Arte y quimioterapia. Desde mayo de 2016 la fundación Donde quiero estar lleva adelante un proyecto en el hospital Lucio Molas para que los pacientes que están realizando tratamientos oncológicos puedan cambiar, a través de la pintura, el color y el paisaje de lo que están viviendo. Paula Rudolff, coordinadora, nos cuenta la experiencia en esta entrevista.
Publicada en diciembre de 2018
Cuando alguien se enfrenta a un diagnóstico y empieza a transitar hospitales y pasar horas en salas de espera y se entrega a estudios y tratamientos, para escapar de algún modo intenta pensar en otra cosa, en imaginarse en otro lugar, donde sí se quiera estar. Como una ventana que se abre hacia el futuro trayendo algo de alivio. Quizá ese sentimiento siguió flotando en el aire de Vicky Viel Temperley quien, tras la muerte de su hijo de 17 años, diseñó un proyecto para acompañar a otros en esas esperas. Se le ocurrió que podía ayudar a embarazadas de alto riesgo en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires, pero cuando fue a presentar su idea –según cuenta en la web de la fundación- se equivocó de piso y la dejó en otra área. Así fue como la invitaron a trabajar en la sala de quimioterapia con pacientes oncológicos. Ese día nació la fundación Donde quiero estar. Al comienzo daba talleres de gimnasia localizada, fotografía y reflexología a los familiares de los pacientes, ofreciéndoles herramientas para calmar el dolor de quienes ponen el cuerpo. Su hija María De San Martín luego sumó la propuesta de la pintura.
Hoy la experiencia se replica en 16 hospitales, uno de ellos es el Lucio Molas. La coordinadora pampeana es la artista plástica Paula Rudolff. Paula en verdad estudió Administración de Empresas, pero nunca ejerció esa profesión. Pinta desde niña y en un momento se dio cuenta de que sólo quería hacer eso porque no concebía la vida de otra manera. Tiene 35 años, da clases de arte, abrió su atelier y viaja a Buenos Aires para seguir capacitándose. En una de esas idas conoció a la fundadora de Donde quiero estar, la conmovió mucho la historia, la posibilidad de transformación que daban estos espacios, y en 2016 aceptó replicar la experiencia en Santa Rosa. Más de 300 pacientes han pintado mundos imaginarios para apaciguar por un rato la crudeza de sueros y pinchazos.
— ¿Qué es el arte para vos y qué efecto tiene en los pacientes?
— No conozco otra manera de vivir que no sea el arte, te permite expresar cosas que no se pueden nombrar con palabras; comunicar lo que te pasa, cómo una se siente, qué está viviendo a través de una pincelada, una composición, de los colores. Creo que se trata de eso. A los pacientes les damos tablitas de fibrofácil 30 x 30, pinceles y pinturas y los invitamos a dibujar. Quizá no habían pintado nunca antes, pero cuando terminan su pequeña obra dicen que la quimio se les pasó más rápido, que no se dieron cuenta del paso de las horas, que se olvidaron del dolor. Algunos sufren cuando los enfermeros le colocan la vía, el arte los distrae, permite que hasta ese proceso sea menos dificultoso. Se logran cosas casi mágicas: se saca el foco de la enfermedad y pueden pensar en otra cosa, se alejan de lo que están viviendo y entonces piensan en donde quisieran estar en ese momento. Algunos pintan la playa, un bosque, y se van con esa idea. El arte es una manera de poder estar mejor.
— Entre esas pequeñas obras de arte, ¿podrías mencionar una que te haya marcado más?
— Una de las pinturas que me movilizó fue la de Bruno Ibarra, que falleció hace poquito, tenía 30 años. Con él tuvimos la suerte de viajar a Buenos Aires a la exposición que la fundación organiza todos los años en el Hotel Hilton y donde se presentan trabajos de pacientes de todos los hospitales que reciben los talleres de DQE. En 2017 Bruno se trajo el primer premio por su obra titulada Yo, un autorretrato. Era un chico de campo, jamás había pintado y fue un gran desafío para él. Nunca vamos a olvidarlo, nos marcó. Y este año, aunque ya no está, entre todos los dibujos que enviaremos, va nuevamente uno de él.
— Además del taller de pintura, ¿hay otros?
— Sí, además de arte, tenemos el de reflexología. En otros hospitales la fundación incorporó otros como música y maquillaje, nosotros lo tenemos pensado para más adelante. Los realizamos en el horario de quimioterapia para adultos en el Hospital Molas: de lunes a jueves por la mañana. Me acompañan tres voluntarios, intentamos que ellos sólo vayan una vez a la semana porque es muy fuerte lo que se vive. Lo cierto es que somos pocos y a veces es imposible cubrir todos los días.
— ¿Qué aprendizajes genera ser parte de Donde quiero estar?
— A mí me cambió la forma de ver la vida, me hizo crecer muchísimo. Como soy muy sensible, cuando comencé muchos me dijeron que me haría mal estar con personas que estaban tan tristes, atravesando una enfermedad, y la verdad es que yo también pensé que no iba a poder. Las primeras veces fue difícil, a una le cuesta poner límites y te encariñas con los pacientes porque estás compartiendo muchas historias a través del arte y de un mes para otros algunos ya no estaban. Después comprendí y traté de quedarme con las cosas lindas que vivíamos, si ya tienen un destino marcado al menos una puede cambiarles un poco el trayecto. No sólo a ellos, a sus familias también, porque pintan en la sala de espera. Uno está viendo la vida y la muerte todo el tiempo ahí. Aprende a valorar lo que tiene, a no hacerse problemas por pequeñeces. Es difícil y a la vez muy gratificante para el alma.
*Ángeles Alemandi es periodista