¿Qué sucede con nuestro organismo cuando recibe una descarga eléctrica? ¿Por qué algunas personas sobreviven a una electrocución y otras no? ¿Cuánta energía es capaz de soportar un ser humano sin sufrir consecuencias físicas? Son dudas, incógnitas que todos nos formulamos pero siempre con una certeza: no debemos tener contacto físico con la electricidad.
La energía eléctrica, concebida simplemente como una fuerza que es capaz de hacer funcionar determinados artefactos, es un progreso de la sociedad que ha revolucionado nuestras costumbres. Pero a un costo que, si uno se descuida, puede ser muy caro. Por eso la incorporamos a la cotidianeidad de un hogar con las previsiones del caso; porque la corriente eléctrica, se sabe, puede hacer mucho daño o provocar la muerte.
La corriente, para funcionar, necesita que algo —o alguien— la conduzca, le sirva de circuito para existir y fluir hasta donde se la quiere hacer llegar y que cumpla con su función. El problema es que, para la corriente, el cuerpo humano también es un buen conductor, especialmente por los fluidos que lo componen. Por ese motivo, la sociedad “aísla” a la electricidad. Para que fluya dentro de un circuito que no esté expuesto al contacto humano o animal.
Cuando ese contacto sucede, pueden ocurrir varias cosas. La corriente buscará su destino final de “tierra” por el camino más corto y de menor resistencia. Y si esa persona no está aislada de la tierra, la corriente habrá encontrado así una rápida llegada a destino (tierra).
Su paso por el cuerpo habrá provocado daños cuya magnitud dependerá de varios factores, como la intensidad de la corriente eléctrica; el tiempo de contacto, su trayectoria adentro del organismo, la masa corporal o tamaño, entre los principales.
Cómo prevenir
¿Existe alguna posibilidad de evitar esto ante el contacto con algún elemento —un cable dañado, un artefacto defectuoso— energizado? ¿O es inevitable que, si tenemos contacto, la corriente pase por nuestro cuerpo?
Por supuesto que se pueden reducir, y mucho, los riesgos de padecer consecuencias físicas en esas circunstancias. La mejor instalación eléctrica, realizada con los materiales de mejor calidad y una correcta mano de obra, debe ser respaldada —porque así lo exigen las normas— con la incorporación de elementos pensados para actuar en caso de anomalías, accidentes o deterioros. Es decir, en caso de que falle todo lo bueno que se haya hecho.
Básicamente, en un sistema eléctrico domiciliario seguro, existen dos instancias que deben estar presentes para que la vida de las personas esté protegida ante una “fuga” de corriente:
* Un apropiado sistema de “puesta a tierra”, con una jabalina enterrada y conectada al tercer cable (identificado con los colores verde y amarillo) que debe estar presente en todo el recorrido de la red por donde van, también, el positivo que lleva la carga y el neutro que posibilita completar el circuito. Esta jabalina permitirá que, cuando por cualquier motivo, el circuito deje de estar aislado, el grueso de la energía busque tierra por ella.
* El disyuntor diferencial, que actúa asociado a la “puesta a tierra”. Está preparado para interrumpir el flujo de corriente a toda la instalación cuando detecta que la energía que entra en su interior es menor que la saliente, por una pérdida de energía y/o falla en la aislación. El disyuntor está constantemente chequeando estos valores, y si detecta una diferencia, actúa en milésimas de segundo.
Y aquí llegamos a las dudas iniciales: ¿actúa a tiempo el disyuntor para salvarnos? ¿cuánta corriente soportamos y por cuánto tiempo hasta que el disyuntor corte el flujo?
Como se señaló, todo dependerá de diversos factores, pero se han publicado estudios que permiten decir que una fuga de hasta 10 miliamperios del circuito hacia nuestro cuerpo es soportable, prácticamente sin consecuencias físicas; si la intensidad supera ese nivel, sus efectos pueden llegar a ser —siempre son valores aproximados— desde leves hasta mortales: 10 o más miliamperios pueden provocar, desde pérdida de control de la motricidad o calambres hasta dolores fuertes o lesiones, todo esto a medida que se avance en la escala. Se considera que la fibrilación ventricular sucede con un amperio (mil miliamperios) y desde esos valores, sucede una contracción sostenida del músculo cardíaco y/o quemaduras de órganos.
Ante esto, debemos saber que los disyuntores comunes están fabricados para interrumpir la corriente ante una fuga de 30 miliamperios. Existen otros disyuntores de venta al público, denominados comúnmente “de yacuzzi”, que cortan a los 10 miliamperios.
Por todo esto es fundamental respetar las normas establecidas previendo la incorporación de elementos de seguridad en la red y no creer que con la “llave térmica” estamos seguros. Este tipo de interruptores termomagnéticos está preparado, como su nombre lo indica, para interrumpir el flujo eléctrico ante el aumento de temperatura (sobrecalentamiento) en las instalaciones. Si una persona toca un “cable pelado”, es probable que la llave térmica no se entere porque una cosa es la fuga de corriente y otra es un cortocircuito, que genera instantáneamente un aumento brutal de la temperatura y por lo tanto la actuación de la térmica, algo que no sucede con una fuga de corriente. La llave térmica evitará daños mayores a la instalación o incendios, pero no evitará la electrocución de un cuerpo en contacto directo con la electricidad.
Como se ha señalado desde estas páginas, algunas personas minimizan costos en una etapa tan importante como la construcción de una vivienda, y toman decisiones incorrectas cuando diseñan su red eléctrica interna. El respeto a las normas vigentes, la intervención de personal idóneo y un correcto mantenimiento y testeo de todo el sistema, son actitudes necesarias para salvar vidas y evitar accidentes.