Casi 90 años más tarde, la crisis económica y social vuelve a recrear escenas que rememoran uno de los emplazamientos populares que, desde la década del 30 hasta la del 70, fue parte del paisaje de la ciudad en las inmediaciones de la laguna Don Tomás.
Publicada en agosto de 2019
El Salitral, aquella emblemática barriada, se había originado en el asentamiento de peones indígenas y no indígenas, desde los primeros días de Santa Rosa, que se mezclaban con el resto de los empleados de Remigio Gil y de Tomás Mason.
Los habitantes del barrio eran familias muy humildes que vivían en condiciones muy precarias y recurrían a distintas estrategias para su subsistencia. Los varones adultos, ya en el ámbito urbano, trabajaban en molinos harineros, corralones, fletes de leña y de materiales de construcción. Las mujeres, por su parte, se dedicaban a aquellos trabajos relacionados con el servicio doméstico: lavar, planchar, cuidar niños o emplearse de manera permanente en casas de familia. En ambos casos se trataba siempre de actividades de baja calificación, en las que los niños eran empleados a veces, aunque también trabajaban como lustrabotas o vendedores de diarios, y recolectaban leña.
Estos recursos se combinaban con la caza de pequeños animales —palomas o piches— y la recolección de frutos de chañar o piquillín en los montes cercanos, labores que, por lo general, estaban a cargo de los niños y las mujeres. También se consumían animales criados en las áreas rurales cercanas a cada barrio, vegetales cultivados en pequeñas huertas familiares y aves de corral, como gallinas y gansos.
Asistencia del Estado
Entre las múltiples estrategias de subsistencia estaba la posibilidad de obtener carne, frutas y verduras de descarte diario en el Mercado Municipal en forma gratuita o a muy bajo precio. Y también —así lo recuerdan varios testimonios—, la distribución gratuita de alimentos u otros bienes realizada a través de la Fundación Eva Perón o de instituciones gubernamentales, durante las administraciones peronistas de 1947 a 1955.
Los agentes sanitarios resaltaban en sus notas las malas condiciones de salubridad del Salitral: hacinamiento, excesivo frío o calor; muy poca agua potable pues la laguna recibía agua de lluvia, pero también los líquidos cloacales urbanos; una alimentación deficiente y falta de acceso a recursos sanitarios. Estos factores facilitaban la proliferación de enfermedades infecciosas, que en ocasiones hacían que los niños fueran internados durante algún tiempo, seguramente para recuperar su estado nutricional hasta llevarlo a niveles aceptables.
Foto familiar en El Salitral durante la década del '60.
Al fondo se ve el molino Werner. (Gentileza de la familia de Ramón Inocencio Rodríguez)
El fin del barrio
A partir de la década de 1950 comenzaron los proyectos para erradicar El Salitral y brindar a sus habitantes mejores condiciones de vida: se comenzó con las conocidas como “las casitas de Perón”, que se construyeron en la misma zona de lo que es actualmente el parque recreativo, y que fueron demolidas pocos años después.
Luego, en distintas etapas a partir de la década de 1960, se comenzó con unas 160 viviendas en ocho manzanas fiscales ubicadas al este-noroeste de la laguna, mientras que a otros vecinos se los reubicó en terrenos de Zona Norte, Villa Parque, además de los barrios EPAM, Héroes de Cochicó, Las Rosas, Las Torcazas, Los Olmos, Cruz del Sur, Mataderos y Peñi Ruca, con el que se dio por concluida la erradicación de El Salitral.
A pesar de la mejora ofrecida por las condiciones de las nuevas viviendas, a muchos de los pobladores —especialmente a los mayores— no les resultó fácil vivir en estos nuevos espacios. Varios de ellos tenían terrenos mucho más pequeños que impedían, por ejemplo, hacer pastar a los caballos o tener una huerta o animales domésticos. Y también se hacía más difícil continuar con actividades de obtención de recursos en los montes cercanos a la laguna, como la caza de animales pequeños, la recolección de frutos y leña.
Pero, a su vez, las grandes distancias entre los nuevos barrios conspiraba contra la continuidad de lazos familiares o personales. De manera que se reorientaron los vínculos sociales y hubo que buscar recursos alternativos para compensar la pérdida que implicaba la imposibilidad de criar animales y recolectar. Algo que se agravó tras la última dictadura militar, y un contexto caracterizado por la retirada del Estado de funciones de asistencia en materia de educación, salud y vivienda, por la precarización laboral y la caída de salarios.
En los recuerdos de la gente que creció allí se mezclan los momentos de infancias felices, pero de muchísimas privaciones y dificultades. Así, el barrio El Salitral sigue vivo en la memoria de quienes lo habitaron y en sus familiares.
*Historiadora, docente e investigadora de la UNLPam