Nuevo 1° de Octubre es una publicación mensual y gratuita de la CPE.
DESTRUCCIÓN CULTURAL DEL TRABAJO

La realidad es en extremo dolorosa y las estadísticas que la reflejan son aterradoras: el sistema implantado desde la década del ochenta (con precedentes correlativos tan sólidos, claro), ha venido in crescendo y rebasados sus cálculos más extremos, hasta vomitar tantos trabajadores al desempleo que estamos alcanzando la escalofriante cifra de más de 2.800.000 hombres y mujeres sin trabajo y, por lo tanto, arrojados a la marginalidad y la pobreza. Es casi el 20 % de la población económicamente activa del país.

Publicada en marzo de 2003

Las mismas estadísticas se encargan de verificar lo que ya sabemos: casi 20 millones de pobres y millones de indigentes que trajinan esta geografía de la desesperación, la miseria y la desesperanza. "¡Ni cuando fuimos esclavos y luego pobres estuvimos tan mal!", disparó con tanta razón un piquetero recientemente.

El trabajo libera y dignifica. El trabajo es vida. No tener trabajo es no tener destino. "El trabajo y la educación son emancipadores del hombre", decía José Ingenieros.

¡Ha sido una obra maestra del terror! Es -sin vueltas- la represión y la desaparición de seres humanos de los años de la dictadura con otro rostro. Es su indiscutible continuidad en otros términos, hasta quizás más eficaces por generalizadores. Son los mismos intereses y designios del ‘76-‘83 que para seguir medrando (diezmando) se arroparon de democracia; de una democracia formal, aparente y por lo tanto engañosa, que una partidocracia vernácula venal y electoralista ha sabido montar dándole soporte con una fenomenal ingeniería eleccionaria que le garantiza ad aeternum el poder y sus privilegios. Todo orientado desde la presidencia del Planeta y, obedientemente, llevado a cabo con impecable precisión de relojería, como un taxímetro siniestro, implacable, como una carcoma voraz que taladra silenciosa y oculta el cuerpo social de una argentina que agoniza en los sectores populares.

Caracterización del desempleo

Nos parece atinado caracterizar a este flagelo del desempleo en sus bases materiales, haciendo un recorrido enunciativo por el universo de secuencias, consecuencias, secuelas y facetas que el mismo trae aparejado: la precarización general del trabajo efectivo; el subempleo; el empleo temporal y el empleo eventual; la muerte del trabajo estable y la consiguiente inestabilidad y movilidad laboral que pone en estado de inseguridad al trabajador; el trabajo en negro; las asimetrías y distorsiones que dan por tierra con el principio de "a igual trabajo igual remuneración"  (las mujeres -por ejemplo- ganan menos que los hombres aún cumpliendo trabajos similares o superiores); el trabajo y la explotación de menores; el abuso horario y la conculcación de derechos y conquistas; la impersonalidad y la despersonalización en el vínculo laboral; la inversión de la pirámide ocupacional (expulsión de los adultos -el desprecio a la experiencia- y el descarte de los jóvenes-viejos a una edad promedio de 30 años, sustituidos por la llamada "infantocracia" empresaria en puestos clave).

A todo lo cual se agrega la degradación general y deterioro de la empleabilidad, con pérdidas o ausencia de aptitudes y actitudes del trabajador o postulante; el empleo tercerizado; el alto costo del impuesto al trabajo; el vaciamiento de los fondos previsionales y el alto precio del costo gremial (sin contraprestación) por cada punto de empleo; la evasión de las cargas sociales por parte de grandes corporaciones con la connivencia del poder fiscalizador; la alta tasa de inversión por cada puesto de trabajo debido al costo país, el dispendio público, etc.; el desamparo previsional y la violación de los derechos por parte del Estado a través de los Planes Trabajar y sus variantes, con el agravante del carácter dadivoso y subsidiario que el Poder Político le da a estos regímenes, desviando el sentido y menoscabando los contenidos del vínculo y, por consiguiente, desvaneciendo en el beneficiario (perjudiciario) el sentido de la responsabilidad, porque -encima- el trabajo no tiene objeto ni el hombre sabe para qué o a quién le sirve, no se lo controla ni se lo evalúa, y la patronal  -el Estado- está ausente y sin autoridad moral para obligar. Se dirá que es asistencia, pero es asistencialismo porque primero se crearon las condiciones de empobrecimiento general.

Es decir, en el campo del trabajo impera el desquicio y la ruindad. ¡Como siempre! Sigue siendo históricamente, el trabajo, la variable de ajuste del capital salvaje, el término dependiente de la ecuación. Siendo una de las patas de la clásica trilogía que caracterizaban la producción, el trabajo ha estado siempre sometido a los vaivenes, las mudanzas y el manipuleo del Poder (el económico asociado al político), tanto que ahora, un señor llamado Jeremy Rifkin, en 318 páginas netas de su último libro anuncia que el derrumbe terminará en el fin del trabajo.

Si es así, listo, a la mierda, ¡se terminó! Por fin se extinguirá esa clase de gente molesta, los trabajadores, que empezó a aparecer allá por la Edad Media (y antes también) y que sólo vino a perturbar el sueño de los señores feudales que, ahora de traje y corbata, siguen gobernando el mundo.

¿Volverá la esclavitud, el colonato, el vasallaje y la mano muerta, como en los primeros tiempos? ¿O ya volvieron? Cosas vedere, Sancho ...

Decía Maxence Van der Meersch que "lo que perderá a las sociedades modernas será el maquinismo, la facilidad y la abundancia" (claro que no advirtió que todo eso iba a estar en manos de unos pocos a costa de la penuria de muchos).

Las bases culturales del trabajo

Frente a semejante socavamiento de las bases materiales del trabajo, ¿cómo no esperar que se hayan destruido sus bases culturales?

Son precisamente aquellas que la familia, el individuo carga en su bagaje o acervo cultural y educativo:  formación, información, tradición, preparación y vocación; aptitud y actitud, disposición y determinación de ánimo; voluntad y sentido del deber, del esfuerzo, de la responsabilidad y la disciplina; alta valoración y significación del trabajo como servicio, como realización personal y social, en lo espiritual y material, y como afirmación de la autoestima; especial empeño en aprender un oficio, una profesión, una artesanía o simplemente un conjunto de actividades vinculadas a un objeto o instrumento de producción o de servicio, en nuestro caso, en directa conexión con los quehaceres tradicionales de la Argentina y, básicamente, en comunión con las estructuras de producción del país.

Estas pérdidas, constituyen el vaciamiento cultural que el capitalismo neoliberal, financiero, especulativo, ha hecho en la sociedad argentina y, especialmente, en las nuevas generaciones (a una joven que sale por primera a buscar trabajo le piden antecedentes... Y si alguien con muchos antecedentes sale a buscar trabajo, no se lo dan por temor a los vicios y deformaciones adquiridos... Si alguien tiene sobradas aptitudes generales y se postula para un empleo de menor rango, no se lo adjudican porque "le sobra", y sobrepasa el perfil psicológico, acotado para conducta esperable, en fin...).

Estos estragos, y muchos más, son la destrucción de la cultura del trabajo.

Recomponer estos elementos, recobrar estos valores, recuperar estas condiciones de empleabilidad en las nuevas generaciones para el mercado laboral (si alguna vez vuelve...), con orientaciones y aptitudes adecuadas a las demandas y a las naturales capacidades productivas de la Argentina, será una ardua tarea del conjunto social y un tremendo esfuerzo que llevará mucho tiempo. De su pleno cumplimiento, dependerá la construcción de una nueva sociedad de trabajo y producción vigorosos y sostenidos.

"El hombre es lo que hace si hace lo que es", dice San Agustín, pero esto sería mucho pedir. (Y otra nota, claro).

* Ángel Cirilo Aimetta. Escritor.