Uno de los ejemplos más altos de dignidad nacional, el que encarnan Abuelas de Plaza de Mayo, enriqueció las conciencias ciudadanas con su presencia. Fue en el marco de la semana de la memoria organizada por el Honorable Concejo Deliberante de Santa Rosa.
Publicada en abril de 2004
Hace exactamente veinte años la ciudad albergaba —también en la sala de Concejo Deliberante— a otro ejemplo de abnegación y coraje: las Madres de Plaza de Mayo. Su titular, Hebe Bonafini, generaba odios y amores con su estilo frontal y destemplado. Resultaba urticante para ciertos sectores de la comunidad aceptar sus propias falencias e hipocresías.
Entre estas dos visitas, dos mundos, dos realidades históricas en un mismo país, pero tan diferentes y distantes en su esencia, han pasado en el devenir de los argentinos. En los '80 el fuego de quienes comenzaron a pedir justicia por los crímenes de la última dictadura militar se fue consumiendo y aplacando con los miedos, las hipocresías y las complicidades con ese régimen de terror que azotó los años '70. Recorrimos los crudos '90 bajo la apatía y el manto de falsa piedad que más que contribución a la unión de los argentinos, fue una deslealtad con la memoria y la justicia y un desprecio por las víctimas. Y llegamos con los nuevos aires de este 24 de marzo de 2004, en el que observamos un gobierno que reclama por la piedra angular de la reparación histórica de un país sano y comprometido.
La desmemoria
Como desnudaría Daniel Bilbao en su ensayo sobre los años de plomo, la multiplicidad de comportamientos de las sociedades del olvido, del silencio y de la desmemoria, ese manto de brumas sobre el pasado también recorrió La Pampa. Aquí también se había padecido —contrariando el vehemente discurso de la "isla de paz"— toda una serie de iniquidades que podían resumirse en un dramático inventario: más de doscientas detenciones, empleo sistemático de la tortura, existencia de lugares clandestinos de detención, secuestros extorsivos, asesinatos, hallazgos de cadáveres no identificados y cerca de cuarenta pampeanos detenidos desaparecidos.
Bajo el fuego de justicia que recorre el país tras la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, nuevamente el pasado oscuro de la provincia comenzó a ser revisitado con la apertura de la Megacausa 450, que investiga los crímenes de lesa humanidad cometidos en la Subzona 14. Trece represores —nueve ex oficiales de la policía y cuatro ex militares— están procesados por la Justicia Federal por algunos de los delitos ocurridos en La Pampa entre 1976 y 1983.
En cada caso investigado y presentado a la justicia y a la opinión pública a través de los medios, también se advierte la saludable experiencia de la redención de viejos ideales y la saludable puesta en acción de la memoria. La vergüenza deja paso a la reivindicación, la desesperanza a la posibilidad de justicia, la apatía al descubrimiento de la verdad.
El fuego inicial
¿Qué pasó en estos 21 años desde que se comenzó la lucha por la verdad en el '83? La primera lucha la dieron las mujeres que sufrieron en sus familias la desaparición de sus jóvenes: podemos mencionar a Matilde Alonso —tía de Juan Carlos Andreotti—, Olga Molteni —madre de Liliana—, Celia Korsunsky madre de Sergio Eduardo— o María Tartaglia —madre de Lucía—, siendo injustos en la recordación de sólo algunos nombres.
Las primeras denuncias del '83 —promovidas por el originario Movimiento por los Derechos Humanos Santa Rosa y la Asamblea Permanente por los DDHH de General Pico— fueron luego amplificadas por algunos medios periodísticos y expuestas formalmente ante el Juzgado Federal de La Pampa para su dilucidación. También concretaron una presentación ante la flamante Comisión de DDHH de la Cámara de Diputados, que auspició la edición de un dossier que fue distribuido a los organismos nacionales de derechos humanos y a la Comisión de Desaparición de Personas (Conadep). Este gesto se correspondía con la época: desde el Poder Ejecutivo se promovía un sumario al personal policial comprometido con privaciones de libertad y torturas procediendo a su exoneración.
Pasaron los años y el contenido de ese documento fue revivido cada 24 de marzo sin que las sociedades de la memoria pudieran vencer el infranqueable muro levantado por las sociedades del olvido y del silencio. No hubo, como se esperaba, nuevos gestos desde los poderes públicos que persistieran en aquellas actitudes que constituyeron, por su oportunidad y naturaleza, ejemplo nacional.
Marchas y contramarchas
En 1995 el dossier, ampliado con los elementos recogidos hasta ese año, se convirtió en una nueva denuncia ante la Comisión de DDHH en la Cámara de Diputados. Los fundamentos de la presentación eran obvios: pese al tiempo transcurrido nada se había avanzado en la materia y los muertos y desaparecidos pampeanos seguían como tales con un ingrediente más terrible: la ausencia de la verdad hacía que prevaleciera sobre ella el discurso de los asesinos. Esto es, que los desaparecidos no eran tales y que los muertos lo fueron en enfrentamientos. Los legisladores, en forma sistemática durante estos nueve años, se resistieron a considerar esta denuncia, lo que significó su negativa a realizar movimiento alguno por la verdad histórica y por la recuperación del nieto de María Tartaglia. Ese niño es ahora un joven que sigue negado de su identidad. Al nieto de María no desapareció: nos lo desaparecieron, con lo cual se consagra una ausencia cuya persistencia subleva la dignidad humana y ofende las conciencias.
Hay otro elemento que los cómplices de la desmemoria se niegan a aceptar. Es el que emana de la demostración fehaciente de la coordinación represiva, con la cual se esteriliza la tesis de la ajenidad que tanto se ha esgrimido para evadir responsabilidades.
En 2004, a diecinueve años de la primera presentación ante la Justicia Federal, el actual magistrado y ante la puesta en marcha que realizamos de ampliaciones y nuevas denuncias, resolvió declararse incompetente y giró todos los antecedentes al juzgado que desde hace algunos meses investiga los crímenes perpetrados en la órbita del Primer Cuerpo de Ejército, área a la que perteneció la Subzona 14.
Hora de redención
Por los crímenes cometidos en La Pampa ya hay trece represores detenidos y uno prófugo. Y también hay otros cuatro encarcelados que lo están por su participación en el secuestro de Lucía Tartaglia y la desaparición de su hijo. Si uno, tan sólo uno de ellos, decidiera romper con el mutismo de tantos años, buena parte de lo que nos ha sido vedado se revelaría. Su silencio descoloca a los exégetas de la redención. Es un silencio que se construye y afianza probablemente al amparo de invocaciones más altas y más profundas.
Estos son los elementos centrales acumulados en dos décadas. Si algún avance se ha logrado, es el de conocer ahora, medianamente, quién es quién. Por un lado, los dueños de las preguntas. Por el otro, los poseedores de las respuestas.
Cuando la sociedad y sus representantes sostengan con compromiso y vehemencia el fuego sagrado por resolver las deudas de la desmemoria, allí estarán las Abuelas de Plaza de Mayo y las Madres y María, María Tartaglia, Olga Molteni, Matilde Alonso, Celia Korsunsky… en la cumbre de su formidable fortaleza ética, oficiando de testigos.