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NUEVO LIBRO DE PEDRO VIGNE SOBRE TOAY

El historiador regional Pedro Vigne presentó un nuevo libro con historias que giran alrededor de Toay, localidad donde ha transcurrido toda su vida y que ha sido motivo de todas sus publicaciones editoriales. Con el título “Toay. Una ciudad con historia”, fue editado por el gremio UPCN,  cuyo secretario de Cultura, Sergio de Matteo, ofició de presentador en la sala “La Fantasma”, de la Casa Museo Olga Orozco. Acompañaron también a Vigne el secretario general del gremio, Jorge Lezcano y el intendente municipal Rodolfo Álvarez.

En su charla, Vigne contó que el objetivo del libro fue recopilar y difundir una serie de historias relacionadas con los primeros años de la localidad, que no estaban escritas ni disponibles para el conocimiento de la gente. “El libro es breve pero están desarrollados unos cincuenta temas y empecé por los orígenes, es decir la época en que Toay estaba habitada por los aborígenes. Por eso empecé por Pincén, el cacique que dominaba toda esta zona”.

Cincuenta historias para rescatar

Vigne hizo un breve repaso sobre algunas de las cincuenta historias que recoge el libro, como la que recuerda que Toay fue, desde 1889 hasta 1894, capital del territorio —aunque solamente en los papeles— por un decreto del gobierno nacional que disponía el traslado de la capital desde General Acha hasta “el pueblo que se va a fundar en el paraje Toay. Eso no se concretó por diversas circunstancias, como una revolución en 1890, en Buenos Aires; luego no había dinero en el tesoro nacional, gran parte de las tierras de Toay estaba hipotecada”.

Otro de los artículos está dedicado a quien se considera pionero del pueblo: Joaquín Llorens, un español que llegó a la zona abasteciendo a las fuerzas del ejército que batallaba contra los pueblos originarios en la llamada “Conquista del Desierto”. Hacia 1884 instaló cerca del Fortín un almacén de campo, en lo que entonces era el cruce de caminos entre Victorica y General Acha, a unos 3 mil metros del centro toayense, hacia el noroeste.

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Plaza central de Toay. Gentileza Fototeca Bernardo Graff.

Así comenzaban los primeros pasos de una localidad diseñada para ser una pujante capital de provincia. En el libro se rescatan —“para que sean la memoria de los que vivan dentro de 100 años”, dice Vigne—, historias del paulatino crecimiento del pueblo, que fue en cierta forma boicoteado por Tomás Mason desde Santa Rosa, cuando, “en la tranquera de su estancia, ubicada en lo que hoy es la Asociación Agrícola en Santa Rosa, detenía a los carruajes que venían al paraje Toay, que había sido declarado Capital, y él les decía que no siguieran porque allí no había nada, y que era en Santa Rosa, en las tierras de su suegro Remigio Gil, que él administraba, donde se iba a fundar un pueblo”.

El libro, de lectura amena y acompañado por varias fotografías —muchas de ellas aportadas por familias pioneras—, recoge historias de progreso, pero también de tristezas y desencuentros. Aquellas primeras décadas fueron forjadas por pioneros que debieron afrontar, además de las vicisitudes del despoblamiento, el medanal y sus choques de intereses, la muerte de sus pequeños hijos, motivadas generalmente por enfermedades que hoy son prevenibles o curables, como la bronquitis, la gastroenteritis o el tétanos.

Las peleas políticas entre pioneros, los recelos con Santa Rosa, los primeros comerciantes, el primer fotógrafo, el primer matrimonio, la llegada de la luz, la visita del corresponsal de la famosa revista nacional “Caras y Caretas”, las fiestas, los montes de caldén derribados, la llegada del regimiento, del primer médico, la primera escuela… son algunos de los temas de un libro que busca hacer perdurar en la memoria colectiva, los primeros y difíciles pasos de una ciudad que hoy, a casi 130 años de su fundación, crece en forma vertiginosa, según han informado las últimas estadísticas oficiales.

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Vigne junto a la foto que ilustra la tapa del libro.

Libros por Toay

Pedro Vigne tiene treinta años de carrera como comisario general y llegó a ser rector del Instituto Superior Policial de La Pampa. Su faceta de investigador lo llevó a escribir libros como "Toay, un pueblo centenario", editado para el 100º aniversario de la localidad, en 1994. Luego, en 1998 y 1999, escribió "Una excursión al Toay antiguo" (Parte I y Parte II), con investigaciones históricas y arqueológicas desarrolladas en la zona donde estuvieron los primeros asentamientos "cristianos" antes de la fundación de Toay. En el 2000 publicó"Los Rostros de la Tierra-Iconografía indígena de La Pampa 1870-1950", junto a José Carlos Depetris. En 2003, 2010 y 2016, "Crónicas Policiales de La Pampa Vieja" (Parte I, II y III). En 2016 "Historia de Pioneros", un compendio de biografías de los pobladores más reconocidos y protagonistas del Toay de los primeros años, entre ellos su fundador, Juan Brown.

En 2022 presentó con Depetris una reedición de "Los Rostros de la Tierra". “También hice una reseña histórica del Club Guardia del Monte del cual fui jugador, secretario y presidente y la reseña histórica del Regimiento 13 de Caballería, con motivo del cincuentenario de su arribo a Toay, en 1995. Publiqué también más de 400 artículos de historia regional en el suplemento Caldenia del diario La Arena. Fui además creador e integrante de la Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico de Toay en 1995 y Presidente del Museo Policial en 2014-15”.

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De izquierda a derecha: el secretario de Cultura de UPCN, Sergio de Matteo; el intendente de Toay, Rodolfo Álvarez; Pedro Vigne y Jorge Lezcano, secretario general del gremio editor del libro.

Otra mirada sobre la historia

Sergio de Matteo, quien es también presidente de la Asociación Pampeana de Escritores, destacó el trabajo de Pedro Vigne como un aporte a la mirada revisionista de la historia argentina, porque rescata los lugares y momentos que “la historia mitrista, la oficial, cataloga como mínimos, pero en realidad son importantes para la memoria de un pueblo. Sabemos que hay una rutina académica sobre la historia que a veces aleja un poco al público trabajador de los libros, y por lo tanto de la historia. Este libro de Pedro hace un recorrido distinto, pero sin perder la rigurosidad de los datos; se alinea con tareas narrativas como la de Felipe Pigna y otros historiadores que han acercado los procesos históricos a la gente”.

Entre los momentos del pasado recogidos por Vigne figura la llegada de "la luz" a Toay, primera localidad interconectada a la Cooperativa Popular de Electricidad. También allí, antes de la CPE,  operaba la histórica SUDAM (Compañía Sudamericana), empresa privada de capitales norteamericanos a la que se enfrentaron los pioneros cooperativistas de Santa Rosa para lograr recuperar el servicio eléctrico en beneficio del pueblo. 


Cuando llegó la luz *

Antes que llegara la luz eléctrica a Toay, el alumbrado público era con luz a carburo. En las esquinas había una columna de ladrillos con un recipiente que contenía carburo y agua, y era prendido al caer la tarde. Estaban ubicadas en una docena de lugares. Entre ellos las estaciones del ferrocarril, en los hoteles y los boliches.

El encargado de prenderlas era don Argañaraz. A la tardecita llenaba los tachos de carburo y agua y el gas salía por un pico. La luz blanquecina duraba hasta que se terminaba la mezcla.

Juan Antoci (que supo tener la propaladora de Toay) recordaba hace algunos años, al ser entrevistado con motivo del Centenario de Toay: "Cuando era chico solía ir al taller de Savioli. Había fabricado un aparato en una cocina vieja para dar luz a carburo. Tenía una llave a manija para dar más o menos luz. Un día la levanté demasiado y nos blanqueó a todos".

En esos tiempos en que la localidad tenía Usina, "Pedrucho" Tamborini era "el hombre de la luz" en el pueblo. De respetable físico y enfundado en su mameluco azul, recorría las calles, escalera al hombro, solucionando los problemas que se presentaban, ya sea en la vía pública o en las casas. "Pedrucho" debía atender, además, el funcionamiento de las máquinas generadoras que estaban instaladas en un edificio próximo a su casa, casi en la esquina de Urquiza y España. Ese lugar fue ocupado luego por la empresa Entel y el barrio de profesionales del hospital local.

Testigo de los primeros tiempos de la Usina, Antoci guardó nítidamente en su memoria aquellos sucesos históricos: "Comenzó funcionando en el año 1922, yo era muy chico. Recuerdo que la instalaron Lluch y Cislagui. Lluch era ingeniero o algo así, Cislagui tenía una panadería. La Usina funcionaba en un galpón ubicado en la calle Urquiza entre España e Italia. El primer motor vino vía ferrocarril y de la estación al galpón fue en un carro. En el bar de 'Diez, Blanco y Cia.' el chofer hizo un alto, tomó unas copas y siguió. El motor era muy grande, a nosotros, que éramos chicos, nos parecía enorme. Lo descargaron varios hombres. Funcionaba a vapor. A los dos o tres días llegó la caldera, que tenía tres metros de diámetro y tres o cuatro metros de alto, con una boca por donde se le ponía la leña. Cuando la traían, de tiro y sostenida por unos palos, al pasar el paso a nivel se les vino encima y aplastó un caballo del carro. Solíamos ir a ver cómo marchaba y nos entreteníamos poniendo la gorra en el caño de escape, porque al chupar la llevaba hacia adentro y al soplar la arrojaba. Allí empezó a trabajar 'Pedrucho' Tamborini. Tendría 10 o 12 años, pero como trabajaba de aceitador en la cosechadora de Tamborini, entendía el manejo de la máquina".

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Pedro Tamborini, junto a los motores de la vieja usina.

Según Antoci, Toay tuvo luz eléctrica a partir del 11 de abril de 1922: "fue el día que falleció don José Mattiauda, estaban en el velatorio y se prendió la luz", afirmó. Sin embargo, según el diario "La Capital", el servicio fue inaugurado oficialmente el 25 de mayo de ese año.

"Los palos para instalar las líneas —continuó diciendo don Juan— los adquirieron en la casa 'Fernández Gutiérrez y Cía.' y en la 'Casa Nueva'. Eran maderas de forma cuadrada e iban atornilladas a bases de caldén que estaban enterradas. Luego fueron reemplazadas por palmeras, actualmente quedan unas pocas de estas, la mayoría son de cemento."

Hubo varias anécdotas sobre las innovaciones del nuevo sistema eléctrico:

"Entre los años 1926 y 1927 trajeron máquinas Crosvel diesel. Para ponerlas en funcionamiento se necesitaba oxígeno. Lluch y Cislagui consiguieron un tubo y cuando lo pusieron en marcha explotó el motor, rompió tapa de cilindros y bomba de inyección. Ese día estábamos en la escuela y el maestro Chirino dijo: 'ha explotado dinamita'. Eran las once de la mañana y tembló toda la escuela. Años más tarde trajeron una máquina Coertín, que tenía una correa y marchaba con los motores. Eran máquinas importadas, inglesas o alemanas", recordaba el memorioso vecino Juan Antoci.

Respecto de los horarios en que funcionaba el servicio eléctrico, don Juan dijo:

"La luz se prendía a la entrada del sol y se apagaba a las doce de la noche. Si había baile se pedía a la Usina una o dos horas extras y se pagaba diez pesos más. Por lo general los bailes empezaban a las seis de la tarde, a las ocho y media o nueve había un intervalo, se iba a la casa a cenar, y a las diez continuaba el baile hasta las doce o una de la madrugada. La entrada costaba un peso con cincuenta centavos".

El final de esta época fue entre los años 1930 y 1931, cuando Lluch y Cislagui vendieron la Usina a la Compañía Sudamericana que tenía sede en Santa Rosa, y el encargado fue un tornero que trabajaba con Savioli, llamado Domingo Cerrato. En 1942, el gobierno municipal otorgó la concesión del servicio a la Cooperativa Popular de Electricidad de Santa Rosa. En mayo de 1945 se firmó un convenio para dotar de electricidad al Regimiento y el 17 de agosto de 1949, la Cooperativa se hizo cargo del abastecimiento de energía a Toay con horario limitado.

El 1° de diciembre de 1949 el servicio comenzó a ser suministrado durante las veinticuatro horas. Toay fue la primera localidad interconectada a la CPE, a la que le siguieron Uriburu, Anguil, Catriló, Lonquimay, Ataliva Roca y Mauricio Mayer.

* Uno de los textos que conforman el libro