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TRABAJOS Y OFICIOS

No es una reivindicación al género pero se atreven con oficios que parecían de los hombres. Hacen oídos sordos a los prejuicios de una sociedad machista. Esfuerzo, dedicación. Trabajan y aportan a la economía familiar atendiendo una gomería, manejando un colectivo y haciendo trabajos en cuero de vaca y chivo. Pasen y vean.

Publicada en abril de 2006

Entre parches y cubiertas

Marta Wilberger es curiosa, inquieta, se anima a aprender cosas nuevas todo el tiempo. Fue empleada administrativa, atendió un kiosco y cuando su esposo instaló una gomería en Santa Rosa quiso ver de qué se trataba el oficio. “Era la que alcanzaba las cosas hasta que me dije ‘¿cómo no lo voy a hacer?’ Y mientras mi marido dormía la siesta empecé a probar”, recuerda esta mujer que tiene 53 años y lleva diez en el oficio.

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Marta Wilberger trabaja en una gomería.

“Es un trabajo pesado, mi físico de 50 kilos a veces no me favorece, pero me doy maña”. Las diez horas diarias pasan rápido para Marta que no se imagina en otra cosa. “Me sacan la gomería y no sé qué hago, es el contacto con la gente, el conocer a todos... me gusta”.

Su rutina va desde las tareas más simples como calibrar las cubiertas hasta sacar, desarmar, emparchar y volver a poner la rueda: “al principio no me tenían confianza. Venían y me preguntaban ‘¿está el gomero?’, o me decían ‘che, pibe’, porque nunca hubo mujeres en este oficio. Pero ya no tengo problemas. He logrado el respeto de toda la clientela”.

En la familia están acostumbrados. Su hijo dice con orgullo “mi mamá trabaja” aunque desearía que pase menos tiempo en la gomería. Su marido reconoce su capacidad. “Vive dando indicaciones pero sabe que yo sé, y que algunas cosas las hago mejor que él”, afirma.

“El hecho de ser mujer hace que combine el trabajo con el detalle más cuidado, con un toque distinto. Cuando hay que hacer un pico en una cámara, él sabe que es mi especialidad”.

Disfruta y se imagina unos años más en el negocio pero reconoce que el cuerpo pasa factura. “El trabajo me gusta pero me canso” admite mientras sueña con enseñar a otras mujeres algunos de los conocimientos que tiene de mecánica "para que entiendan por qué están andando sobre cuatro ruedas, qué hacer cuando se rompe la correa o la bujía. Me duele cuando viene un hombre y dice ‘mi mujer llanteó la cubierta o hizo tal cosa en el auto’. El hecho de ser mujer no significa que seas menos o que no puedas hacer determinadas cosas. Somos muy capaces”.

Al volante

La familia de Natalia Córdoba es sinónimo de colectivos. Su papá tiene una empresa de transporte desde hace 15 años. Dos hermanos y su marido manejan colectivos. ¿Por qué no iba a animarse ella? “Aprendí jugando. Un día le dije a mi marido que me enseñe a manejarlo y acá si se aprende algo se tiene que trabajar”, se ríe. “Es un poco difícil por el tamaño, pero creo que le da más miedo al resto que a uno”.

Su mamá manejaba camiones en el aserradero de su padre. "Siempre dice que no es ninguna ciencia manejar un colectivo’. Así fue. No tuvo problemas en subirse a uno  y hacerse un lugar entre los choferes. “Hace un año y medio que manejo. Hago el traslado de los chicos discapacitados a la Escuela Especial nº2. Al principio las madres me miraban como diciendo ‘¡qué difícil!’, pero ya me tienen confianza porque saben que los chicos están bien”.

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Natalia Córdoba, frente al micro que maneja.

Sin accidentes en su curriculum, la joven cuenta: “mis compañeros me dicen ‘a pesar de que es mujer nunca ha chocado’. Son así, estoy acostumbrada. En realidad creo que una mujer al volante siempre da miedo porque vivimos en una sociedad machista”.

Sabe calibrar una goma, medir el aceite y el agua y salir de apuros ante algún desperfecto mecánico menor, pero nunca ha tenido inconvenientes. “No conozco otras mujeres colectiveras, pero es un trabajo que podemos hacer bien. A mí me encanta y me da muchas alegrías”.

De cueros y otras yerbas

Laura García es la tercera generación de sogueros en su familia. Su papá aprendió del abuelo. Hace más de 40 años que trabaja cuero de vaca y de chivo para hacer las más variadas artesanías. Con sólo diez años, Laura comenzó a incursionar en este trabajo que desde los 16 definió como medio de vida; ahora tiene 26. Hace mates, vainas de cuchillos, agendas, carteras, gargantillas, pulseras. Explica que "del cuero de chivo se saca el tiento para hacer las costuras y para retejer. Y el cuero de vaca se usa para la vaina del cuchillo, para hacer una agenda o una cartera”.

Trabaja hasta 16 horas diarias transformando las lonjas de cuero en artesanías. Sus herramientas son cuchillos filosos, pinzas, leznas para pasar los tientos y jabón para humectarlo. “Todo se hace a mano, en este trabajo no hay máquinas”.

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Laura García, soguera.

Compra las lonjas de cuero de vaca en Buenos Aires ya listas para trabajar. El cuero de chivo lo soba ella misma en un proceso que le demanda varios días. “Me traen los cueritos recién sacados del animal, los dejo dos o tres días en un balde con agua y cal para que afloje el pelo. Le saco todo y lo dejo secar a la sombra, bien tirante. Y cuando se seca ya está listo para poder sacar los tientos”.

Con paciencia infinita, la joven pasa de cuatro horas a dos días para retejer un mate, de acuerdo a la complejidad del trabajo. “Compro la calabaza o el mate de madera, le pongo una base de cuero de vaca y a partir de ahí coloco los tientos para poder retejerlo. Los más sencillos tienen 70, los más trabajados hasta 200 tientos”. De acuerdo a las horas y los materiales usados, el precio del mate con bombilla –que también revela detalles trabajados- tiene un valor mínimo de 35 pesos.

Con una agilidad perfeccionada con los años, Laura borda y cose artesanías que vende a otras provincias y al extranjero. “Tengo muchísimo trabajo. Vendo a gente de Santa Cruz, Buenos Aires, Mar del Plata, Neuquén. Son productos muy comprados por los turistas extranjeros. A los españoles les gusta mucho”, dice con orgullo.

Ella aprendió de su padre y se encargó de enseñarle a su marido, Silvano. “Vivimos de esto, con trabajos por encargue. Nos invitan a exposiciones pero no tenemos productos porque todo lo que hacemos lo vendemos”.

Laura ha presentado sus trabajos en la Rural de Palermo, en Buenos Aires, donde ha obtenido tres medallas. El resto del año se dedica a trabajar en su casa para cumplir con los pedidos. “Creo que me voy a dedicar toda la vida a esto. No hay mujeres sogueras pero es por una costumbre. Una mujer lo puede hacer y muy bien. Incluso le ponés más creatividad”, señala mientras defiende su oficio a capa y espada. “Sobar el cuero de vaca puede ser complicado para una mujer. El resto del trabajo sólo requiere práctica y paciencia”.

*Romina Maraschio es periodista