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Un símbolo de la cultura musical pampeana

“Los Cantores de La Pampa” fue un conjunto folklórico nacido en Santa Rosa que, con algunos intervalos de inactividad, estuvo vigente entre 1961 y 1969. Cacho Arenas, músico, investigador e integrante del grupo, repasa el camino recorrido durante aquella década en la que todos los sueños parecían al alcance de la mano.

Impulsados por el gusto de cantar, disfrutar y mostrar sus condiciones, e influenciados por el extendido hábito en la juventud de entonces de guitarrear y entonar el abundante repertorio folklórico popular, “Los Cantores de La Pampa” tuvo una ponderable presencia en la escena artística y cultural pampeana y de la región, desplegada simultáneamente a otros artistas y grupos que contribuyeron a sentar las bases de nuestro Cancionero Folklórico Contemporáneo. Sesenta años después, quienes lo integramos –Capi di Nápoli, Raúl Calot, Tonio D’Atri, Carlos Evangelista y quien esto escribe, Cacho Evangelista, más el aporte del pianista y amigo Horacio Pracilio–, rememoramos algunos de los momentos y hechos salientes de aquella hermosa e irrepetible experiencia juvenil.

Un particular contexto

En los dos últimos años de la década de 1950, a punto de egresar de la primaria y seguir la secundaria, en la radio familiar o en el rudimentario “Wincofón”, asistimos a la irrupción de una nueva, atractiva y contundente voz musical: Billy Cafaro –fallecido en 2021 y autor de Pity Pity, Personalidad, Marcianita, Mira qué luna y Criminal tango entre otras–, exponente de una variante del rock a la argentina, cuya vigencia se iba a prolongar y consolidar en el famoso Club del Clan. Pese a la fuerte presencia de esa corriente musical y bailable entre los jóvenes, había una realidad de mayor contundencia que no se doblegaba, que había surgido y evolucionado desde principios de la misma década y que se prolongaría, cuanto menos, durante todo el decenio siguiente: el “boom del folklore”.

Los inicios de los 60 tuvieron una movilización cultural, artística y social de carácter nacional de gran magnitud, que caracterizó la realidad musical y de la canción de todo el país durante esa década. El centro irradiador era Buenos Aires pero se sintió en toda Argentina. Al influjo de ese gran movimiento, apoyado por programas radiales, televisivos y publicaciones gráficas, se fomentó en forma inusitada el hábito de tocar la guitarra criolla y cantar folklore. Era un hecho que cualquier actividad colectiva de estudiantes y jóvenes incluyera una guitarreada.

2022 01 24 Nota Evangelista 02 Noche de peña, espectáculo y debut en “La Querencia”, en 1961. La imagen permite apreciar uno de los ambientes y la disposición de los asistentes y los cantores: no había escenario en la peña.

En las radios porteñas –aquí era LRA3 Radio Nacional Santa Rosa– se oían canciones folklóricas de solistas y conjuntos de las diversas regiones –Cuyo, Noroeste, Bonaerense y Litoral– que, sin proponérselo, dictaban formas y estilos de abordajes, y que fueron tomadas como referencia. Modelos del noroeste –con preeminencia de lo salteño– eran “Los Chalchaleros” (La Candelaria, La Nochera, Chakay Manta); “Los Fronterizos” (La Felipe Varela, Bagualeras, La Salamanca, El Quiaqueño); “Las Voces del Huayra” y “Los Cantores del Alba”. Con un estilo original de factura guitarrística elaborada, que abrevaba también en lo cuyano y sureño, estaban “Los Cantores de Quilla Huasi” (Zamba de las Tolderías, La Compañera), un grupo fundacional que enriquecería notablemente la canción popular.

La Pampa no escapó al fenómeno. Se multiplicó la cantidad de guitarristas e intérpretes, y no pocos formaron conjuntos a semejanza de los que trascendían, con el incentivo e influencia generados por la gran fiesta artística del Festival Nacional de Folklore de Cosquín, que nació en 1961.

Aquel Colegio Nacional

En ese contexto surgió, en el ámbito del Colegio Nacional, el conjunto folklórico “Los Cantores de La Pampa”. Compañeros escolares y amigos, la mayoría veníamos de la escuela primaria Nº 1 “de varones”, cercanía que se replicó en el secundario, donde interactuaban los de mayor edad (Chango Andrada y el achense Aroldo Rivara) con Antonio D’Atri (Tonio) y Pablo Pérez, de la promoción siguiente. Otros amigos éramos Oscar di Nápoli (Capi), Raúl Calot, Horacio Pracilio, César Edgardo Silverman (Eddy) y quien escribe, Rubén Evangelista (Cacho). Mi hermano Carlos Alberto se sumó al grupo inicial; era el más chico (clase ‘50) aunque había cursado en otros colegios como el Normal y el Nocturno Ayax Guiñazú. Para redactar este texto y rememorar la sucesión de hechos, cada uno aportó recuerdos que logran reconstruir con aceptable fidelidad aquella lejana y un tanto añorada etapa adolescente y juvenil.

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La trastienda de la peña “Amancay”, sobre calle Gil, donde solían reunirse con amigos y a ensayar “Los Cantores…”. En la foto están Cacho Sapegno, Capi di Nápoli, Cacho Evangelista, Osvaldo García, Raúl Calot, Ruso di Nápoli, Negro di Nápoli y Tonio D’Atri.

Tonio, quien comenzó tocando el bombo, recordó que él y Pablo acordaron con Chango y Aroldo formar un cuarteto de folklore que llamaron “Los Mapuches” para la fiesta de egresados de los dos últimos en 1960. Aunque fue un período breve, actuaron en el colegio y dieron varias serenatas. Capi, Raúl y yo observamos con interés, curiosidad y entusiasmo sus ensayos y actuaciones; eran una incitación a emularlos, como ocurriría muy poco después. Capi y yo también actuamos en esa despedida cantando Malambo en la noche, dirigidos por la profesora de música Sra. de Barrionuevo, y rematamos la presentación ataviados de gauchos, con un cuadro de zapateo compartido, preparados por Juan Horacio di Nápoli (Negro), hermano mayor de Capi, bailarín del cuerpo de danzas de “La Querencia”. Raúl había compartido las prácticas del dúo de canto y zapateo, lo que podría considerarse una remota y prístina primera cercanía en torno a lo folklórico de tres miembros del futuro cuarteto.

Simultáneamente Raúl y Capi, con guitarra y bombo, se juntaban para cantar rudimentariamente obras del momento, pasatiempos en los que solía participar Horacio Pracilio. Capi exhibió fotos de aquellos encuentros y recordó: “empezamos a pensar en reunir y formar parte a otros interesados, como Horacio –aunque ya se iba a estudiar a Buenos Aires– y Tonio, una vez dispersados ‘Los Mapuches’”. Tonio, que acababa de comprarse una guitarra marca ‘Maestoso’ en el comercio de Daparte Vázquez, frente a la plaza San Martín, fue invitado a cantar en el salón de la ex Heladería di Nápoli, un local sobre calle Gil donde funcionaría la peña y posterior confitería ‘Amancay’. Los encuentros se empezaron a repetir aunque sin un repertorio definido. En síntesis, fue en torno a la iniciativa de Capi di Nápoli la idea fundante de agruparnos para cantar y guitarrear.

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Horacio Pracilio, entrañable amigo y colaborador del conjunto desde que se gestó hasta la actualidad. Vive en la ciudad de La Plata pero regresa a su provincia cada año.

Tonio, vecino de Capi (vivían en la misma manzana céntrica), tomaba lecciones de guitarra con Argentino Calvo (Tino), quien ya había musicalizado autores pampeanos y vivía sobre Yrigoyen, frente al Club Santa Rosa –emblemático lugar de la bohemia local en los años 60 y 70–. La presencia de Tonio aportaría otra guitarra activa, la de Raúl Calot, a la que iba a estar reservado el rol de las introducciones e interludios musicales, además del aporte de la singular coloratura de su voz, en el rango de barítono. Capi y yo oficiaríamos de tenores, acompañando con bombo y guitarra respectivamente.

El debut

Año 1961. La memoria de Raúl es nítida: “concurrimos a un certamen de canto en el Teatro Español, cuyo conductor era un señor de apellido Segurado (función que compartía con Avelino Rodríguez y Guillermo Fernández, locutor y titular de la Propaladora Nueva Provincia), para conocer las exigencias artísticas, anotarnos y participar. Nos inscribimos y con una gran tensión y emoción a la vez –¡que no olvidaremos nunca!–, participamos con La López Pereyra y Río Rebelde. Corría agosto y a partir de allí se sucedieron los ensayos y un repertorio aleatorio que nos permitió sumar el gato Tuna Tunita, el carnavalito Naranjitay, y la zamba La Nochera, entre otras. Ya Cacho había empezado a ensayar con la guitarra, con indicaciones que le daba Tonio y, como lo hacía yo también, ayudado con un ‘Método’ de enseñanza del instrumento, de esos que se publicaban entonces y se conseguían fácilmente en librerías y kioscos…”, finalizó Raúl su racconto.

“Los primeros ensayos con guitarra y voz –agrego–, los hice con un instrumento que me prestó una familia amiga, los Bassa (don Celestino y su esposa eran dueños de la Farmacia Santa Rosa). Y un día mi padre me sorprendió con el regalo de la que sería mi primera guitarra; era marca ‘Tango’ y se la había comprado a un comerciante de apellido Navarro, cuyo almacén estaba sobre la avenida Luro”.

Pelusa Rodríguez

Los Cantores... éramos músicos intuitivos, elegíamos el repertorio a partir de la audición que hacíamos individualmente de posibles obras a incorporar, y definíamos por consenso. Recuerdo que recién en 1964, en Buenos Aires, pude tomar lecciones de música y ejecución de guitarra con el luthier y maestro de música Héctor Estrada. Dos años más tarde él fabricó mi primera guitarra. Desde los primeros momentos contamos con la orientación musical de María Carmen Rodríguez (Pelusa) –oído absoluto–, quien desinteresadamente nos “preparaba” en una pequeña sala de estudios y ensayos del Instituto Musical Argentino –en Yrigoyen y 25 de Mayo–, el más antiguo e importante de la ciudad, que entonces conducía junto a su padre, el profesor César Rodríguez. Pelusa había sido nuestra profesora en el Nacional y luego Rectora, así que nos conocíamos con ella como si fuéramos de la familia.

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1963, año de múltiples actividades para “Los Cantores de La Pampa”. Aquí actuando en la peña “A Poncho y Lanza”, en el salón de fiestas del Club All Boys de Santa Rosa.

El esquema vocal era simple, cantábamos mayormente a dos voces paralelas en dos dúos; Pelusa nos dictaba la melodía de la segunda voz, que armonizaba primero en el piano, y además nos ajustaba algunos fraseos dudosos que se presentaban al cantar grupalmente. Recuerdo particularmente un arreglo vocal a tres voces con la zamba Guitarrero, que nos confirió una sonoridad distinta, variación que también se daría al abordar Cuando el amor se va –una zamba cuyo arreglo a cuatro voces fue una contribución de Horacio Pracilio–, obra que llevaríamos al disco en 1967.

Horacio recordó su participación en los ensayos con mayor frecuencia en 1966, cuando hacía el servicio militar en Santa Rosa. Tocaba el piano desde los 7 años y nunca había pulsado la guitarra: “a partir de mi relación con el conjunto aprendí a acompañarme con ese instrumento en varias canciones, algunas de la cuales aún sigo tocando y cantando”. Horacio fue el quinto integrante que no pudo ser. Amigos, vecinos y compañeros en la primaria con Capi desde que tenían 6 años, en 1954 se mudó a Buenos Aires. Regresó en el 55 y juntos hicieron la secundaria, donde se conocieron con Tonio D'Atri, Cacho Evangelista y Raúl Calot. “Empecé a acompañarlos en los ensayos pero mis planes eran ir a estudiar a La Plata, lo que impidió concretar mi deseo” –rememora.

Los di Nápoli y La Querencia

Los primeros ensayos fueron en el departamento de la familia di Nápoli. Allí decidimos llamarnos “Los Cantores de La Pampa”. En ese ámbito hogareño se respiraba arte. Los hermanos mayores, Noemí (Porota) y Negro, eran bailarines del Centro Tradicionalista “La Querencia”, institución nacida en 1948, dirigida por Margarita Lordi y en cuya creación y conducción había participado activamente don Atilio, padre de ambos y de Capi y Ricardo (Ruso), el menor de la familia. Este vínculo hizo posible que Los Cantores..., recién constituidos, actuaran en “La Querencia”, todo un privilegio. Además de guiarlos en zapateo, Negro di Nápoli les aportó nociones de ejecución de bombo en la planta baja del mismo inmueble donde iban a funcionar sucesivamente la peña y la confitería Amancay, lugar de encuentros y ensayos, de reuniones de amigos en las que solían participar Osvaldo García, Chiche Roitman, Horacio Pracilio, Eddy Silberman y Cacho Sapegno, estudiante de Ciencias Económicas y cantor venido de San Luis.

La Óptica Crespo

Sin perjuicio de las emisiones musicales por radio y discos, fuentes de nuestro repertorio, y como consecuencia de la cercanía del lugar físico lindante más la amistad con su propietario, la conocida y tradicional Óptica Crespo, que contaba con un sector destinado a discografía, se erigió en nuestro lugar de encuentros y deliberaciones sobre la producción musical y discográfica del momento. Desde sus vidrieras sobre calle Gil, inundaba de música un sector la ciudad mediante amplificadores situados en la vereda del comercio. En esas ocasiones éramos “evaluados” y alentados por amigos, conocidos y seguidores. No faltaron asados en los que participaban don Rogelio Crespo, Pecoso Eyeramonho, Conejo Marquestau, Aldo Alcón, José Ziaurriz, Jorge Maccione y su padre, titular de la Óptica Santa Lucía; Ruso y Negro di Nápoli y hasta el poeta Virgilio “Grillo” Crespo, hermano de Rogelio, de quien una llegamos a incluir en nuestro repertorio una obra musicalizada por él mismo, aunque no logramos estrenarla en público. En la Óptica se desempeñaba un joven que iba a ser figura del rock en La Pampa: Rodolfo Oscar Roldán (Conejo), vocalista de “Los Violentos”, “Clan 5” y “Sol Naciente”, sucesivamente.

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Los integrantes de “Los Cantores de La Pampa” observan los títulos de la discografía que ofrecía en el sector dedicado a la música la Óptica Crespo.

De serenatas

Se fuese o no creyente, salir de serenata era parte de la liturgia pagana de la celebración católica de Navidad, que se repetía para celebrar el nuevo año. Era la oportunidad para visitar casas de amigos y familias. Nos proveíamos de bolsas apropiadas –no es una exageración en absoluto– para reunir y transportar las bebidas que nos obsequiaban en cada lugar donde irrumpíamos a tocar y cantar a cualquier hora de la noche. La gente abría la celosía o la ventana y, unas veces visiblemente y otras desde la penumbra, nos entregaban el consabido tributo bebible y hasta algún pan dulce. Horacio Pracilio evocó aquellas felices noches veraniegas: “Las primeras serenatas se daban con la gente reunida en su casa y, entre las 2 y las 7 de la mañana, recorríamos parientes y amigos; había una primera canción, que habitualmente era la zamba Tristeza de Navidad, alguien alcanzaba una botella de vino, sidra o champagne, y yo me encargaba de recogerlas y acopiarlas. El 6 de enero nos íbamos a la quinta de mi padre –‘El Oasis’–, en La Gloria, hacíamos un gran asado y dábamos cuenta, una a una, de las recompensas recibidas”.

La canción pampeana en nuestro repertorio

En los comienzos queríamos cantar lo que nos gustaba del folklore, no era nuestro proyecto abordar canciones de poetas y músicos pampeanos, tanto porque todavía no las conocíamos como porque existían muy pocas. En mi libro sobre la historia de la canción folklórica pampeana (FEP, 2ª edición, 2018) hay registradas 10 obras en los años 50, de las cuales cantábamos tres. En los sesenta llegaban a 28, de las que incluíamos seis en nuestro repertorio. La amistad con el poeta Juan Carlos Bustriazo Ortiz, corrector de galeras en el diario La Arena –en el que Tonio D‘Atri oficiaba de linotipista–, fue el contacto artístico que nos vinculó con la canción local, por ser gestor junto al compositor Guillermo Mareque de nuestro Cancionero Folklórico en 1954.

También había cercanía con Tino Calvo, parte de una familia que daría artistas de vasta fama y trayectoria como el trío de sus hijos, “Los hermanos Calvo”, o la guitarrista y cantante Gloria Calvo. En los 60 Tino musicalizó en forma de zambas las poesías de Bustriazo Ortiz Del Chalileo y Los Manantiales, y de su hermano Juan Calvo, las zambas Quetrequén y Rancul. Incorporamos a nuestro repertorio Los Manantiales y Rancul, luego de sumar también Paisano Vincen, otra zamba de Bustriazo con música del santarroseño Juan Neveu, que nos acompañó e identificó fuertemente ante el público capitalino y progresivamente del resto de la provincia. Sin embargo la primera composición que abordamos de Bustriazo fue Canción para la niebla puelche, con música de Mareque, obra fundacional del cancionero pampeano. Del mismo poeta cantábamos Zambita del Valle Hermoso, único título musicalizado por el propio autor de la letra.

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“Los Cantores…” cantan la zamba Hijo del hachero, de Lassalle y Cabezón, durante el acto de presentación de la obra en Santa Rosa, el 26 de julio de 1969. De izquierda a derecha: C. Evangelista, R. Evangelista, A. D’Atri y O. di Nápoli.

De Mareque y Edgar Morisoli incorporamos Simón Peletay, baquiano, y de Ana María Lassalle, su poema Hijo del Hachero, que tenía música de Rodolfo Cabezón. De “Los Mapuches” emergía como autor y compositor Aroldo Rivara, de quien sumamos El Pobretón, un gato al que su creador le cambió el título en una presentación que hicimos en General Acha, acompañados por Coco Maraschio, amigo y compañero del Nacional que oficiaba de presentador. La obra pasó a llamarse El Planicero, en alusión al sector de aquella ciudad conocido como “la planicie”. Con ese título la grabó el Dúo Sombrarena en septiembre de 1974.

Lo cierto es que Los Cantores de La Pampa fuimos, junto a Médanos y Luna, Los Huelleros de Huitrú Mapú y Cochicó, de los primeros intérpretes de autores pampeanos. Luego se agregarían Las Voces de Huitrú Mapú y Los Ranquelinos. Y con otro tipo de repertorio venían escuchándose Los Changuitos Pampeanos, donde sobresalían las voces de los hermanos Pelusa y Chiquito Díaz, como así también Los Tres del Sur. Por su lado, Los Chasquis Pampeanos fue referencia de la canción folklórica sureña pero no abrevó en sus comienzos en la producción de nuestros poetas y compositores.

Los de Radio Nacional Santa Rosa fueron micrófonos fundacionales que hicieron un inmenso aporte a la cultura, el conocimiento y el entretenimiento de sucesivas generaciones. A un año y medio de su debut, Los Cantores... se había desarrollado artística y técnicamente lo suficiente para realizar ciclos en la emisora. En enero de 1963 ocupó un lugar los domingos a las 18, un segmento que de lunes a viernes era cubierto por el emblemático “Tardecitas Pampeanas”. También los sábados se presentaban otros artistas pampeanos, como Los Horneritos (Lucero, Navarretto, Pérez y Landaburu) y la destacada y versátil pianista Clementina Dorado.

Proyección nacional

Pecoso Eyeramonho gestionó con Jorge Castro, directivo de Philips Argentina en Bahía Blanca, la presentación de Los Cantores..., el 17 de febrero de 1963, en el Gran Certamen Nacional de Folklore de Necochea, organizado por la delegación local de Acción Vasca de Argentina. Elegimos las obras pampeanas Canción para la niebla puelche y Paisano Vincen. En el certamen se impuso el grupo Las Voces de Huaco, de Bahía Blanca. Participaron, entre otros, Los Guardamontes, de Lobería; Cari Sumaj, de Miramar; Los Legüeros, de Tandil y Los Abajeños, también de Bahía Blanca.

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“Los Cantores de La Pampa” durante la actuación en “Sábados Circulares”, conducido por Pipo Mancera en Canal 9 de Buenos Aires, el 26 de octubre de 1963.

En ese mismo año, el 26 de octubre, participamos en el programa “Sábados Circulares”, de Pipo Mancera, en Canal 9 de Buenos Aires. Horacio Pracilio, quien ya estudiaba en La Plata, logró que nos dieran un lugar. Junto a la actuación, el animador nos hizo algunas preguntas, la primera de la cuales fue tan inesperada como sorpresiva: “¿Todavía hay indios en La Pampa?”. Por esa actuación recibimos por vez primera el pago de un modesto cachet que alcanzó para celebrar. Completamos la mini gira cantando al día siguiente en el programa “Mañanitas Camperas”, de Mario Acuña, en LS11 Radio Provincia, en el marco de la colaboración de la emisora con la Asociación Cooperadora de la Escuela Hogar Nº 14 de Santa Rosa y el Club Sportivo Toay, organizadoras del Día de la Tradición, que culminó con un gran Festival Folklórico el sábado 23 de noviembre. Enseguida el conjunto entró en un impasse del que saldría recién a mediados de 1965.

Cosquín 66

Avanzado el año 65, la Dirección de Cultura provincial, a cargo del docente, poeta e historiador Armando Forteza, definió la delegación para el VI Festival Nacional de Folklore de Cosquín. A Los Cantores... se había sumado mi hermano Carlos, de 15 años, que ejecutaba guitarra rítmica y poseía tesitura vocal de tenor. Para Cosquín invitamos a Aroldo Rivara. El miércoles 19 de enero, en el club All Boys, la delegación actuó para el periodismo. Guillermo Gazia, cronista de “La Capital”, dando por sentada la buena performance musical, vocal y el baile propiamente dicho, sugirió insuflar mayor dinamismo y acentuar lo expresivo en los cuadros de los danzarines. Destacó como elemento de particular interés el contrapunto por milonga que protagonizamos con Aroldo Rivara, acompañados por la guitarra de Tonio. El texto del libreto fue escrito por el poeta gauchesco Julio Nery Rubio, santiagueño radicado desde hacía muchos años en nuestra provincia.

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Actuación de la delegación pampeana en el escenario de Cosquín. Un cuadro de contrapunto por milonga es protagonizado por Aroldo Rivara y Rubén Evangelista, y con la guitarra de Antonio D’Atri.

Arribamos a Cosquín el viernes 21. Fuimos fotografiados en el frente de la Galería Corrientes donde se realizaban las acreditaciones, imagen que empleó el diario “La Razón” de Buenos Aires en su edición del domingo 23, junto a la crónica del festival. La delegación estuvo integrada por el Conjunto Vocal “Las Voces de Santa María” (Humberto Montevecchio, Rubén Cortés, Mario Motzo, Adalberto Bíscaro); Acompañamiento Orquestal (Antonio D’Atri, Raúl Calot, Aroldo Rivara, Rubén Evangelista y Carlos Evangelista); Conjunto de Danzas (Myrna Alcetagaray, Susana Poma, Stella Maris Prado, Marta Cufré, Rubén Giavedoni, Oscar Salazar, Osvaldo “Guito” Gaich y Raúl Sáenz). El delegado fue Juan González Cremona.

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La pareja pampeana de danzas, formada por Susana Poma y Raúl Sáenz, dan un espectáculo callejero seguido por un atento público coscoíno.

Recorrimos Cosquín tocando, cantando nuestras canciones y mostrando las danzas, ataviados con la vestimenta típica que iba a presentarse en la plaza Próspero Molina. La gente acompañó y disfrutó de una manifestación artística infrecuente y de gran dimensión. También lo fue para quienes asistíamos por vez primera y como protagonistas al novedoso y movilizador evento artístico callejero. Era común cruzarnos e intercambiar con artistas profesionales, como nos ocurrió con Jorge Cafrune y Roberto Rimoldi Fraga.

Grabación del disco

El conjunto consolidó su nueva formación con la incorporación permanente de Carlos en lugar de Raúl Calot. Se planteó la posibilidad de grabar un disco cuya concreción no admitía demoras, porque en febrero de 1967 me incorporaría al servicio militar. Seleccionamos ocho obras y realizamos un trabajo intenso de ensayos y puesta a punto. La faz A reunió los títulos Paisano Vincen, Cueca del arenal, El rosal y Vallecito; el lado B: Los Manantiales, El pobretón, Cuando el amor se va y La alabanza.

La grabación fue el mismo febrero, un tanto apurados. El registro fonográfico se hizo en una sala tipo comedor de familia, en casa del músico Delfino Nemesio, quien operaba un grabador portátil de cinta abierta de gran tamaño. Fueron condiciones sumamente adversas: el intenso calor nos obligó a tocar la guitarra y cantar con medio cuerpo al desnudo y descalzos sobre telas pesadas a modo de alfombras, para no hacer ruidos extraños durante las interpretaciones. Colocamos mantas en las paredes para que el sonido no rebotara. Tuvimos contratiempos con la desafinación de las guitarras por la alta temperatura y por emplear cuerdas nuevas para optimizar el sonido. El disco vio la luz recién en abril, cuando se lograron superar desacuerdos contractuales con Nemesio, dueño de la editora “Hilne Producciones” y sus discos del sello “Depa”. Tuvo una divulgación bastante amplia y hasta llegó a pasarse en Radio Belgrano de Buenos Aires. Me encargué de que lo conocieran en la Patagonia a través de LU8 Radio Bariloche, ciudad donde hacía el servicio militar.

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Cubierta del disco “Folklore con Los Cantores de La Pampa”, editado en Sana Rosa en abril de 1967 por el sello “Depa”, de Ediciones “Hilne”.

Fue uno de los primeros discos en la provincia –si no el primero– con obras del naciente repertorio pampeano. La placa, llamada “Folklore con ‘Los Cantores de La Pampa’”, incluyó títulos de Bustriazo Ortiz, Aroldo Rivara y los músicos Argentino Calvo y Juan Neveu. Para el poeta Norberto Righi –autor del texto de contratapa– esto representaba el mayor valor de la nueva grabación. Su particular visión daba preeminencia a la poesía del material, a pesar de que el disco se trataba de un primer paso artístico de un grupo musical y vocal.

Decía Righi: (...) nos interesa destacar la circunstancia de la juventud de sus integrantes, quienes comenzaron a forjarse como cantores e instrumentistas mientras cursaban sus estudios secundarios. Juventud, por otra parte, que no les impide haber logrado un alto grado de madurez selectiva, demostrada cabalmente en este disco, así como un grande respeto e interés por la obra folklórica originada y concebida por poetas y compositores de su provincia (…). Allí a nuestro juicio, se halla –repitiendo que prescindimos de hacer una valoración estética del disco, que es alta–, el máximo valor de esta placa, que hoy accede al público aportando voces regionales de esta ‘patria olvidada’, prístinamente nuevas, al panorama indefinidamente ampliable de nuestra música auténticamente popular (…).

El 26 de julio de 1969, participamos del acto organizado por la Comisión Municipal de Cultura, para la presentación de la partitura musical de la zamba Hijo del Hachero, un poema de Ana Lassalle, musicalizado por el pianista y compositor Rodolfo Cabezón. En esa velada, el poeta Edgar Morisoli dio una importante conferencia que tituló “Hacia un Cancionero Pampeano”. Luego cantamos la nueva zamba acompañándonos con cuatro guitarras, sin percusión y abandonando nuestra vestimenta de gaucho. Luego, Cabezón ejecutó en piano con sentida expresión su creación musical.

Itinerario artístico

Los Cantores de La Pampa desarrollamos una muy nutrida agenda de actuaciones. En varias ocasiones nos presentamos auspiciados por el área de Cultura del gobierno pampeano. Fuimos convocados para actuar junto a artistas profesionales como Los Chalchaleros y Hernán Figueroa Reyes, en sendos recitales en el club All Boys, y Los Tucu Tucu, en la sala Don Bosco. También actuamos en el Teatro Español reiteradas veces; durante 1961 y 1962 en “La Querencia”; en el Colegio Nacional; en el Club All Boys, cuando funcionaba la Peña “A Poncho y Lanza”; en la Municipalidad; en el auditorio de la Escuela Hogar; en la Cárcel de Encausados y en la Colonia Penal más de una vez, invitados y coordinados por el pintor y docente Manuel Varela. En este último lugar de reclusión, compartimos la actuación con la pianista Susana Edith Evangelista. También participamos en el Primer Festival Pampeano de Folklore en octubre de 1966, organizado por Quinto Año de la Escuela Normal Mixta, en el Club Fortín Roca.

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El 5 de junio de 1969, el conjunto actuó en el Cine-Teatro Don Bosco, complementando la presentación del conjunto tucumano “Los Tucu Tucu”, velada artística organizada por el Club Santa Rosa.

Hicimos presentaciones en el Club Argentino de General Pico; en Toay, en aniversarios del Club Guardia del Monte; en Eduardo Castex, con la compañía de teatro “Huerquén”; en Miguel Riglos, Uriburu, Lonquimay, Doblas y en General Acha en dos oportunidades; en Cosquín; en Capital Federal; en las ciudades de La Plata, Bahía Blanca, Necochea, Maza, Tres Lomas y Villa Iris; y en Trenel, el 24 de mayo de 1969, convocados por el Director de Cultura de la Provincia Dr. Capón Filas. Ése fue el último año del grupo.

Amistad que perdura

Horacio Pracilio, quien no ha cejado en mantenerse cerca afectivamente y acompañar a través del tiempo el devenir de quienes integramos Los Cantores de La Pampa, reflexionó con un dejo de añoranza: “fuimos parte de su vida en la adolescencia y ahora, en la madurez, lo más valioso es la amistad que ha perdurado y que a esta altura de nuestras vidas valoramos cada vez más”.

A la vez que esa última percepción, nuestras vivencias nos ofrecen hacia el final del camino andado un regusto de satisfacción artística y personal, porque tenemos conciencia de que al desarrollar nuestros anhelos y sueños en el arte de cantar y hacer música, hemos realizado implícitamente un acto de genuino afecto por nuestros semejantes, y con ello un significativo aporte simbólico que amplía y consolida el capital cultural de la sociedad que nos contiene.


2022 01 24 Nota Evangelista 13 Foto Cacho

* por Rubén Cacho Evangelista, músico, cantautor e investigador de la música pampeana.. Fotos: gentileza del autor.