Los perjuicios de un mal uso de la energía eléctrica son tan variados y profundos que hacen necesario, además de tener presentes los consejos que suelen difundirse para evitar su derroche, reflexionar con una mirada mucho más amplia sobre un servicio que emplea recursos que no son eternos y cuesta mucho esfuerzo y dinero producir, transportar y distribuir.
Al limitar nuestro interés en reducir los consumos innecesarios para cuidar la economía familiar, corremos el riesgo de no considerar la problemática en su totalidad y, por lo tanto, caer en nuevos errores al primer síntoma de alivio económico en el seno del hogar.
Todos perdemos si no dimensionamos la importancia del servicio eléctrico en la vida de los seres humanos; si no se toma conciencia sobre su origen, su propósito y las implicancias socioeconómicas y ambientales que su existencia pone en juego.
Desde diversos ámbitos, por iniciativas oficiales, comunitarias o individuales, los “tips” para lograr y sostener cotidianamente un uso racional de la energía en el ámbito domiciliario, se renuevan a medida que avanzan y se popularizan nuevas tecnologías. Pero, a menos de dos siglos del inicio de la generación masiva de electricidad —cuando a fines del siglo XIX comenzaron a iluminarse calles y hogares—, con su impronta revolucionaria en la industria, el comercio, la vida familiar o el esparcimiento, muchas personas apenas están advirtiendo que para el simple acto de encender un artefacto sin mayores esfuerzos, fueron necesarias numerosas obras, inversiones considerables, acuerdos internacionales —a veces conflictivos— y hasta reasentamientos de poblaciones enteras.
La energía eléctrica inició su desarrollo como un servicio de iluminación, y era esa la función que la gente le demandaba. Pero a poco de andar, comenzó a abastecer a maquinarias y aparatos eléctricos, primero industriales, luego domiciliarios. Estas innovaciones demandaron al sistema mucha más potencia y calidad: ya no alcanzaba con mantener iluminadas las calles y unos pocos hogares; se hizo necesario, cada día y en todo momento, poner en marcha múltiples y poderosos aparatos y sistemas.
Esto provocó, a lo largo del siglo XX, la necesidad de diseñar, construir y sostener diversos modelos de generación de energía, desde centrales hidroeléctricas, térmicas o nucleares hasta eólicas o solares.
Todos los sistemas de generación de electricidad a gran escala tienen sus ventajas y desventajas, pero comparten formidables entramados de redes y estaciones transformadoras —por mencionar dos de sus más importantes componentes— que hacen posible la llegada de la energía en tiempo y forma a un domicilio o una industria.
Derecho caro para unos, lujo barato para otros
El derroche de la energía eléctrica, por desconocimiento, por falta de interés o por simple mala elección de los artefactos del hogar, no nos interroga a todos por igual. En diversas zonas del país hay muchas familias que no tienen acceso a otro servicio que no sea el eléctrico, y sus consumos se disparan porque no tienen más remedio que cocinar, bañarse o calefaccionarse con elementos que demandan electricidad. Si bien es cierto que aún en esos casos hay también algún margen para lograr ahorros en el consumo, esas familias suelen estar más atentas a su buen uso y sería injusto exigir una racionalidad exhaustiva en cada momento de su rutina. Pero en otras regiones, con proliferación de servicios y opciones para una vida confortable en el ámbito familiar o laboral, suelen darse casos de consumos que no se corresponden con una actitud responsable. Desde familias que no se han planteado nunca pensar sobre sus hábitos de consumo de electricidad, y por lo tanto es posible que tengan una gama obsoleta o ineficiente de artefactos que demandan mucha energía, hasta extremos —confesados en redes sociales o en medios de comunicación— de personas que en verano van a sus trabajos y dejan el aire acondicionado prendido, con la casa deshabitada, sólo para tener buena temperatura al momento del regreso al hogar.
Pensar para valorar
Si consideramos que para generar energía mediante una central hidroeléctrica, en ocasiones hasta ha sido necesario reubicar a ciudades enteras con el fin de construir represas o reencauzar ríos; si para hacer funcionar una central térmica es inevitable quemar combustibles fósiles, emitiendo hacia la atmósfera gases contaminantes; si para construir parques solares y baterías se consumen minerales que requieren el fomento de la minería; si los parques eólicos modifican ecosistemas, es fácil concluir que el derecho a contar con energía eléctrica en nuestras vidas no fue ni es gratuito, paguemos poco o mucho por cada kilovatio hora consumido.
La magnitud de las construcciones, trabajos, inversiones, exploraciones, conflictos sociales, políticos y económicos que suelen estar en juego en la generación de electricidad, nos debería interpelar como sociedad, sobre todo a quienes formamos parte de sistemas de distribución de energía basados en principios cooperativos.
Como señalamos, más o menos sabemos cuáles son los consejos para un uso racional de la energía, porque han sido y serán difundidos en este y otros medios de comunicación. Y aquellos que desconocemos, seguramente no nos resulta difícil deducir.
Pero es la concientización sobre la problemática global de la generación, el transporte y la distribución de la energía lo que hará que cada consejo, cada “tip”, traspase el umbral de la corrección política sobre una cuestión ambiental o el cuidado de la economía familiar, y ayude a promover cambios proactivos en los modelos y nuestras costumbres.