Laureano Barrera, autor de “La casa de la calle 30. Una historia de Chicha Mariani”, estará en Santa Rosa participando de una serie de actividades organizadas por la Fundación del Periodismo Patagónico. El viernes 3 de junio presentará este libro necesario, luminoso aún en el dolor; y el sábado 4 dará un taller de Periodismo Narrativo y DDHH.
Mucho antes de aprender a leer, a Laureano Barrera ya le encantaban los libros, todas las historias que habitaban en ellos. Había uno de tapas duras que su madre le contaba por las noches. Al él le gustaba tanto que se lo aprendió de memoria, lo repetía con orgullo cada vez que alguien venía de visita. No recuerda el título, pero sí que se trataba de un niño que había perdido su sombrero amarillo y lo buscaba por todos lados. Las páginas estaban ahuecadas, una abertura, como una ventana que lo iba asomando del otro lado y sí: aparecían objetos amarillos, pero el sombrero no. Hasta que al final lo encuentra entre las ramas de un árbol del parque: los pájaros hacían nido en él[1].
Laureano cree que a partir de ese libro se hizo lector. Pero tal vez hay algo más. ¿Acaso con los años él no se volvió un poco como aquel niño? ¿No salió a investigar, a intentar dar con algunas respuestas, a querer saber qué pasó? ¿No empezó a preguntarse dónde está lo que desaparece, los que desaparecieron? ¿No se llenó su vida de sombreros amarillos?
Por supuesto: es periodista especializado en Derechos Humanos. Nació en 1980, actualmente vive en La Plata. Ha publicado crónicas y reportajes en Argentina y medios del extranjero como Miradas al Sur, Cosecha Roja, Infojus Noticias, revista Anfibia, Crisis, THC, Junge Welt, Kulturaustausch y Gatopardo. En 2017 fundó con colegas la agencia de periodismo judicial Perycia. En 2020 formó parte de la investigación trasnacional “Migrantes de otro mundo”, que ganó el premio Festisov en la categoría Contribución a los Derechos Civiles.
Este año publicó “La casa de la calle 30. Una historia de Chicha Mariani”, por editorial Tusquets. El libro narra la vida de la fundadora y segunda presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Esa vida que el 24 de noviembre de 1976 se partió en dos: un grupo de tareas atacó la casa de La Plata donde vivían su hijo Daniel Mariani, su nuera Diana Teruggi y su nieta de tres meses Clara Anahí. Ese día murió Diana, de aquella casa fue secuestrada la niña. Daniel sería asesinado nueve meses después porque al momento del ataque estaba en el trabajo. Sí, el libro narra la vida de Chicha, pero cuenta muchísimo más. Trasciende la biografía. Barrera, con una mirada profunda, inquieta, bucea en los recuerdos de Chicha, en lo que dicen sus palabras, en lo que eligen callar; excava en todo su archivo personal, va una y otra vez hacia las fuentes, se marea en expedientes judiciales, incluso por momentos se convierte en investigador privado de una causa que nos toca a todos. Porque “La casa de la calle 30…” es, sobre todas las cosas, un trabajo quirúrgico que demuestra por qué, a pesar de que Chicha ya no esté, como sociedad debemos seguir buscando a Clara Anahí, a todos los niños y niñas apropiados durante la última dictadura militar.
Fue en 2006 cuando Laureano Barrera conoció personalmente a Chicha, unos días antes del juicio a Miguel Etchecolatz[2], uno de los primeros que se realizaban después de la caída de las leyes de Obediencia Debida y Punto final. Entonces colaboraba en diferentes medios con notas vinculadas con el tema que estaba investigando: el “Circuito Camps” en provincia de Buenos Aires y los centros clandestinos de la policía bonaerense. Escribía un perfil sobre el represor y quería el testimonio de Chicha. Ella le dio una entrevista.
— En ese encuentro descubrí los azares que nos cruzaban, incluso en nuestro árbol genealógico. Y ahí empezó una relación diferente, que fue trascendiendo el vínculo de periodista/ fuente y el libro comenzó a gestarse, antes de que yo lo supiera.
A partir de esa tarde siguió visitándola con frecuencia, pero ocho años después volvió a prender frente a ella el grabador; trabajaba en una crónica larga sobre la infancia de esa mujer en Mendoza, estaba convencido de que la tragedia que la enmarcaba ya había sido contada. Se limitaría a hurgar en sus recuerdos de niña; empezó a ayudarla en la tarea de rearmar el árbol de sus antepasados. Pero a medida que las conversaciones se extendían, fue claro que aquellos recuerdos luminosos de esos años felices, la sacaban a Chicha del barro que la cubría, como decía ella misma, pero el barro lo cubría todo. Ella “no podía evitarlo, yo tampoco”, escribe el autor en el segundo capítulo. Entonces, el volantazo, el libro en toda su potencialidad y otros ocho años de trabajo por delante.
— Ahí empieza un proceso más prolijo, sistemático, para entrevistar a otras personas importantes en su vida y para bucear con más método en su enorme archivo, que era muy heterogéneo, variopinto, que estaba desperdigado por toda la casa: había registros muy íntimos, porque ella anotaba cada cosa y llevaba agendas y se carteaba con gente; acceder a ese material fue invaluable. Tenía las causas judiciales, un montón de fotografías, actas de nacimiento, partidas de defunción, cada movimiento que comenzó a hacer durante la búsqueda después del ataque en noviembre del 76, estaba registrado en ese archivo. La experiencia me conmocionó. Me enseñó mucho en relación al oficio, me dediqué a investigar, cotejar datos, revisar contradicciones. Y me hizo crecer como persona conversar tantas horas con ella. Fue un trabajo profundamente periodístico y profundamente humano.
Leer el libro también es una experiencia movilizante. Es cierto, tal vez es una historia que muchos argentinos y argentinas conocemos. Tal vez seguimos atentos a los globos que se sueltan cada 12 de agosto frente a la casa de la calle 30, como forma de seguir recordándole al mundo, a la justicia, a los que siguen imponiendo el silencio, que la búsqueda de Clara Anahí será hasta dar con ella. De todos modos, la historia en la que nos hundimos a través de estas 316 páginas, resulta un viaje impensado hacia lo que duele, lo que no tiene nombre, ni olvido, ni perdón, pero también hacia lo increíble de un relato tan bien contado, que toma todas las estrategias de la literatura para sostenerse en lo mejor de la no-ficción, con un compromiso ético que se abraza a la cita de Ricardo Piglia con la que inicia el libro: “Los detectives ya no resolvemos los casos, pero podemos contarlos”.
— En algún momento me había puesto una mochila pesada respecto de poder hacer un aporte en la búsqueda de Clara Anahí, hasta que asumí que, si con todo lo que Chicha había movido el cielo y la tierra no había encontrado a su nieta, no lo iba a hacer yo revisando archivos. Fue algo desesperanzador. Pero después me dije algo más: si al escribir esta historia el libro ayuda a que alguien después de leerlo tenga una duda o se acerque a la Asociación Anahí, a Abuelas de Plaza de Mayo, será realmente más de lo esperado. Y aunque sigo en contacto con toda la gente que trabaja ahí, y sigo colaborando en todo lo que puedo, entendí que la historia termina cuando se termina de contar.
María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, murió el 20 de agosto de 2018. Tenía 94 años. Estuvo en el inicio de Abuelas, asociación nominada varias veces al Nobel de la Paz, que al día de hoy lleva encontrados 130 nietos que ya recuperaron su identidad. Estuvo cerca del trabajo de los científicos que lograron inventar algo nuevo: una manera de descifrar el índice de abuelidad de las personas. Así, a pesar de que las abuelas empiezan a faltar, nuestro país cuenta con un Banco Nacional de Datos Genéticos que permite identificar vínculos biológicos entre la sangre que ellas dejaron allí y la de personas que sospechan ser hijos de desaparecidos durante la época del Terrorismo de Estado. Y a pesar de todas las veces que Chicha se ilusionó pensando que estaba cerca de encontrar a su nieta, de aquella vez que pareció que el sueño se hacía realidad, de las veces que sintió que no podía más, que se quedaba sin tiempo, siguió regando el jardín de la memoria y la esperanza. Le gustaba repetir aquella frase de Luther King: “Aunque el mundo se termine mañana, yo plantaré mi manzano”.
— Si algo me atormentaba, a medida que el tiempo pasaba, era saber que Chicha se iba a morir y que el libro no iba a estar terminado. Le leí tramos, pero no llegué a mostrarle el borrador.
Sin embargo, “La casa de la calle 30” es un brote nuevo en el manzano, reverdece, se hace rama. Laureano Barrera vendrá a presentarlo a Santa Rosa el viernes 3 de junio. Quizá, sólo entonces, después de leerlo y escucharlo, sea más fácil ver que este libro suyo no sólo se hace rama del árbol, también anida el espíritu de un sombrero amarillo donde los pájaros que siguen buscando justicia también vienen a hacer nido.
Presentación y taller
Este viernes 3 de junio, en el marco del encuentro de Periodismo y Derechos Humanos organizado por la Fundación de Periodismo Patagónico, Laureano Barrera presentará su libro La casa de la calle 30. Una historia de Chicha Mariani a las 20:30 en la librería 451 (Av. San Martín 167). El sábado 4 también dará un taller de periodismo narrativo y DDHH, gratuito y abierto a toda la comunidad, en el aula 9 de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNLPam (Gil 353, planta baja), de 9:30 a 12, donde contará la cocina de la escritura de este trabajo y compartirá estrategias y herramientas para animar al desafío de contar estas historias y de contarlas bien.
* por Ángeles Alemandi, periodista.
Notas
[1] El libro al que hace referencia es “¿Quién tiene el sombrero amarillo?”, escrito e ilustrado por Shinobu Ariga, publicado por editorial Atlántida en 1979.
[2] Director de Investigaciones de la Policía Bonaerense y mano derecha del general de brigada Ramón Camps durante la dictadura militar. Condenado a cadena perpetua por delitos de lesa humanidad en varias oportunidades.