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TRABAJOS NOCTURNOS

Son las dos de la mañana de un día cualquiera. Mientras la ciudad duerme, ellos están en plena jornada de trabajo, desafiando las costumbres de una sociedad organizada para vivir de día y descansar de noche. Canillitas, barmans, médicos de guardia, enfermeros, personal de vigilancia, disc jockeys, barrenderos, empleados del casino, choferes de colectivos y tantos otros deben resincronizar su reloj interno y hacer frente a sus obligaciones y necesidades.

Publicada en agosto de 2005

Hábitos

Susana tiene una hija que varias noches de la semana no duerme en su casa. Cuando entra al Jockey Discoteca para atender la barra hasta las 6, lleva a su hija a lo de la abuela y la pasa a buscar al mediodía siguiente. Para ese momento ya pudo descansar al menos cinco horas como para funcionar el resto del día. "Estoy acostumbrada", asegura Susana, que comenzó hace ocho años en la actividad, aún antes de ser madre. "Me gusta este trabajo pero estoy cansada, llega el jueves y no me dan ganas de venir", admite.

Adrián siente que vive al revés del mundo. A las 10 de la noche comienza su tarea de vigilancia en un edificio, también hasta las 6. "Es tranquilo pero no me gusta el horario. A la mañana duermo, la tarde se hace corta y a la noche ya estoy de nuevo trabajando". "Además agrega- estoy muy poco tiempo con mi mujer y con mi nene. No quería trabajar de esto pero estaba en una empresa que quebró y me dije 'algo tengo que hacer'".

El caso de Darío es distinto. No tiene familia a cargo pero trabaja de noche en una estación de servicio para no depender económicamente de nadie. "No es lo mío pero es lo que hay. No soy de Santa Rosa, vine a estudiar Administración Agropecuaria y para no molestar a mis viejos empecé acá. Claro que no podría trabajar toda mi vida de esto", aclara después de nueve meses vendiendo combustible de 21.30 a 6.

Francisco no encuentra otra salida. A sus 64 años no consigue ningún trabajo y sigue vendiendo diarios como hace 17 años. "Trabajo desde las tres y media hasta el mediodía, y los fines de semana empiezo a las 11 de la noche hasta las 11 de la mañana siguiente. Duermo cuatro horas a la siesta, el cuerpo ya está habituado", afirma. Y agrega: "mi familia está acostumbrada, todos saben que hay que llevar el pan a la mesa".

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Darío, en la estación de servicio.

Adaptarse

Durante el día, el cuerpo tiene una temperatura, una frecuencia cardíaca y un consumo de oxígeno diferentes a los de la noche. Quien trabaja mientras la mayoría duerme tiene una desincronización del ritmo biológico que se traduce en más fatiga y menos descanso porque el sueño diurno no es tan reparador como el de la noche.

"Trabajar así baja mucho más las defensas; ahora me enfermo más seguido, tengo más gripe y anginas que antes. Y si alguna vez quiero dormir a la noche, hasta las 5 de la mañana no concilio el sueño", dice Adrián.

Algo parecido le ocurre a Susana cuando tiene una noche sin trabajar. "Miro tele hasta las 3 de la mañana porque antes no me puedo dormir", cuenta.

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Susana y Cecilia en la discoteca.

Francisco dice que su cuerpo está acostumbrado a deambular toda la noche en bicicleta repartiendo diarios pero los 64 años pesan. "Tengo que rebuscármela aunque a esta altura me gustaría trabajar de otra cosa", confiesa.

La Organización Internacional del Trabajo recomienda que a partir de los 50 años el trabajo nocturno sea voluntario, aunque muchas veces no quedan opciones. "Mientras tenga salud …", se resigna el canillita.

Quienes llevan mucho tiempo trabajando en estas condiciones son más vulnerables a los trastornos de sueño y apetito, suelen padecer fatiga crónica y hasta corren peligro de envejecimiento prematuro y aumento de la morbilidad.

Presiones

También están sometidos a presiones para adaptarse a los horarios sociales familia, comida, tiempo de esparcimiento-, a los parámetros biológicos y a sus tareas laborales. Esto puede provocar problemas familiares y producir una sensación de soledad y aislamiento. "En los momentos de reunión familiar siempre estoy trabajando. Y desde hace más de ocho meses no tengo un sábado libre", se lamenta Adrián.

"Se pierde el contacto con la familia. Aunque mis padres no viven acá, tengo novia y es complicado porque cuando yo trabajo ella duerme. Estás siempre al revés", dice Darío.

Susana siente el peso del trabajo nocturno en fechas especiales como Nochebuena, Año Nuevo o el Día del Amigo. "Todas las fiestas estamos acá dentro. Brindás y enseguida entrás a trabajar" aunque reconoce que trabaja tres días y tiene el mismo sueldo de un empleado de comercio que lo hace de lunes a sábado. "Pero estoy cansada, me gustaría conseguir un empleo de medio día y a la noche quedarme en casa con mi familia".

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Adrián, a las puertas del edificio que custodia.

Cuidados

Los trabajadores nocturnos están entrenados para prevenir situaciones de peligro y mantienen sus sentidos bien alerta.

"Hay mucha gente que de día hace una vida y de noche cambia completamente", revela Adrián, que no sólo trabaja en la vigilancia de edificios sino también en la seguridad de espectáculos. "Estamos mal vistos porque nos tienen por milicos, nos agreden en forma verbal y algunos hasta te buscan para pelear. Muchas veces me han amenazado con armas y hasta me han ofrecido droga".

Darío también ha enfrentado situaciones complicadas. "Los fines de semana te encontrás con gente en mal estado, es una lucha constante por el acceso al baño; hay que tratar de que no roben aceites que están a la vista y tengo mucho cuidado con la billetera, siempre tengo la menor cantidad de dinero posible", indica.

Francisco asegura que nunca lo han molestado en la esquina de Yrigoyen y Gil donde vende diarios pero dos veces lo llevaron por delante: "venían puestitos los chicos. Una de las veces me golpearon fuerte", recuerda.

Cecilia, en cambio, dice que se siente protegida. "Soy moza en el Jockey y siento que me tienen respeto; incluso cuando vas a otro boliche por lo general te acosan o te dicen cualquier cosa pero, en mi caso, como saben que trabajo acá, me respetan más".

Pero no sólo son situaciones de peligro. En invierno el frío y la lluvia calan hasta los huesos. "Me ha tocado vigilar afuera con 5 grados bajo cero. Uso mucha ropa, dos pantalones y tres pares de media", detalla Adrián. Y Francisco coincide: "el invierno es terrible. Yo ahora tengo dos camperas y dos pantalones. Y si llueve tengo que salir igual".

La madrugada avanza sobre la ciudad. Ellos, como muchos otros, no tienen alternativa: siguen ahí firmes, cumpliendo su jornada de trabajo.

*Romina Maraschio es periodista