El oeste pampeano siempre fue pródigo en motivos sociales y geográficos para los poetas, músicos y narradores pampeanos. Bajo el influjo de esa región nació la literatura de Félix Domínguez Alcaraz, como nacieron de allí también la obra de su hermano Julio Domínguez, gran parte del cancionero de Bustriazo Ortiz y muchos de los poemas de Edgar Morisoli.
Publicada en agosto de 2016
En ese oeste profundo surgieron varias de las historias que tomaron narradores como Walter Cazenave y Jorge Etchenique. Allí abrevaron otras voces del Cancionero de los ríos, hizo cine etnográfico el documentalista Jorge Prelorán; Ercilia Moreno Chá realizó relevamientos de folklore musical; y Claudia Olrog recogió material para un extenso estudio antropológico.
Se podría decir, casi sin margen de error, que las letras pampeanas le deben mucho más, por calidad y dimensión humana, a las carencias y penurias del oeste, que a la tradición del colono que a fuerza de voluntad y privaciones fundó pueblos y organizó prósperas comunidades en el noreste de la provincia.
El oeste siempre estuvo marcado por la tragedia; fue la tierra de los sobrevivientes indígenas, de los bandidos rurales, del paisaje árido; la tierra que sufrió el despojo del río y el éxodo de sus pobladores hacia los centros urbanos. Pero también fue, y sigue siendo en el recuerdo, la tierra de las épocas de bonanza, antes del corte del río, y el lugar de la cultura criolla que se conserva en el cancionero de raíz folklórica.
En ese contexto surge el nombre de Félix Domínguez Alcaraz, reconocido desde hace décadas por ser el autor de dos composiciones memorables: la “Canción del pichi huitrú” y “Baigorrita”. La primera presenta la niñez rural. El río fluye; el paisaje brilla con su encanto agreste; la lengua ranquel late en un estribillo de inusitada belleza; y en el fondo, como un marco natural, la presencia imponente de las bardas. El segundo de los temas rescata la figura del cacique Manuel Baigorrita, recreando su huida y muerte a manos de los soldados del coronel Racedo, durante una de las tantas expediciones punitivas del siglo XIX. El texto conserva el gesto heroico del perseguido, que apoyado en su lanza espera la muerte que llega con la partida.
A esas canciones hay que sumar el poemario Barda amarilla, editado en 1984 por el Fondo Editorial Pampeano, y el texto “El pichero”, aparecido en un suplemento cultural. Y no había mucho más, pero aun así Félix Domínguez Alcaraz ya tenía un lugar entre los mejores autores de La Pampa.
La publicación de su obra completa ha sido posible, en gran medida, por la colaboración de amigos y allegados, que fueron aportando los textos que el autor les había confiado o que les habían llegado en diferentes circunstancias. Aparecen, en consecuencia, nuevos libros, algunos tan breves que pueden definirse como proyectos de libros; y hay otros que surgen de la necesidad editorial de agrupar textos sueltos bajo un título convencional.
Para el lector no pasará desapercibido el vigor y la soltura de la prosa, desconocida hasta ahora. Su novela El Porvenir, subtitulada Vivencias de un niño en el Oeste, tiene estilo costumbrista, y de algún modo se acerca al tipo de las llamadas “novelas de aprendizaje”.
La literatura de Félix Domínguez Alcaraz, como ocurre con la de los autores de su generación regional, tiene carácter autobiográfico. Sólo queda en la página impresa lo que se ha vivido personalmente o se conoce por el relato confiable o la crónica. Podrá discutirse esta concepción, pero es ésa, y no otra, la manera empleada por muchos de nuestros autores para la creación de sus obras.
Esa “realidad” también se vuelve reflexión en “El pichero”, texto en prosa que puede caracterizarse como un ensayo literario. El protagonista representa a los hombres que luchan por sobrevivir en medio de la tierra inhóspita y el desamparo social. En el relato “Los dueños de los médanos”, el narrador testigo, identificado con el propio autor, escucha por boca de un indio una historia acerca de su padre. El testimonio, creíble y emotivo, deviene luego en relato escrito.
Tanto lo que había sido publicado de Félix Domínguez Alcaraz, como lo que ahora se da a conocer, refleja el trabajo de un autor que ha escrito en plena madurez creativa. No se observa una evolución de la escritura; su forma de decir es siempre la misma. Los textos sugieren talento y oficio. Seguramente el lector preferirá unos sobre otros, como es natural que ocurra, pero seguramente también reconocerá en el conjunto de la obra la presencia de una de las voces más inspiradas de las letras pampeanas.
Julio Verdugo en la tarde
Baja de Los Guanacos
Julio Verdugo.
Rodilleras y espuelas,
botas de potro, botas de potro.
Echando polvareda
cruza el zanjón.
Siempre tirando riendas,
su redomón, su redomón.
Criollo bardino,
buenchicalquense.
Esto es un lujo,
Julio Verdugo.
Qué lindo lujo, todo su lujo.
El pingo es estrellero,
bravo su dueño.
El jarillal flamea
todos sus sueños, todos sus sueños.
En una atropellada
llega a su casa.
Y su sombra marcada
queda en la barda, queda en la barda.
Lección de estilo
O para ser más precisos, una lección de buen estilo. “Julio Verdugo en la tarde” es un poema perfecto por donde se lo mire. Caballo y jinete forman un cuadro de admirable gallardía. Pero el mayor acierto está en el verso donde se dice “Qué lindo lujo, todo su lujo”, que abre todo un mundo de resonancias paisanas. La descripción concluye con el caballo detenido, cuya sombra se proyecta contra el inmenso cantil de la barda, una hipérbole que más de un poeta envidiaría.
Ficha
Félix Domínguez Alcaraz nació en 1937, en Algarrobo del Águila, La Pampa. Desde muy joven se radicó en Santa Rosa. Poeta, narrador y músico. Como locutor de LRA3, Radio Nacional Santa Rosa, difundió siempre la cultura de la provincia. Fue uno de los socios fundadores de la Asociación Pampeana de Escritores. Actualmente reside en la localidad norteña de Intendente Alvear.
*Marcelo Cordero es profesor y director de Editorial Voces