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JOSÉ LOZZA Y SU FAMILIA DECIDIERON CAMBIAR SU PRODUCCIÓN GANADERA CON MIRADA AGROECOLÓGICA

El día que no vio más chimangos en el campo, José Lozza se dio cuenta de que, en realidad, hacía tiempo que tampoco veía peludos, ñandúes y casi toda la fauna que había formado parte del paisaje de su infancia en los establecimientos San Carlos y San José, en cercanías de Quehué. Ese día, Pepe, como lo conoce todo el mundo y que llevaba más de 30 años dedicado a la ganadería de engorde, decidió no fumigar más. Fue algo instintivo, nacido de las entrañas de la nostalgia, mucho antes de que pudiera concebir que era posible producir de otra forma que no fuera la dictada por los cánones de la industria agropecuaria dominante. Desde hace poco más de un año, junto a sus hijas Anabella y Agustina, están desarrollando la transición a un modelo agroecológico.

Pepe Lozza es la quinta generación que trabaja esa tierra. Sentado junto a la galería de la casa que construyeron sus abuelos hace 130 años, relata cómo, lo que empezó como un impulso sin mayor fundamento que la intuición, poco a poco fue encontrando un nombre, conceptos y un método que están transformando por completo su forma de trabajar el campo. “Hay que cambiar la cabeza —dice—; no se trata de exigirle a la tierra lo que no puede dar, sino de adaptarse uno a lo que ella está en condiciones de producir”.

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Pepe Lozza lleva 40 años trabajando en el campo que empezaron a producir los abuelos de sus abuelos.

Fue hace cinco o seis años que tomó aquella decisión disruptiva que, pese a su convencimiento, lo dejaba ante un camino lleno de dudas. El modelo de producción agropecuario establecido parece no tener objeciones. Todo, desde las instituciones oficiales, educativas y el mercado, está armado en función de sus prácticas y necesidades, como si fuera imposible siquiera imaginar que se puede producir de otro modo. Y José llevaba más de tres décadas inmerso en esa lógica. Sabía que no fumigaría más, pero no sabía cómo seguir. “Todavía hoy estoy renegando porque no tengo a quién llevarle los bidones de agroquímicos; recién en abril voy a poder llevar un montón que tengo desde aquella época”, comenta.

La semilla del cambio

A los 21 años, tras la muerte de su padre, José —hasta entonces empleado bancario— se hizo cargo del campo San José, unas 500 hectáreas en las que se habían subdividido las tierras que había empezado a trabajar el abuelo de su abuelo. Ahora, con 62, también tiene a su cargo el establecimiento San Carlos que le dejó su tío, con quien compartió más tiempo que con su padre ayudándole con las tareas del campo. En total son unas 1.100 hectáreas que está transformando al mismo tiempo que se transforma él mismo, su mirada de las cosas, su relación con el campo y también su disfrute del trabajo y la familia.

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Anabella, Fausto, José y Agustina, quinta, sexta y séptima generación produciendo en el mismo campo en cercanías de Quehué.

Pensar en sus hijas y, más acá en el tiempo, en su nieto Fausto fue, en gran medida, el germen del cambio. “Nosotros tenemos que adaptarnos a lo que nos da la tierra y preservarla para los que vienen —afirma—, porque si no, le extraigo, le extraigo y le extraigo para mí y ¿qué les queda a ellas, a mi nieto y a los hijos de mis nietos?”

Cuánto puede llevar el cambio es algo que no lo mortifica. “El tiempo a mí no me preocupa —explica—; yo disfruto otra cosa: disfruto andar por el campo y volver a ver piches, chimangos, que no veía”, y también de poder ver crecer a su nieto, al que disfruta como no pudo hacer con sus hijas, urgido por los tiempos que le imponía el trabajo en el campo: estar pendiente de las lluvias esquivas, de los vientos y hasta de la suerte, cuando no de las deudas arrastradas de una mala temporada.

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Fausto, el más pequeño de la familia, tiene una relación muy especial con el campo y eso en parte es el gran motor del cambio experimentado por su abuelo.

Los mismos rindes

Como la gran mayoría de sus colegas, Pepe no dudaba de la eficacia del modelo convencional, primero con la labranza tradicional con rastrón y cincel y más tarde con lo que parecía la solución a todos los males: la siembra directa, una metodología nacida de lo que se conoció como la “Revolución Verde” que prometía aumentar la producción global de alimentos a niveles que alcanzarían para acabar con el hambre en el mundo.

“Las mismas instituciones oficiales (educativas y de promoción productiva) alentaron este modelo —señala Anabella, que es ingeniera en Recursos Naturales y Medioambiente—, pero eso viene con todo el paquete”: el método y los insumos, especialmente la fumigación con herbicidas supuestamente inocuos y sobre los que cada vez se encienden más alertas.

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Los pastos nativos son parte del paisaje en el que habitan los animales que produce la familia Lozza.

Y si bien los rindes efectivamente aumentaron notablemente, al punto que pocos se atreven a encarar otra alternativa, para quienes piensan como Pepe y su familia, el costo ecológico, de contaminación y social que deja esa expansión, es demasiado elevado. Sin ir más lejos, en una experiencia similar en Intendente Alvear, el productor Luis Conchez, también dedicado a la ganadería desde 2019, relató que cuando empezó la transición al modelo agroecológico en un campo que llevaba 20 años de agricultura tradicional continua, hizo un muestreo de materia orgánica en suelo y la situación era alarmante. En los alrededores de la casa, donde no se había tocado la tierra, la población de insectos y otro tipo de seres vivos era muy reducida y, aún así, rondaba entre el 4 y el 5%, pero en la parte productiva, la materia orgánica en el suelo era de apenas un 1%[1].

“Está muy instalado que la agroecología no produce, no da, pero no es cierto, los márgenes dan —afirma Anabella—; porque en la comparación se miran los rindes del sistema hegemónico, pero lo que no se ve son todos los insumos que hicieron falta para obtener esos rindes (todos los costos asociados a esta forma de producción), que no son necesarios en un sistema adaptado (como el que propone la agroecología). Los márgenes pueden ser incluso superiores a los de ese sistema súper intensivo en insumos”. Pero además, apunta, “la respuesta del suelo a la sequía, por ejemplo, dejó en evidencia que el modelo de siembra directa tampoco era la solución para esta zona: es un modelo copiado y replicado, que no se adapta a las particularidades de la región”[2].

En diciembre de 2020 La Pampa promulgó la Ley 3298 de Promoción del Desarrollo de la Producción Agroecológica en todo el territorio provincial, pero aún hoy sigue sin estar reglamentada ni se abrió el registro de productores que podrían beneficiarse con ella. Para el ingeniero agrónomo Carlos Anzorena[3], es una muestra del carácter hegemónico de la concepción productiva actual, que se evidencia también en la falta de espacios de formación con otra perspectiva en las aulas universitarias: en la Facultad de Agronomía —señala— “no hay ni una materia, ni módulo, ni seminario, ni nada” referido a la agroecología.

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José Lozza cuenta con orgullo que le han preguntado si "feedloteó" las vacas que está criando bajo un modelo agroecológico.

Adaptarse

Adaptación parece ser el concepto clave en todo el proceso: adaptarse uno a las posibilidades de la tierra y no pretender que ésta se adapte a las necesidades de la renta; adaptarse a otros tiempos y hasta a otro paisaje, más agreste y en apariencia menos ordenado que el de los campos de la zona. Adaptarse implicó también —cuenta Pepe— “dejar de pensar la producción para el engorde de novillos en base a dar vuelta el campo y hacer avena, maíces y mover tierra”. Ahora, se dedican a la vaca de cría y recría, para su venta con garantía de preñez.

Asesorados por una consultora especializada en agroecología, reformularon la distribución del campo y de los animales. “Reagrupar el rodeo, no separarlo —explica Anabella—, agranda el campo. Al juntarlo, se logra utilizar las pasturas de una manera más conservacionista, porque esas altas cargas se manejan de manera rotacional, es decir, pastan en una superficie más reducida, durante menos tiempo y luego pasan a la siguiente; la vuelta es más larga y, cuando vuelven al potrero inicial, éste quedó en descanso mucho más tiempo. Al comer los lotes con altas cargas, los animales consumen las pasturas de forma pareja y sin degradarlas. Así cuidás las pasturas que lograste implantar, que son perennes y pueden semillar y resembrarse naturalmente”. Así volvieron a aparecer alfilerillo, cebadilla, trébol carretilla que son naturales de la zona, comentan padre e hija.

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Anabella muestra el plano de distribución del pastoreo racional con el que trabajan para la rotación de la alimentación del ganado.

Otro cambio fue dejar de fumigar las costas o borduras (los 2 o 3 metros que se dejan libre alrededor de cada cuadro). Antes se fumigaban y se limpiaban para eliminar lo que se consideraba “maleza”. Ahora se los deja para que allí se instalen microorganismos y otros seres vivos que son posibles controladores biológicos de lo que puede estar perjudicando dentro del lote. “Hay que adaptar hasta la vista a los yuyos, porque da la sensación de un campo abandonado”, reconoce Pepe.“Nosotros veníamos con una visión de arar un potrero, fumigarlo y que no haya una ‘espontánea’ —una planta nativa— y ahora convivimos con ellas porque se las comen las vacas; hay que preparar la vista, la cabeza. A veces reniego con las rosetas, por ejemplo, pero son parte del sistema y hay que adaptarse”.

Aún así, en la transición hacia la agroecología siguen necesitando mover algo de tierra. En el proceso de implantar perennes, necesitan preparar el suelo y nutrirlo nuevamente. Eso lleva un tiempo durante el cual conviven los dos sistemas. Y ese tiempo no se puede precisar sin tener en cuenta varios factores. “La agroecología no es solo dejar de fumigar; es también que estemos nosotros cuatro acá (Pepe, sus hijas y su nieto), con los trabajadores (Luis y Alejandro padre e hijo, que hace años están con ellos en el campo), tomando las decisiones en conjunto”, dice Anabella. Antes, toda la responsabilidad recaía solamente en José. Ahora incluso su hermana Agustina, madre de Fausto —por ahora el único nieto de Pepe— y psicóloga de profesión, forma parte de la gestión: “la agroecología es también la transformación que se dio en la estructura familiar, algo que disfutarará mi hijo y contribuirá a la mejora del medioambiente”, agrega.

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Agustina, psicóloga de profesión, destaca la transformación familiar que supuso la opción por la agroecología y que implica que todos los miembros estén involucrados en la toma de decisiones.

“Marketing verde”

El concepto de “ecología” está de moda. Su práctica, no tanto. Sin embargo, en un mundo donde todo lo que pueda ser vendible amerita un mercado, también la producción ecológica u orgánica está sujeta a las leyes de lo que algunos llaman el “marketing verde”.  “Yo siempre digo que los primeros que se van vender como sustentables son Monsanto y el resto de las multinacionales del agronegocio —ironiza Anabella—, de hecho la siembra directa se instaló como algo conservacionista”. No obstante, aclara, “no veo que la agroecología en sí tenga un detrás de escena en el sentido de ‘¿qué curro nos están queriendo meter?’ Porque justamente no viene con una receta impuesta; si a mí me traen una receta y me dicen ‘esto funciona’, ahí sí pensaría ‘estos me quieren vender algo’”.

“Los que venden bio-inoculantes, por ejemplo, te los venden para que los pongas una vez y listo; no hay una estrategia de enganche que te obligue a seguir comprando”, asegura. Lo mismo sucede con las semillas que adquieren con mucha dificultad en circuitos alternativos, porque las que se venden en las forrajeras en general están todas “curadas”, o sea tratadas con insecticidas para matar los microorganismos que ellos están tratando de inocular nuevamente en el suelo para recomponerlo: una vez sembradas, esas plantas producirán sus propias semillas y no hará falta volver a comprar.

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Las pasturas naturales y las implantadas siguen su propio ciclo, lo que le permite a la familia no depender de la compra permanente de semillas e inoculantes.

“Sin dudas va a crecer un mercado alrededor de este tipo de producción, pero no creo que venga del lado de crear una dependencia de insumos, sino de la necesidad genuina de abastecer con semillas seguras, que no estén curadas, por ejemplo”. La clave es que no se vuelva un mercado exclusivo. Porque, admite Anabella, “hay todo un mercado relacionado con el etiquetado ambiental y la producción orgánica, que necesitás una certificadora, y ahí sí hay todo un entramado de un nuevo mercado que está siendo cada vez más fuerte, pero no es el caso de la agroecología, no al menos como la entendemos acá”. “A mí nadie me vino a vender nada”, acota Pepe.

Cambiar la cabeza

A instancias de Anabella, en plena pandemia, José se anotó en una especialización en agroecología. A sus 60 años era uno de los mayores del grupo, pero desde el campo, vía videoconferencias, la fue llevando en una experiencia que, como él mismo cuenta, le abrió la cabeza. Con nuevas herramientas o retomando prácticas ancestrales que se habían dejado de lado, poco a poco, aunque no sin conflictos con su propia concepción arraigada por años, Pepe enfrenta esta nueva etapa mirando a los ojos al futuro.

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Tras unos años de haber dejado de fumigar, Pepe Lozza volvió a ver chimangos en su campo.

Lo hace sin reproches al pasado, a la forma en que trabajaron antes esas tierras sus antepasados y él mismo hasta no hace mucho. “No critico lo que hicieron, porque cada uno hizo lo que le tocó y nadie es dueño de la verdad”, afirma.  En todo caso es apenas su verdad, su “norte”, nacida de una inquietud esencial: “si vos le sacás y le sacás a la tierra ¿cuánto puede durar eso?”

No hace proselitismo de la agroecología, pero está convencido del rumbo que tomó junto a sus hijas. “Esto es para los que vienen —afirma José—, más en un mundo como en el que estamos, que se está destruyendo todo y no le entran las balas a nadie; vos contaminás tierra, contaminás agua, contaminás aire… Entonces, uno lo hace desde el lugar que puede y aporta el granito de arena que puede, pensando en mis nietos y los hijos de mis nietos. Porque estamos acá por los que estuvieron antes”.


Notas
[1] El productor Luis Conchez cuenta con detalle su experiencia en la entrevista realizada por el ingeniero agrónomo Carlos Anzorena, en el marco de un ciclo de charlas con productores agroecológicos pampeanos.
[2] Un buen análisis de la evolución del modelo de producción agropecuaria dominante en La Pampa y su aval en las esferas institucionales y mediáticas se puede leer en el artículo El monocultivo y su deriva en la comunicación, de la periodista Cintia Alcaraz, publicado en el dossier Contaminación informativa. Medios, extractivismo y soberanía editado por la Federación Argentina de Trabajadores de Prensa (Fatpren) y la Fundación Rosa Luxemburgo.
[3] Carlos Anzorena es, además, socio de la primera consultora agroecológica en La Pampa y docente de la Diplomatura en Agroecología para la Región Pampeana que se dicta en Trenque Lauquen con el aval de la Sociedad Argentina de Agroecología (SAAE) y la Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la Agroecología (RENAMA).