Clubes del trueque, asambleas barriales, saqueos a los supermercados, la gente golpeando las persianas de los bancos, la clase media y los desocupados marchando juntos al grito de “piquete y cacerola, la lucha es una sola”, ése era el escenario en los primeros años del nuevo milenio y la desesperanza se extendía en la sociedad argentina. Se buscaba trabajo más por inercia que por las chances de conseguirlo. En medio de esa crisis, en 2002, nace Eloísa Cartonera, una editorial que encontró en lo que otros tiraban la posibilidad de salir a flote con un proyecto cultural.
Publicada en noviembre de 2017
Uno de sus protagonistas fue el escritor Washington Cucurto, por entonces empleado de un supermercado y que junto al artista plástico Javier Barilaro y un grupo de conocidos, entendieron que la única manera de salir del fondo era agrupándose, organizados alrededor de lo que sabían, la literatura, y de lo que más había a su alrededor: cartón y cartoneros. “Era muy impresionante ver aquello” rememora Cucurto a 15 años que parecen un siglo, “era una época muy dura, en la que no había dinero, entonces se nos ocurrió usar ese cartón que la gente tiraba como basura y convertirlo en libros”.
Como casi todos los emprendimientos sociales de esos días agitados, Eloísa empezó en la calle, en el barrio de Almagro, y pasó un tiempo hasta que pudieron alquilar un local; más tarde se trasladaron a la Boca, y ahora tienen un predio propio en Boedo. Nada hubiera sido posible sin la respuesta de la gente. “Era un momento de mucha efervescencia -dice el poeta y narrador nacido en Quilmes hace 46 años-, la gente estaba muy sensibilizada por todo lo que estaba pasando, había cierta predisposición y mirada positiva para este tipo de emprendimientos, para los clubes de trueque, las asambleas barriales; el cooperativismo renacía, eran todas actividades grupales, asociativas, que ocupaban un rol importante y por eso a la gente le gustó lo que estábamos haciendo”.
Lo que estaban haciendo era, ni más ni menos, que romper con la lógica de la industria editorial tradicional y dar cabida a autores y temáticas nuevas o poco difundidas, como la de sus propias obras, repleta de personajes marginales, relegados y muchas veces despreciados y silenciados por la “cultura bien”, muy afecta a los prejuicios. Hoy Eloísa cuenta con un catálogo de más de 200 títulos de autores argentinos y latinoamericanos, todos impresos en su taller, con tapas de cartón confeccionadas a mano.
Organizarse y “cambiar el chip”
Poco a poco, lo que empezó como un “juntarse para hacer algo” fue mutando en la necesidad de organización, y así la editorial comenzó a tomar forma de cooperativa. “El cooperativismo es un proceso, no algo que nace de la noche a la mañana. No alcanza con que las personas se agrupen y listo; se necesita otra predisposición ante la vida, ante el trabajo, ante el lugar donde uno realiza las tareas; cierta pertenencia de los trabajadores con el proyecto; romper con ciertas costumbres: entender que uno se autogestiona, que no va a tener un jefe, que si un día gana algo y otro no gana nada, depende exclusivamente de ellos”. En definitiva, sostiene Cucurto, “responsabilizarse de todo, alquileres, gastos, todo eso lleva mucho tiempo y es un trabajo muy duro, sobre todo para las cooperativas pequeñas, que tienen una vida laboral bastante frágil y entonces cuesta mucho, porque también es una lucha contra la corriente. Porque no nacés cooperativista, la sociedad ni nadie está preparado para eso, y son valores que vas aprendiendo sobre la marcha y lleva tiempo”.
Esos mismos valores los llevaron a cuestionar la lógica industrial del mercado editorial, en la que ganan más dinero los intermediarios y las librerías que los que producen el libro, el autor y el fabricante. “Nosotros ideamos nuestro propio sistema, en base a nuestras necesidades, nuestras carencias y lo que somos -explica el fundador de Eloísa-. Tampoco queremos tener la lógica de las grandes editoriales, porque no nos interesa ni nos gusta esa lógica mecánica, poco humana. Preferimos conocer a nuestros lectores, charlar con ellos, contarles, que se acerquen a nosotros, que se sumen a la cooperativa”.
Para el año el plan es profundizar el proyecto Eloísa Cartonera, con sistema de distribución propio, con una pauta de distribución de ingresos bien clara 50% para el autor y 50% para la editora (en una editorial comercial el autor, salvo que sea un nombre rutilante, recibe un 10%). Hoy por hoy, no les interesa llegar con los libros de cartón a todo el país. “No somos una empresa capitalista que quiere invadir el mundo con sus productos, porque eso tampoco sirve de mucho -dice Cucurto-. Porque de qué me sirve a mí que me lea una persona en Jujuy si no nos conoce, no sabe nada de nuestro proyecto, finalmente es una ficción también eso. Nuestra finalidad no es vender cien libros a una librería en Jujuy a extraños, a desconocidos”.
Sobrevivientes
Quince años después, el contexto es bien diferente de la crisis que reinaba durante su gestación. En la actualidad seis familias trabajan y viven de lo que produce la editorial cartonera. Y aunque en el camino hubo altibajos, y hasta Washington tuvo momentos en que perdió fuerza y se alejó un poco, Eloísa pudo sortear los duros vientos del desaliento y la economía. “Somos unos sobrevivientes de aquella época. Nosotros no pensamos que íbamos a sobrevivir ni que íbamos a hacer una cooperativa ni nada. Comenzamos simplemente agrupándonos frente a la necesidad, pero ni pensábamos en esto ni teníamos una buena lectura de la historia ni nada, simplemente comenzamos juntándonos empujados por la misma crisis”.
En todo caso, lo importante es no olvidarse que uno nunca se salva solo, como insiste Cucurto: “uno no es sobreviviente solamente porque trabaja todos los días; uno es sobreviviente porque trabaja pero también porque la sociedad lo permite. A nosotros nos permitió que sigamos haciendo libros, a la gente le gusta nuestros libros, los compra, y hemos creado una red afectiva, que son nuestros lectores, nuestros amigos y eso nos permitió llegar hasta ahora”.
Washington Cucurto nació en Quilmes en 1971. Su verdadero nombre, Santiago Vega, poco a poco, fue perdiendo terreno desde que comenzó a dedicarse a la literatura. Poeta, narrador y novelista, en su escritura habitan personajes marginales, geografías al borde del abismo, cumbia e inmigrantes. Entre muchos títulos, editó los libros de poesía La máquina de hacer paraguayitos (1999) y Veinte pungas contra un pasajero (2003); las novelas Cosa de negros (2003), Hasta quitarle Panamá a los yanquis (2005), El curandero del amor (2006) y Sexibondi (2011); y los relatos La luna en tus manos (2004) y Las aventuras del Sr. Maíz (2005).