En el año 2001, en un contexto social, político y económicamente devastado por políticas neoliberales, comenzó a funcionar en Santa Rosa la Cooperativa de Trabajo Textil, creada por los trabajadores despedidos, sin indemnización, de la entonces Indumentaria Argentina.
Publicada en julio de 2014
Durante 1999, Indumentaria Argentina S.A., que funcionaba en el Parque Industrial de Santa Rosa, evidenció signos de endeudamiento que embestían diferentes ramas de la economía nacional. La fábrica no pudo proveer insumos a la planta, lo que implicó una disminución de los niveles de producción y despidos masivos.
De un día para otro, unas doscientas personas quedaron desempleadas sin explicaciones ni alternativas. Ante esta desesperante situación, los trabajadores despedidos comenzaron a autoconvocarse para evitar el desmantelamiento de la empresa y recuperarla como fuente de empleo. Con ese objetivo, se asesoraron con profesionales sobre la mejor manera de organizarse para aprovechar los mínimos recursos disponibles.
Luego de numerosos encuentros entre trabajadores y especialistas de diferentes áreas estatales, acordaron que la organización cooperativa era el modo más efectivo para conservar la fuente de ocupación. Su actual tesorera, Mirta Litterini, cuenta que a partir de esas reuniones, descubrieron que se podía trabajar sin tener que ser empleado.
En noviembre del 2000 se realizó la asamblea constitutiva de la cooperativa, y se formalizaron los trámites para inscribirla en los registros, tanto a nivel provincial como nacional.
La quiebra
Si bien la entidad ya estaba conformada, para producir faltaban las herramientas, insumos y un lugar donde armar el taller. En diciembre de ese año, Indumentaria Argentina se declaró en quiebra y sus extrabajadores pudieron comprar las máquinas en remate público. Para eso contaron con ayuda económica del Estado provincial, que brindó además el dinero necesario para la adquisición de un lugar físico donde comenzara a funcionar la cooperativa. Acondicionado el galpón, instaladas las máquinas y con los insumos necesarios, volvieron a elaborar indumentaria.
Mirta recuerda que fue el 21 de abril de 2001 el día en que el taller comenzó a funcionar. Desde entonces confeccionan prendas para firmas de renombre de todo el país, como Yagmour y Pato Pampa. Actualmente producen un promedio de 150 camisas por día. Es todo lo que les permite la infraestructura disponible. “Tendríamos que incorporar algunas máquinas y gente para poder producir más. Incluso para desarrollar la marca propia necesitamos ampliarnos”, reflexiona Mirta.
La Cooperativa Textil tiene su marca propia: “Huitrú”, voz mapuche que nombra al caldén, porque quieren resaltar que son productos pampeanos. Sin embargo, no han podido insertar sus prendas en el mercado local. Con la colaboración de profesionales, realizaron estudios de mercado pero sus productos todavía no encuentran lugar. Mirta explica que para las tiendas de barrio las camisas son demasiado caras, y para los demás lugares que venden ropa exclusiva, Huitrú no es una marca que quieran comercializar. Ante esta situación, decidieron vender su producción en el mismo taller, aunque saben que deberían tener un espacio más apropiado para exponer las prendas propias y que se conozca un poco más en la ciudad y la región.
Todo lo hacen con compromiso y prolijidad. Las camisas que confeccionan son entregadas listas para la venta, dobladas y planchadas dentro de una bolsa. Las que hacen con su propia marca tienen un costo final de 250 pesos. Ese mismo producto es el que se vende en locales de la ciudad, donde su precio asciende considerablemente, llegando a costar el doble.
Al taller, ubicado en Liberato Rosas 952, acude mucha gente en busca de empleo. La mayoría sin experiencia en el manejo de máquinas, por lo que enseñarles su uso implica disminuir el ritmo productivo, algo que la cooperativa no está en condiciones de permitirse. Además, a pesar de que en Santa Rosa hay varios talleres textiles, no existen lugares donde se capacite a quienes quieren utilizar este tipo de maquinaria industrial. Igualmente, la cooperativa suele brindar una oportunidad a quienes forman parte de algún programa, tanto nacional como local, donde se capacita al trabajador, y si lo desea puede quedarse como asociado.
Actualmente son 25 los socios de la cooperativa, la gran mayoría mujeres. “Estamos orgullosos de lo que hemos logrado, porque tenemos un empleo que consideramos digno y por el cual luchamos todos los días”, dice Mirta. Apenas comenzaron, no tenían demasiadas expectativas de poder sostenerse en el tiempo. Pero todo salió en contra de sus pronósticos, y hoy pueden afirmar que con 13 años de historia han aprendido y crecido mucho, aunque les quedan cuentas pendientes.
Una de ellas es dar un salto cualitativo con su marca Huitrú. Hace tiempo que están buscando la manera de insertarse en el mercado para generar más y mejores fuentes de trabajo. Como cooperativa, se hace difícil mantener la producción y crecer, a veces parece imposible. Ante esta situación, han decidido aprovechar algunas políticas de promoción industrial, a partir de las cuales reciben dinero para comprar maquinaria, insumos, o lo que la empresa necesite para seguir creciendo.
Rancho aparte
Sus 13 años de historia y esfuerzo con ricos en anécdotas que reflejan las situaciones difíciles que debieron superar. Mirta recuerda, con indignación pero intentando quedarse con el lado positivo, cuando en el año 2002 un asociado de la cooperativa armó un taller privado y se llevó la mitad de los empleados a trabajar en su empresa. Eso implicó una profunda carencia en la producción, pero con organización y buena voluntad pudieron salir adelante y cumplir con los pedidos. Tampoco olvida aquellas épocas en las que debían coser sábanas para poder mantenerse, a pesar de que les pagaban muy poco por esa tarea.
Emilia Di Liscia es periodista
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