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TRABAJO INFANTIL

Bienvenido a la vida de Uno, Dos, Tres y Cuatro. Las historias de cuatro chicos de hasta 14 años que para sumar alguna moneda a la alicaída economía de sus familias tienen que salir a trabajar. Todos los días hacen eso que llaman trabajo infantil. Bienvenido a nuestra deuda interna.

Publicada en febrero de 2005

Papelito. Uno tiene 13 años, nueve hermanos, una abuela, tres tíos, un dedo del pie que se asoma por una vieja zapatilla, los pocos pelos peinados por el viento, y la fuerza suficiente para tirar de un carrito de supermercado con unos 20 kilos de cartón y papel de diario.

Uno, acodado en una planta del parque Oliver en una de esas noches de verano, dice que junto a siete hermanos vive en la casa de su abuela, en Villa Elisa, al norte de Santa Rosa, que baja al centro para cartonear todos los días, que por semana obtiene, como mucho, unos 25 pesos, que su padre murió, que su madre se casó con otro hombre,que abandonó la escuela vaya a saber por qué, que le pagan 12 centavos por kilo de cartón y que nunca-pero-nunca-nunca se le ocurriría robar.

En la casa de su abuela se amontonan exactamente diecinueve almas. "Están mi abuela, mis tíos, sus hijos, siete de mis nueve hermanos y yo", asegura Uno. "La plata que saco se la doy a mi abuela para que compre el pan y los fideos. Las monedas que sobran me las dejo para mí". No es necesario conocer el nombre de Uno. Es que la historia Uno es la misma de cientos de chicos de hasta 14 años que diariamente tienen que trabajar en la provincia para mitigar la pobreza y sumar algunas monedas a la alicaída economía de su familia.

En todo el país hay más de 1,5 millón de chicos de entre 6 y 14 años que en la mayoría de los casos perciben propinas,ayudan habitualmente en el trabajo a familiares y vecinos, o atienden la casa cuando los mayores no están.

La historia de Uno suele ser similar a la de Jorge, que en un olvidado puesto de Algarrobo del Águila cuida un puñado de chivas; a la de Juan que ya desde la madrugada ensilla un caballo y ayuda a su padre en el campo de Castex; a la de Eugenia, la nena pobre que cuida bebés de ricos en Realicó; y a la de Mario que vende diarios y revistas mientras hay sol radiante o lluvia o caen rayos del mismo infierno en una esquina de General Pico.

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Dando vueltas y vueltas

Hay un lugar donde la cultura del trabajo, tanto para adultos como para niños, está profundamente arraigada. Dos vive en un lugar donde hay vacas, gorras hasta las orejas, gallinas, más vacas, muchas más gorras hasta las orejas, decenas de carpinterías, arena que golpea la cara y tractores con ruedas de hierro. Nació en la colonia menonita Nueva Esperanza, a 35 kilómetros al oeste de la localidad de Guatraché.

Dos, que tiene doce años, seis, siete, ocho pecas en su cara, una amplia sonrisa, seis hermanos, un padre con 9 hectáreas y dientes que se acomodan como pueden en su boca, se la pasa dando vueltas y vueltas por los campos. Él se la pasa arando.

Dos se enorgullece de tener sus monedas. De vez en cuando se aparece en algunos de los almacenes de la colonia que están repletos de galletitas, sombreros tejanos, lámparas, coca cola, frutillas, diarios escritos en alemán, pan casero, quesos, fiambres y pequeños afiches que piden por favor que cuando pidan algo digan por favor.

- Por favor, Jacobo, ¿me da papafritas? - pideDos, y paga.

Dos, en su casa, no se molesta en levantar el teléfono, ni en apagar el televisor. Ni siquiera se le cruza por su cabeza encender la luz de su habitación, porque nada de eso hay en su casa. En la colonia menonita de Guatraché están prohibidos los automóviles, las radios, la tv, y la electricidad. Dos no es de hablar mucho. Más bien se ríe.

- Acá todos, desde chicos y hasta que nos morimos, nos dedicamos a orar y trabajar- dice,y parece cierto.

De este tipo y factor

Dos Mil, Tal Vez Un Poco Más, pasa seis o siete horas en Casa de Gobierno. Dos mil, tal vez un poco más, es lo que un montón de funcionarios embolsa por mes para tratar de paliar, entre otras cuestiones, el trabajo infantil.

Cualquiera de estos Dos Mil, Tal Vez Un Poco Más trabajan en el Ministerio de Bienestar Social de la provincia y, frente a mi consulta, dicen que están im-ple-men-tan-do-al-pie-de-la-le-tra, así dicen, el Programa de Erradicación del Trabajo Infantil (Peti) y juran y vuelven a jurar frente a Dios, a María Santísima y a todos los Santos Evangelios que no saben cuántos niños hay trabajando en La Pampa. Es probable que no lo sepan. Al fin y al cabo, en todo gobierno de todos lados hay funcionarios de este tipo y factor.

- A nivel nacional aseguran que son más de 1,5 millón los nenes de hasta 14 años que trabajan, siempre según cifras oficiales- comento.

- Ajá- responden. Afuera el sol derretiría hasta el santiagueño más pintado. Adentro hay aire acondicionado y dan ganas de quedarse.Pero me voy.

"El Peti es un buen plan", escucho decir antes de irme. En una playa de estacionamiento, a pocos metros de las oficinas de los de traje y corbata, unos nenes lavan prolijamente los autos de los funcionarios.

Nada de nada

Tres pasa sus días en el hospital Lucio Molas, en Santa Rosa. No está enfermo ni él, ni sus hermanitos, ni su papá, ni su mamá, ni su abuela, ni su tío, ni los amigos de su tío. Tres se dedica a la vieja tarea de abrir las puertas de los taxis en el Molas.

- ¿Cuánto ganás por día?

- Nada.

- ¿Nada?

- Nada, porque me lo gasto todo en caramelos- dice y estalla en una carcajada.

Tres dice que tiene ocho años. Al rato, asegura que ya cumplió nueve y que lo festejó con torta y todo. Un amigo, ya de veinte y que limpia vidrios, le pide que no mienta más.

- Casi siempre digo la verdad... -responde. Definitivamente Tres no pasaría el test de una máquina detectora de mentiras si es que ese mecanismo de cables y sensores no es una mentira.

A Tres, de tan flaco, perfectamente se le pueden contar las costillas a, digamos, unos cinco metros. Corre y corre detrás de todo auto que tenga uno de esos carteles que dicen taxi. Tres abrió exactamente en 60 minutos cinco puertas y, muy a su pesar, pareció confirmar que eso de abrir puertas no es un negocio que figuraría pecisamente en las revistas de negocio. Ni un centavo recibió de los pasajeros. Al menos, eso sí, un par le dijeron gracias.

Un abogado por ahí

Cuatro tiene una gorra azul, los ojos grandes, un DNI que dice que nació hace catorce años pero el cuerpo de uno de dieciséis, un cachorro de dogo que le muerde y le vuelve a morder las zapatillas, cuatro hermanos, un padre, una madre, un boletín de la escuela que señala que se llevó una materia, y una ilusión.

Cuatro pasa sus días en su casa del barrio Los Hornos, al oeste de Santa Rosa. Allí, ayuda a su padre en el rudo trabajo de hornero y hunde al rayo del sol sus dedos en el barro para hacer ladrillos.

- ¿Qué querés hacer cuando seas grande?

- Abogado. Así no trabajo- dice sin titubear y ríe.

Un sueño

Tres sigue abriendo puertas. Por fin, 50 centavos y un gracias y una palmada y una sonrisa.

- ¿Qué vas a hacer cuando seas grande?

- Voy a abrir puertas o ser presidente- dice, y le creo. Al fin y al cabo por este lado del mundo todo es posible.

*Sergio Romano es periodista