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UNA NOCHE CON CAZADORES DE LIEBRES

En esta crónica te contamos cómo es eso de cazar liebres.  Estuvimos a  bordo de una camioneta, durante quince horas, con un grupo que hace una década está cazando ilegalmente en las calles y que, para no irse con las manos vacías y además tener que pagar una fuerte multa, no debe dejarse cazar por la policía. Te contamos cómo se obtiene la carne que, unos días después, estará en los restoranes europeos a razón de 30 euros por porción. Tiros y persecución policial en una noche distinta.

Una camioneta, un tipo con una carabina, dos más alumbrando con reflectores, y otro que corra y corra no es todo lo que se necesita para cazar liebres. También, entre otras tantas cosas, hay que saber escapar de la policía. Y yo, al menos durante una larga noche fría, lo logré.

Son las 22.34 de un oscuro día de junio. Un tiro y la liebre, de esas liebres bien ligeras, cae ensangrentada, con sus flacos huesos atravesados por el plomo de una carabina calibre 22. Con la muerte tan cerca, trata de volver a correr, pero no, y otra vez cae, ahora a los chillidos y a las patadas y a los saltos, y se resigna, la pobre, para ser la cena en un restorán con vista a la Torre Eiffel.

"Yo no la veo como una liebre, con lástima. Para mí son 10 pesos", dice implacable este cazador, que llamaremos Uno, mientras prende otro Marlboro. Uno ya lleva una década en esto de apuntarlas con una carabina y atravesarlas con un pedazo de plomo, y de cazar, a contramano de lo que dice la legislación, por las calles, y corriendo liebres y también corriendo de los policías de La Pampa y de Buenos Aires.

La liebre, descendiente de esas liebres europeas introducidas al país en 1888, todavía sigue pataleando y Dos, un empleado de Uno, se baja corriendo de la camioneta, salta el alambrado, se interna unos cien metros en el campo y trata de agarrar a la todavía saltarina. Alcanza con una sola patada de Dos y la liebre se olvida de saltar y de todo.

A Uno llegué de casualidad. Tras preguntar y  preguntar, me dijeron que había un loco, así me dijeron, que podía llevarme en su camioneta en una noche de cacería. Siempre y cuando, obvio, que no develara su identidad. Así pasé quince horas arriba de una camioneta, en una noche de cacería y huyendo de esos hombres de uniforme que dicen que tienen que cumplir la ley.

Llegué a las 17 horas, con gorro, campera, uno, dos, tres sánguches, y una tableta de chocolate, como para matar el frío. Tarde nublada, de pueblo, de señoras y nenes que salen a dar una vuelta a la plaza, y de esos jubilados y no tanto que van al club a jugar al truco. En un galpón, entre perros marca perro y un par de dogos, Uno se presenta y me presenta a sus empleados: Dos, que es el que va a buscar las liebres muertas, Tres, alumbrador, y Cuatro, también alumbrador. Uno es el dueño de la camioneta, el que maneja y el que también, con una carabina 22 algo vieja pero infalible, mata.

Media hora después enfilamos para uno de los lugares donde, según dicen, hay liebres: el sudeste provincial. Y que las hay las hay.

Iluminados

Uno, Dos, Tres y Cuatro parecen unos especialistas en las luces. Y en voz alta me van diciendo qué ven. Allá hay luces de polis -así le dicen a los policías-, más allá los de una casa, más acá las del Puesto Caminero de Jacinto Arauz, un poco más allá se ven los autos que pasan por la ruta 1... Pero para mí, en medio de la oscuridad, las estrellas y casi la nada, todas las luces me parecen iguales. Sólo luces. Sin embargo, para los cazadores puede significar llegar sanos y salvos a sus casas, o caer presos.

Uno me dice que lo ideal para matar una liebre es pegarle un tiro detrás de la paleta, que es incluso capaz de tumbarlas a, digamos, unos 150-200 metros a la carrera, que ahora, a unos veinte días del inicio de la temporada, está matando a más de cien por noche, que por la calle va alumbrando a 70 km/h por hora, me dice que por día le quedan libres de gastos entre 500 y 1000 pesos, que el gobierno está aumentando los controles y así se están terminando los cazadores y finalmente me dice que si quiero vaya a buscar esa liebre, casi muerta. Yo voy corriendo y trato, pero la muy maldita moribunda no se deja. Hasta que pienso en la táctica de Dos, el encargado de ir a buscarlas, y se choca una soberana patada y chau liebre.

200507 En la mira 2

Históricos

Según la legislación vigente, los animales silvestres son algo así como que no son de nadie y son de todos a la vez. Y el Estado es el que debe velar para que no se extingan y, a su vez, el que debe regular la caza. Daniel Lasa, el titular de la Dirección de Fauna de La Pampa, reconoce que históricamente se ha cazado en las calles y recomienda a los cazadores que se agrupen para hacer conocer sus puntos de vista.

- Lasa, si bien la mayoría tiene autorización de los dueños de los campos, cazan en la calle. ¿Por qué directamente no se les permite trabajar en los caminos vecinales?

- Sí, es cierto que históricamente se ha cazado en la calle. Porque, además, el animal biológicamente tiende a ir a la calle. Pero el comportamiento no se conlleva con el Código Penal Argentino, que establece que en la vía pública no se permite utilizar armas.

- ¿Es decir que no pueden hacer nada desde la Dirección de Recursos Naturales?

- Es un tema que nos excede.

- La mayoría de los productores tienen recelo con los cazadores de liebres. Dicen, por ejemplo, que con las camionetas le pisan las pasturas y que algunos, incluso, aprovechan la temporada para llevarse ovejas o terneros...

- Pero el productor también sabe que, si no se hace la caza, el daño que pueden provocar las liebres, comiendo, puede ser mayor.

- ¿Qué le pediría a los cazadores?

- Que se agrupen. Con una agrupación se podría acordar, en el seno de la Comisión Asesora de Fauna, con las asociaciones agrícolas y así se podrían establecer, tal vez, nuevos parámetros para que nadie salga perjudicado.

Los productores agropecuarios, en tanto, dicen estar cansados de los cazadores furtivos, como los llaman. Pedro González Gomila, presidente de la Asociación Agrícola Ganadera de Santa Rosa, resume la mentalidad de todo productor rural medio. "El tema es complejo. Pero básicamente nos oponemos por cuestiones de seguridad. Es bien sabido que muchos tiros han impactado en casas y que algunos salen a cazar 'otras cosas'. No veo una solución fácil. Creo que el policía va a seguir saliendo a cazar al cazador".

Desconcentrado

 Uno tiene una esposa, una hija que alimentar, una gorra, pulmones seguramente destrozados por el cigarrillo, y una puntería de mil demonios. Dos, que también tiene esposa y nena y además deudas y pantalones manchados con sangre, corre y corre buscando las liebres que pasaron a mejor vida y habla de la protagonista de una novela venezolana que se encamó no sé con qué fulano de nombre estilo CarloooAlbeeerto.

Unos minutos después encontramos una nueva víctima y vemos, unos cien metros más allá, una casa. Y la muy suertuda se salva. "En este trabajo hay códigos que respetar. Uno de los más importantes es no tirar cerca de las casas", me dice Uno.

Ahora escucho a Tres, que está puteando. Se enoja con Cuatro, quien según Tres, tiene un largo prontuario en eso de andar comiéndose los mocos. Tres dice que cuando lo ve con un dedo en la nariz se desconcentra y así no puede encontrar las liebres. Uno, Dos, Tres y yo, reímos, y Cuatro tampoco.

Tiros, líos, cosa golda

Sólo una vez, en esta noche fría, acierto con el tema luminaria. Vamos por la calle del Meridiano V, que divide la provincia de La Pampa y Buenos Aires, y hay liebres como para hacer sopa. La camioneta va hacia el norte y, a la derecha, se ven dos luces, luces casi anaranjadas. Paramos en una bocacalle y Dos apaga hasta los cigarrillos. Uno decide mirar con la mira telescópica. "No parecen polis", dice. "Deben ser las de una casa", piensa en voz alta. Así estamos unos diez minutos y yo apenas si respiro. "¿No serán las luces de estacionamiento de los policías?", me atrevo a preguntar. "No creo. Vamos", dice Uno y arrancamos y prendemos las luces y tiramos tiros y por ahí escucho, de Tres o Cuatro, una frase del estilo no apta para menores de 18 años de edad. "La puta que los parió. Las luces esas anaranjadas se nos acercan", dice Dos ahora.

Uno también putea y acelera y vamos a 130 kilómetros por la calle y dejamos atrás una polvareda, una liebre muerta de esas bien muertas que no pudimos buscar y a una camioneta con policías, los de la temible Bonaerense.

- Son los polis de Villa Iris. Pero no hay problema, pueden seguirnos por el Meridiano, pero ahora vamos agarrar una calle que sale a la izquierda y los polis de la Bonaerense no se pueden meter a La Pampa- asegura Uno. Pero las luces ya están más cerca, a unos 300 metros, y me parece ver, o me imagino, que Tres y Cuatro le están apuntando con el reflector a la camioneta para que se encandilen, y doblamos.

Pero los muy perseguidores polis, nos avisa Dos, nos siguen siguiendo y se meten en La Pampa. Y Uno vuelve a putear y se mete con su madre y una lora, y acelera y ya llegamos a unos 135 km/h y yo no respiro y pido perdón a Dios y a todos los Santos, y casi estoy por jurar que voy a dejar de ser un maldito ateo si nos libra de esta y, por fin, a un kilómetro en el interior de La Pampa, los polis regresan a patrullar sus calles. Respiro y me como un pedazo de chocolate. Má' sí, pienso, sigo siendo ateo.

Los cuidadores

 "Las liebres están donde están los polis. Donde no hay liebres, obviamente no hay polis", me dice ahora Uno. "Yo le tengo respeto a los polis", asegura. "Sé que hacen su trabajo. Pero no me gusta que me roben. Lo que cacé, aunque sea en la calle, es mío. Un par de noches atrás se envalentona- agarré más de 160".

Uno es uno de los mayores cazadores de liebres de la provincia. Hoy por hoy, cuando no abunda este animal orejudo y los policías están muy de policías, está cazando más de un centenar y está llegando, sano y salvo, a su casa. Y eso actualmente es mucho. Se cuentan con los dedos de una mano los cazadores que se arriesgan a que les secuestren camioneta, carabinas y reflectores durante más de una semana, por una buena noche en las zonas donde hay más liebres.

- El gobierno -recita casi de memoria Uno- parece manejarse con la más absoluta hipocresía. Sabe que se nos hace casi imposible cazar dentro de un campo: porque no nos dan autorizaciones, porque si entramos no podemos andar pisando pasturas y porque en una zona de montes es directamente imposible entrar... Y sin embargo el gobierno también necesita el dinero de las liebres, que cobra de impuesto, y autoriza la caza. Lo mismo pasa con los productores rurales. Si no cazamos, en un par de años las liebres serían millones y millones y les comerían todo, pero todo-todo. Si no quisieran tener cazadores en la calle directamente no deberían abrir la temporada.

Vemos, a unos mil metros, otra sirena de una camioneta policial y otra vez aceleramos y desaparecemos.

Vil metal

El negocio de la caza de la liebre cuya carne se exporta principalmente a Europa- mueve muuucho dinero. El animal fue introducido en 1888 y ya en 1907 fue declarado plaga. La venta de su carne, en tanto, comenzó en 1950.

La práctica de la caza en esta provincia tiene unos 30 años. Y en 2004, sólo en La Pampa, se mataron 227.000. Hay toda una cadena de cazadores, acopiadores y frigoríficos que vive del negocio, que se desarrolla todos los años durante tres meses, mayo, junio y julio. No sólo se deben tener en cuenta a las más de 70 camionetas con cazadores. También están los "pateros" bautizados de esa manera por cazar caminando-, los peones que así se hacen unos pesos más y los hijos de los dueños de los campos que salen de noche a tirar unos tiros, básicamente por diversión.

A un cazador le dan alrededor de 10 pesos por liebre. Y el Estado pampeano, cuando se traslada la liebre a un frigorífico de otra provincia, se queda con 1,60 pesos. Es decir, el año pasado el gobierno embolsó más de 300 mil pesos gracias a los cazadores que manda perseguir con la policía.

En tanto, sólo en 2004 el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) contabilizó unos 8,5 millones de dólares de ingresos por la exportación. Los frigoríficos -la mayoría de provincia de Buenos Aires, ahora en La Pampa no hay- venden el animal en cortes. Envasado al vacío, un kilo de lomo de liebre puede llegar a valer entre 10 y 15 euros, dependiendo la época. Finalmente, en Holanda, Alemania o Francia un europeo hecho y derecho puede llegar a pagar en un restorán 30 euros por sólo un pedazo de pata.

Excelentísimos

Tres, otra vez, está puteando porque Cuatro, otra vez, se está sacando los mocos. Uno, mientras tanto, me sigue contando de sus desventuras con los polis y con los funcionarios del gobierno, me habla de la maldita burocracia y de los controles más duros, y finalmente me dice, casi asombrado, que los cazadores que salen a la calle a ganarse el pan son tildados de delincuentes y que al diputado o ministro o intendente delincuente lo tratan de excelentísimo señor.

"Unos años atrás te encontraban cazando en la calle y te secuestraban la camioneta. Te hacían la multa a las pocas horas y un día después estabas cazando de nuevo. Ahora, desde hace un año, te tienen la camioneta, tu medio de vida, secuestrada unos ocho días o más. Esos días que no cazás, ¿quién te los paga?¿el excelentísimo señor?", se pregunta. "Por eso, hoy algunos cazadores no se van a dejar agarrar así nomás, y son capaces de llevar clavos miguelitos y hasta troncos para tirarles en la persecución a los polis. Cuando pasa eso, viene la reacción de los polis: la de tirar tiros. Un día de estos, van a matar a alguien".

Volvemos a toda velocidad por una ruta cualquiera, vemos a lo lejos más luces y balizas de los polis, y me duermo. Despierto media hora después y han encendido la radio y se escucha un tal Ricardo Arjona y Dos, Tres y Cuatro hacen que cantan.

Un rato después entregamos las liebres en una barraca. Son ciento cinco. En siete horas más, tras dormir algo, los cuatro saldrán de nuevo a tirar con la vieja carabina y a esquivar a los polis. Yo regreso a mi casa, con mis pantalones ensangrentados, y en el camino pienso en ese europeo al que tal vez le toque una de mis liebres, esa que terminé de matar con una soberana patada.

*Sergio Romano es periodista