La primera vez que la palabra Alethia restalló en nuestros oídos fue en 1972. Eduardo Horane, que promovía en La Pampa la formación de la Fuerza Revolucionaria Antiacuerdista, la pronunció para indicar que el período que se avecinaba inauguraría un espacio inconmensurable hacia la verdad. Para lograrla hay que ir hacia ella, incitaba, y cada tanto detenerse y voltear la cabeza.
Publicada en febrero de 2000
Allí aprendimos que mirar atrás no sólo sirve para saber cuánto hemos recorrido sino también para establecer cuánto falta para llegar.
Por aquel entonces la presión social había convencido a Lanusse de la necesidad de liberar las urnas. "Bebel" Horane levantaba tribunas y edificaba sueños, ignorante de que cuatro años más tarde habría de desaparecer. Se lo llevó la muerte, en la iglesia Santa Cruz, junto a las monjas francesas y otros militantes, como consecuencia de la celada diseñada por un feligrés sinuoso de apellido Astiz.
En las antípodas ideológicas de Horane, Alethia volvió a ser invocada por Mariano Grondona ante un atento auditorio congregado en el Aula Magna de la UNLPam. Transcurría el conflicto del Atlántico Sur y Grondona exorcizaba la zozobra social augurando que la crisis contribuiría a establecer mayor claridad en un escenario donde todos eran malos. Alethia o Aletheia es la palabra que los griegos acuñaron para denominar a la verdad. Pero no la verdad concebida como una certeza sino aquella que des-vela, estallido y descubrimiento que implica aproximación y compromiso del sujeto hacia ella y, por tanto, su enorme dimensión ética. Una verdad para el asombro. Esto es, sin sombras.
Como un caldén quemado Alethia rebrotó por tercera vez hace pocas semanas. Sugerente y eufónica, la voz griega se hizo presente en la reflexión de los analistas del Juicio de la Verdad.
Nos referimos a la decisión, de la Cámara Federal de Bahía Blanca (**) de avanzar tras la conquista de la verdad histórica en torno a lo acontecido durante el ejercicio del terrorismo de Estado en jurisdicción del V Cuerpo de Ejército.
En razón de que esta unidad militar extendía sus dominios sobre una parte del territorio pampeano la expectativa lugareña sobre el juicio se acrecienta.
El interés cabalga sobre innumerables interrogantes. Son los que se derivan de la siguiente consideración: el número de muertos desaparecidos pampeanos es superior a la treintena y a ellos deben sumarse casi un centenar de secuestrados que revistieron la condición de desaparecidos durante días y aún semanas; más, por supuesto, los más de doscientos ciudadanos detenidos o demorados para ser interrogados, una docena de los cuales sufrieron varios años de prisión.
Sobre estos casos nadie, nunca, ofreció la mínima explicación, circunstancia que se agrava en democracia porque consiente el discurso de los represores sobre el "algo habrán hecho", los "enfrentamientos" o "los dos demonios". Con silencios de este tipo se va construyendo la impunidad.
En La Pampa, esta parcela de paz y de futuro, se asesinó, secuestró, torturó, se persiguió... Eso sí lo sabemos.
No es casual, entonces, el seguimiento de este juicio ante la eventualidad de que la sociedad pampeana pueda acceder a este derecho de conocer qué pasó, cuáles fueron sus víctimas. Cuántos..., además de identificar a los represores, cómplices y delatores artífices de tanta atrocidad.
Hasta el momento las audiencias giraron en torno al campo de concentración conocido como "La Escuelita". A medida que avanzaron las sesiones creció la convicción de que la represión ha sido mayor y más salvaje de lo que conocíamos hasta hace un mes. Simétricamente, aumentó también el tamaño de las cuestiones a develar. Pareciera que las incógnitas fueran recorridas por alguna coordenada de la perspectiva, que hace que se agiganten a medida que nos acercamos a ellas.
Esta verdad que nos ocupa constituye un derecho que las leyes de punto final, obediencia debida y el indulto presidencial han conculcado. Las "razones de Estado" y el oportunismo político consagraron una injusticia. Se blanqueó la situación de los señores del terror y la muerte pero no se le permitió a la sociedad ni a los familiares de las víctimas conocer el destino de sus seres queridos.
Esta desigualdad, que ofende el carácter jurídico y moral de la justicia, sólo puede ser reparada bajo el imperio de la verdad. No se puede violar la relación dialéctica entre verdad y justicia. Una precisa de la otra porque de otra manera se esterilizan.
Se ignora el provenir del juicio de Bahía Blanca pero albergamos una certeza: ya nada volverá a ser igual. La memoria ha ganado un combate a la desmemoria. Independientemente de que en las nuevas audiencias se llegue a establecer el destino de los pampeanos desaparecidos debemos decir que este juicio, con su carácter ejemplar, alimenta la esperanza y habilita a nuevos juicios.
Nuevos tribunales se podrán levantar (***) a poco que algún magistrado, quizás un funcionario, acaso un legislador, lo impulse. Y si no fuera así, la obtención de la verdad, como hasta ahora, quedará nuevamente en manos de la comunidad. Esto es, por cuenta de esos vecindarios aguerridos y tesoneros, esas madres y abuelas estoicas y heroicas, gracias a las cuales Alethia, resplandeciente, abandonó su cobijo en las estanterías para comenzar a andar la calle.
En estas jornadas iniciales del 2000, donde parecería que comenzamos a desandar el futuro, no está de más una oración por la verdad, tan infrecuente en estas últimas décadas. Una plegaria plebeya y pagana a mano alzada, una invocación a nuestras propias fuerzas. ¡Alethia! Apostar por ella, correr tras ella. Hasta alcanzarla.
(*) Juan Carlos Pumilla es militante por los DDHH.
(**) Juicios similares se sustancian en La Plata y Córdoba.
(***) La nueva Constitución, que entre otras cosas ratifica el criterio de extraterritorialidad (tan vilipendiado desde el poder), habilita a la sustanciación de juicios allí donde los crímenes ocurrieren. Sobre esta base, más el principio de la autoría ideológica y la sumisión del país a pactos internacionales, es posible aspirar a un juicio por la verdad en La Pampa. La raíz de esta pretensión debe buscarse en la confección de los informes de inteligencia que permitió la localización y secuestro de nuestros comprovincianos. La coordinación represiva hizo el resto.
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