Marisa Rodríguez y Mirta Sales están cumpliendo, por estos días, 35 años de trabajo en la CPE. Ellas, al igual que otras y otros compañeros que pasaron por la Cooperativa, resumen el intenso compromiso de una generación con una entidad cuya razón de ser es el bienestar de la gente. Desde la revista institucional “1 de Octubre”, se las invitó a reflexionar juntas sobre la forma de concebir el trabajo interno de una organización cooperativa. Una convicción que comparten quedó flotando como conclusión: nunca hay que olvidar que en la CPE se debe trabajar en equipo, para miles de familias.
Ambas son y fueron protagonistas durante estas décadas de transformaciones sustanciales, tanto en su ámbito laboral como en la sociedad toda. Ambas ingresaron en 1986, con una diferencia de 14 días, con la misma edad, y guiadas por un sentido de pertenencia heredado de sus papás, también trabajadores de la CPE. Ambas construyeron una amistad gestada en tiempos en que todo era más chico y el plantel de personal apenas superaba la centena.
“Nosotras tuvimos la suerte de vivir la época en que la cooperativa, hacia adentro, era como una familia, muy unidos. Ya la habíamos vivido siendo niñas, por nuestros padres”
Marisa empezó en Mesa de Entradas, cubriendo una licencia por maternidad; luego pasó a Atención al Público para recalar finalmente en la oficina de Sueldos, donde ya lleva unos 30 años. “Cuando entré a la cooperativa —al igual que Mirta, producto de la bolsa de trabajo del sindicato de Luz y Fuerza, al que pertenecían sus padres— me tocó atender el conmutador telefónico, un aparato muy grande con unos diez números que eran los internos, básicamente para conectar las gerencias, y otros, muy pocos, que derivaban los llamados a los sectores. En aquel entonces, mediados de la década del ‘80, éramos unos 120 trabajadores en toda la cooperativa. Hoy somos más de 500”.
“Mujeres éramos muy pocas —suma Mirta—; seríamos unas 20 más menos. Era una época donde había más reuniones afuera del trabajo. En el día de la madre, por ejemplo, íbamos las compañeras cada una con sus madres y cenábamos todas juntas, porque éramos muy chicas, apenas teníamos 20 años”.
Mirta ingresó al área de Contaduría mientras estudiaba esa carrera en la Universidad. “Me recibí y sigo en el sector: es lo mío, lo que me gusta hacer. Me preocupa que mi trabajo salga bien en todos sus detalles, a veces me voy a casa preocupada porque tal cosa va a afectar a un usuario y ya me quedo mal, pensando en solucionar ese tema, entonces me conecto a la tarde para arreglar algo”.
“En Sueldos, me encargo en particular de las liquidaciones, pero durante años, al menos en mi sector, siempre hemos hecho un poco de todo. Ahora que ha crecido tanto la CPE, están más divididas las funciones”, aporta Marisa.
Los años analógicos
En estos 35 años los cambios fueron profundos, no sólo en la proyección de la Cooperativa como prestadora de múltiples servicios, sino en la forma del trabajo de su personal. Basta mencionar que a fines de los ‘80 comenzó, al menos por esta región, la lenta carrera de informatización de algunos trámites. “Recuerdo —dice Marisa mientras repasa antiguas fotos cargadas de historias— que teníamos unas pocas computadoras y que nos debíamos turnar para trabajar con ellas. Y antes de eso, me acuerdo que tiraba en el piso los anticipos de sueldo del personal para clasificarlos, abrocharlos y sumarlos, porque los escritorios no alcanzaban”.
Mirta se ve a sí misma abriendo enormes biblioratos para controlar alguna cuenta, porque todo era manual. “Las autorizaciones de pago a los proveedores se hacían a mano. Eran papelitos por duplicado, el original iba al legajo y el duplicado se guardaba. Si un día un proveedor reclamaba algo, tenías que revolver todo, uno por uno, para ver si estaba pago o no. Era un trabajo de hormiga. Luego empezaron las planillas del cálculo en la computadora, que eran los programas Lotus 1, 2 y 3 y el Q Pro”.
La CPE fue creciendo y tiene oficinas de trabajo en distintos lugares de Santa Rosa y en varias localidades interconectadas. “Antes estábamos casi todos en un mismo lugar, en la Central —el edificio sobre Raúl B. Díaz—; nos conocíamos todos. Hoy cuesta un poco eso: la CPE es muy grande, hemos visto incorporar nuevos servicios y dejar otros, como la planta láctea por ejemplo, aunque siempre funcionó aparte”.
Nostalgias
Son amigas y cumplen años con una diferencia de apenas dos semanas; la misma diferencia con la que ingresaron a trabajar: Marisa un 25 de agosto y Mirta un 8 de septiembre. “Y nuestros padres —Eduardo Rodríguez y José Sales— fueron compañeros de trabajo en el mismo sector, eran guardareclamos”.
“Nosotras tuvimos la suerte de vivir la época en que la cooperativa, hacia adentro, era como una familia, muy unidos. Ya la habíamos vivido siendo niñas, por nuestros padres”, rememora Marisa con un toque de nostalgia mientras muestra una foto suya a los 9 o 10 años en la colonia de vacaciones del sindicato, junto a otros hijos de trabajadores de energía. “Después pasaron muchas cosas, como conflictos que terminaron por separarnos en grupos. Igual creo que hoy está todo un poco más tranquilo, no hay tanta división entre nosotros, se han limado asperezas. Pero no vuelve a ser el grupo de hace muchos años. También es cierto que la CPE es cuatro veces más numerosa en personal, y que la sociedad ha cambiado”.
Pertenencia
La CPE ocupa un lugar importante en sus vidas y es imposible escapar a la emoción cuando se les pregunta qué ha significado para ellas: se nota en la voz y en el brillo de los ojos. “La sentimos como nuestra y nos sentimos orgullosas de su crecimiento y de la importancia que tiene hoy en la sociedad” dice Marisa. Y aunque saben que los tiempos han cambiado, agrega: “nos gustaría ver más sentido de pertenencia en los jóvenes y nuevos ingresantes. Hay de todo, por supuesto, creemos que el compromiso con el ámbito laboral, sobre todo en una cooperativa, también se forja en la educación familiar”.
Marisa va más allá y reconoce que ella es quien es, en parte, gracias a la cooperativa: “acá me formé, crecí económicamente y aprendí muchas cosas. Mi familia es esto”. Mirta, por su lado, vivió una experiencia muy singular: durante unos cuatro años tuvo la oportunidad de ser compañera de trabajo de su padre, aunque en distintos sectores. Está convencida de que heredó de él el sentido de responsabilidad por trabajar en una empresa tan importante y valorada como la cooperativa.
A las dos les restan algunos años para retirarse y creen que, ya con 40 años en esta empresa social, resultará lógico abrir paso a los más jóvenes, “porque —reflexiona Mirta— una también termina siendo un tope para el crecimiento de otros”. También Marisa piensa en la nueva etapa: “Ya está. No es que uno venga mal al trabajo, al contrario, formo parte de un grupo hermoso en mi sector, pero hay que disfrutar de otros ciclos, como la jubilación”.
Ambas comparten un deseo que sirve para el cierre de la entrevista: “que las nuevas generaciones de trabajadoras y trabajadores de la CPE no caigan en el individualismo, en el egoísmo, que no olviden dónde están y para quiénes trabajan. Somos cada una, un granito de arena y entre todos debemos trabajar en equipo por la gente”.