabe de zapatos, sino que la vida la obligó a hacerse de otros conocimientos como el arte de la albañilería. “Tuve que aprender porque necesitaba construir mi casa y lo más caro es la mano de obra. Mi actual pareja trabaja de camionero y si bien la vamos levantando juntos, cuando él viaja yo llamo a algún chico que me ayude y sigo con la construcción”. Aunque falta mucho, ya viven allí y la cocina-comedor es a su vez su taller de trabajo. Con su mirada sobre las paredes revocadas y el techo de chapa, evoca otra vez al Chaco: “allá hay muchas mujeres artesanas que hacen su propia cama, la cuna para sus hijos, porque el hombre anda más en el obraje”.

Luego comenta: “si tengo mucho trabajo y leña para calentarme, suelo trabajar hasta las 11 de la noche”. Para ella, su oficio no es sólo un medio de vida, pues agrega con una sonrisa: “es una terapia hermosa”. Tal vez por eso tiene una idea que quisiera poner en práctica: “me gustaría enseñar mi oficio a los chicos que cumplen períodos de rehabilitación en el Proyecto Vida, porque así estarían ocupados y aprenderían algo útil”.

Es imposible dejar de sorprenderse ante las múltiples facetas: niña-madre, horticultora, partera de sus hijos, madre-adolescente, panadera, zapatera, mecánica, constructora. Ha sido y es simple ejemplo de lucha.

* Liliana G. Morales. Periodista.