Santa Rosa es apenas una aldea de poco más de ochocientos habitantes a fines del siglo XIX. Pugna afanosamente por dejar de ostentar esta condición para convertirse en una dama promisoria en la escena nacional.
Publicada en abril de 2001
Tomás Mason la sueña grande y poderosa. Tiene razones para ello: este territorio de desmesuras es una pieza estratégica, crucial y decisiva, para los propósitos del gobierno nacional de extender la frontera interior. Por algo se han hecho, caramba, esas campañas al desierto que, además de certificar que no existía tal desierto, pusieron de relieve el enorme potencial del corazón del país.
Don Tomás no es ningún improvisado. El es, digamos, básicamente un hombre pragmático y consecuentemente tiene la apetencia de consolidar su liderazgo con base social. Para ello emprende una activa campaña por conquistar voluntades que lo lleven a la presidencia del Consejo Municipal.
Fundador y máxima autoridad civil: con estas credenciales ¿quién le puede hacer sombra?
La ciudad con que sueña don Tomás debe tener un trazado armonioso, desarrollar sus fuentes de producción y ofrecer a sus moradores las bondades de las grandes urbes. He aquí los puntos centrales de la plataforma de gobierno que propone y que el electorado, con elevado grado de adhesión, suscribe llevándolo a la ansiada presidencia.
Estamos, entonces, a mediados de setiembre de 1894.
En Buenos Aires hace tan solo dos años que se ha inaugurado la luz eléctrica (en Florida-Perú desde Corrientes hasta Alsina) y apenas han transcurrido poco más de dos décadas desde que otro Tomás, Alva Edison, asombrara al mundo al encender su lámpara incandescente.
La ciudad con que sueña don Tomás debe tener un trazado armonioso, desarrollar sus fuentes de producción y ofrecer a sus moradores las bondades de las grandes urbes.
De manera que don Tomás se constituye al frente de la comuna y no espera que nadie le reclame por sus dichos.
Promete y cumple. De tal manera establece el abasto, la regulación del funcionamiento de las fondas y ¡el mantenimiento de la iluminación pública con faroles de aceite!
Este es, entonces, el primer antecedente del alumbrado público. Pero don Tomás no se detiene pues ya está definido su perfil ambicioso y su vocación fiscalista. Así las cosas, no demora mucho en redondear su pensamiento en la materia.
El 16 de enero de 1895 la Municipalidad sanciona su ordenanza número 8.
En otros considerandos, se establecen los siguientes impuestos: alumbrado en almacenes, tiendas, hoteles, cafés y confiterías 3,00 pesos por mes; industrias 2,00 pesos; bodegones 1,50 y casas de familia 0,50.
Estos inicios de la luz constituyen además la primera manifestación de una preocupación municipal al respecto. Desvelos que habrán de producir hechos relevantes a lo largo del siglo que se avecina.
Don Tomás no es hombre de dejar las cosas a medio camino y emprende otros proyectos vinculados con la luz. Pero esa ya es otra historia...