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HEBE MONGES EDITADA POR “VOCES”

¿Es feliz esa liebre que pasa? ¿Sabe acaso que la muerte la acecha? ¿Podemos alcanzar nuestra plenitud aún lejos de la divinidad?

Publicada en noviembre de 2017

Y al cabo, ¿qué somos? ¿Qué somos sin los demás, los que nos reflejan y completan? ¿No es verdad que un lugar nos rechaza o nos parece propicio, según con quién miremos?

“Casi siempre creía que los demás eran felices, con admiración, con envidia, con asombro”, se lee en Los dioses inmortales, la crónica de un verano inolvidable en Colonia 25 de Mayo, que es un lugar y todos los lugares, y sus habitantes son también, en la mirada de la autora, toda la humanidad viviendo todos los veranos.

“Hebe Monges tiene el don de narrar”.
Graciela Maturo

Esta bella edición rescata además la maravillosa y oscura Los amargos naranjos de La Plata. Ambas se complementan: la primera, escrita en plena democracia, es la celebración de la vida, la comunión con el otro, un brindis maravilloso en su finitud. La segunda, escrita en años de plomo, es casi un reguero de sangre, que abarca desde la época de las misiones jesuíticas a la larga, aún resonante, negrísima noche de la dictadura militar: un mapa de la muerte en la Argentina. En una estalla el humor, la felicidad parece a un paso (tan lejos, a un paso, diría Porchia) y los hijos crecen despreocupados; en la otra reina la semioscuridad, el transcurrir lejos de uno mismo y los hijos van cambiando de casa huyendo de la destrucción.

Las dos novelas completan el retrato autoral: una mujer preocupada por el otro, por el devenir del mundo, por nuestros caprichosos destinos y nuestra condición de sombras; pero consagrada a iluminar a quienes la rodeaban con la agudeza de su humor y sus caprichos de niña siempre asombrada ante la realidad, siempre dispuesta a descubrir lo que la realidad tiene de magia.

En ambas obras aflora una enciclopédica cultura literaria. Citas, juegos, metamorfosis e intertextos enriquecen sus páginas.

Coincido con Omar Lobos en que Los dioses inmortales no sea, quizás, otra cosa que poesía. La hay en cada párrafo, en cada vislumbre de lo trascendente en lo trivial, en la buscada cadencia de las frases. Tal vez suceda que a lo realmente original nos cueste asignarle etiquetas. O tal vez cualquier arte, cuando alcanza a ser arte, es en parte poesía.

No soy objetivo, aclaro: Hebe Monges fue (¿es? sí, sigue siéndolo) mi madre. No obstante, creo de corazón que la Editorial Voces hace justicia al publicar esta deliciosa e inédita novela corta, que en su momento (1991) obtuviera una Mención Honorífica del Fondo Nacional de las Artes.

Y en todo caso estoy seguro de que muchos la disfrutarán con la misma alegría que Soledad, la protagonista, disfrutó ese idílico verano en un pequeño pueblo de La Pampa. No se la pierdan.

Ver también: Hebe y su obra