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TUCUMÁN, BRASIL Y LA PAMPA UNIDAS POR UNA GUITARRA

El músico Juan Falú estuvo en Santa Rosa y dió un concierto con más espíritu de fogón íntimo que de actuación en un festival como “Guitarras del Mundo”, del que es creador y director artístico y en el marco del cual se presentaba. Esa misma tarde, otro músico al que lo une una amistad de más de tres décadas, Ernesto del Viso, lo entrevistó en una suerte de charla-repaso de una vida signada por la música, el compromiso, el exilio y un entrañable afecto por La Pampa.

Este es el “Flaco” Juan Falú, sencillo, gran músico, abierto a todas las manifestaciones guitarreras y guitarrísticas. Sus conciertos son verdaderos encuentros con el otro como si se estuviera tocando en un fogón, en una cocina. Recitales donde no falta su invitación a algún integrante ocasional del público para que suba a cantar o tocar algo en conjunto. El “ego” que detentan y manifiestan la mayoría de los artistas, no lo sabe ni lo conoce su alma ni su cuerpo todo.

Geografías

Seguramente las geografías por donde transcurre su existencia un ser humano no son elegidas de antemano, sobre todo la que albergará su nacimiento. Existen sí conveniencias en otras posteriores; factores coercitivos derivados de momentos históricos por los que atraviesa una nación; conductas particulares como la “militancia”, el compromiso ideológico y social. En nuestra Argentina a mediados de los 70, esto último devino, en el mejor de los casos, en exilios de vida o muerte.

Pero también una geografía se impone como querencia alternativa, a partir de un acontecer profesional que podría haber sido pasajero, apenas un hermoso pasar por ese sitio y luego partir hacia otros rumbos, con un “recuerdo” amable de su gente y su paisaje.

Lo sé a Juan Falú desde agosto de 1986. Amerito su re-conocer permanente, cuando llega a esta comarca, y algunas otras cosas más. Todo esto me llevaba a plantearme cómo realizar esta charla de viejos conocidos, de modo que exteriorice aquellos momentos que, pienso, han fundamentado su camino.

Lo obvio en este tipo de reportajes suele tornarse un elemento en el que puede caerse fácilmente, y promover el enmascaramiento de muchas cosas que el “común” desconoce. Por eso le propuse a Falú, tres paisajes por los que su vida ha transitado con distintas suertes y vivencias: Tucumán, Brasil y La Pampa.

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Ernesto del Viso y Juan Falú, durante la charla-entrevista antes de su recital el 3 de diciembre de 2021.

Tucumán

Ernesto del Viso: – ¿A qué te remite el paisaje de Tucumán?

Juan Falú: Lo que primero se me viene es la infancia. La cuna en un sentido casi literal. Yo hago como una cronología cuando pienso en Tucumán: pienso en la calle de mi primera infancia, en la casa de la segunda infancia hasta cuando me fui de Tucumán y en los colegios. Después, en la rueda de amigos que coincide con la formación informal del músico.

– Al pronunciar la música, entonces, diría que ya estás con la guitarra.

En realidad a la guitarra la agarro para seguirlo a mi padre, Alfredo Falú, que era el hermano mayor de Eduardo. Mi padre era melómano, tocaba, cantaba y se acompañaba con la guitarra. Papá tenía una guitarra marca “Tango”; a veces tocaba todos los días. Con el tiempo me di cuenta de que mi apego a los valses viene de ahí, de él. Tendría 8 años cuando me enseñó a tocar la guitarra y creo que no la largué nunca más. Ese crecimiento se dará hasta los 25 años en que me voy, y que termina en un período de compromiso político durante el cual yo dejo un poquito al costado la guitarra. Son esos los grandes episodios tucumanos.

Al medio hay todo un aprendizaje musical, muy a los “ponchazos”, muy “espontaneísta”, con brevísimo paso por el conservatorio –unos dos años habrán sido–, con un profesor de música que era muy importante, que se llamaba Luis Martin Ventura y era muy segoviano (seguidor de la forma de Andrés Segovia). A mí me traía “cortito”, porque yo le caía con piezas que tocaba de oído. Te imaginás que para esas escuelas, eso era un pecado.

Lo que relata Juan, transcurre a principios de los 60 cuando era un niño de 12 años. Entonces, ¿qué sucede en su adolescencia, en lo referido a lo musical?

– Allí ya me empiezo a meter de lleno en la musicalidad tucumana. Armo un grupo vocal que lo arreglábamos de oído, por supuesto. Nosotros no teníamos la menor idea de que un acorde tenía tres sonidos –se ríe Juan–, que uno se llama Tercera y otro Quinta; cuando aprendimos la Sexta en un acorde, sentíamos que habíamos dado un paso gigante. Después viene la idea de escuchar a Joao Gilberto, que eso sí nos abre mucho la cabeza a los que éramos músicos en ese entonces, y por supuesto aprendimos mucho de lo que pasaba en los años 60 en el folklore.

– Se me ocurre que también tendrías algún referente, en lo musical, en Tucumán.

– En realidad mi referente en guitarra era ese profesor Ventura y un tucumano con el que rivalizaba éste, que se llamaba José María Montigni, el “Chueco” Montigni, que siempre tocó hermoso, muy yupanquiano y también “orejero”. Pero eran épocas en que en las ciudades, en los pueblos, se hablaba de que fulano y mengano tocaban la guitarra y los demás “rascaban”. Sin duda un cuadro diferente a lo que pasa ahora, donde hay muchísimos guitarristas y que tocan muy bien. En aquellos años estaban los que estudiaban en el conservatorio pero no tocaban folklore y los que “punteábamos” en el folklore, que éramos unos pocos. Lo del punteo me viene de Eduardo Falú, mi tío.

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– Ya que lo mencionás a Eduardo, alguna vez me contaste del privilegio que has tenido de que te mostrara algunas nuevas obras que luego se convertirían en clásicos de la canción popular argentina.

– La verdad que cuando Eduardo iba a mostrarle a mi padre alguna obra nueva suya, nosotros no éramos conscientes. Tal vez papá sí, porque él ya tenía la dimensión de quién era Eduardo Falú; nosotros éramos niños y escuchamos “La Nostalgiosa” o “Las golondrinas” y las oímos y nada más. En realidad, a Eduardo le interesaba mucho mostrarle a papá porque era su hermano mayor, como si fuera un sustituto del padre, esto lo pienso ahora. Por eso Eduardo le tenía mucho respeto y no sólo le mostraba las canciones nuevas, sino también le comentaba los libros que estaba leyendo, como comentarle las cosas importantes que le pasaban. A esa altura yo ya estaba metido en la guitara y escuchaba todas esas conversaciones y esperaba, como a dos metros de distancia, que ellos terminaran de conversar para que Eduardo agarrara la guitarra y escucharlo; eso era directamente, mágico.

La familia de Juan estaba conformada por cinco hermanos. El único músico es él. Antes que su padre y su tío, no hay antecedentes familiares que hayan sido guitarreros. Los abuelos paternos, de ascendencia siria, muy reservados y dedicados al comercio, no eran intérpretes del instrumento. El abuelo era dueño de un almacén de ramos generales en El Galpón (Salta), donde sí colgaban las guitarras y es donde nacieron Alfredo (el padre de Juan) y Eduardo. La abuela Fada –recuerda Juan–, vivía con una sonrisa permanente; era muy sencilla, con escasa formación, pues en esos tiempos, la mujer se dedicaba a criar hijos y a las tareas de la casa.

El primero en tomar una guitarra fue Alfredo y quien lo inicia a Eduardo, pasándole algunos tonos. Sólo dos primos de Juan se dedicarán al instrumento: Juan José ­–hijo de Eduardo– y Gerardo “Machi” Falú –hijo de la hermana mayor de Alfredo–, con gran desempeño guitarrístico en los 60. 

– Cuando iba Atahualpa Yupanqui a Tucumán, ¿pudiste entablar alguna relación con él?

– Una vez fui a escucharlo y me metí en su camarín. Me presenté como Falú y él no me dijo nada. Me invitó a sentarme y empezó a tocar “Jesús, alegría del hombre”, de (Johann Sebastian) Bach, y yo estaba encantado de estar al lado de Yupanqui, que era una figura enorme. Después tengo otro encuentro con él, pero en Buenos Aires, cuando regreso del exilio… Son un par de encuentros lindos. Irradiaba una presencia impresionante, un hombre evidentemente muy convencido de sus pensamientos, de su filosofía, su arte y realmente es un tipo muy grande.

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– Me quedé pensando en aquel conjunto folklórico de Tucumán de tu juventud, ¿cuál era el repertorio que abordaban?

– Hacíamos “Los inundados”, de Ariel Ramírez y Aizemberg; “La Navidad de Juanito Laguna”, de Castilla y Lequizamón; “Volveré siempre a San Juan”, de Ramírez y Tejada Gómez; “Milonga del alucinado”, de Falú y Dávalos –quien recuerde la versión grabada por Eduardo sabrá apreciar nuestro arreglo de aquellos tiempos, pues hacíamos el arreglo de la milonga todo vocalizado, era una cosa tremenda–; pero nos reuníamos todos los días, horas y horas, y eso que todo lo hacíamos de “oreja”, es decir sin saber una nota musical escrita. Generalmente cantábamos en Tucumán, con alguna salidita fuera de la provincia, pero era lo menos. Recuerdo que a fines de los 60, en Arequito (Santa Fe), se hacía un festival folklórico muy importante. Y ahí nuestro conjunto ganó un par de veces el primer premio. De los integrantes puedo decirte que uno de ellos es el papá de Juan Quintero, valiosísimo guitarrista y cantor tucumano. Recuerdo que, cuando me fui del grupo, entraron dos voces femeninas: una de ellas es la mamá de Juan Quintero. También recuerdo de aquel conjunto a un bajo maravilloso, Roberto Usandivaras, que siguió cantando, pero ya como cantante lírico; a Cacho Rodrigo, ya fallecido, y a un amigo que, cuando voy a Tucumán, se emociona mucho recordando aquellos tiempos de cantar juntos, que es el Kuni Dimani. Además nos animamos a hacer el “Choro Nº 1”, de Heitor Villa-Lobos, también vocalizado y a pura oreja –se ríe. De todas maneras sigo siendo partidario de que en un intérprete se den las dos vertientes: la académica y lo popular.

Estamos hablando del repertorio musical que, en definitiva, nos pinta de cuerpo entero la personalidad de tal o cual conjunto. Y éste que conformara Juan junto a sus amigos, buscaba ser distinto a lo que se escuchaba en la época, situación que a partir de los 80 –y tal vez antes también–, no suele suceder: pareciera que ganarse un aplauso debe hacerse a partir de lo que el público ya conoce, de lo ya impuesto. Pero que este grupo cantara “Mi pequeño amor” y sobre todo “Canto al río Uruguay”, ambos de Ramón Ayala, compuesto en un ritmo inventado por este mismo, el “Gualambao”, que recién aparecía en el panorama folklórico argentino, nos cuenta de una agrupación sonora inquieta y con rasgos de personalidad artística definidos.

Luego dejó el grupo, estudió Psicología en Tucumán y aparece la militancia en los 70, junto a sus cuatro hermanos, hasta el secuestro y desaparición de “Lucho”, el menor de los varones, en el día de su cumpleaños, el 14 de septiembre de 1976. “La ligó él” –rememora con tristeza Juan. Luis Eduardo Falú era estudiante de Historia y militante de la Juventud Peronista. Se lo consideró detenido-desaparecido hasta julio del 2016, cuando el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó sus restos en el denominado “Pozo de Vargas”. Se supo que fue ejecutado por el mismísimo Antonio Domingo Bussi, que le disparó en la nuca. Tenía 23 años. Esto claramente determinó que Juan y Ana, su hermana, dejaran el país y se trasladaran a la segunda geografía no elegida que le tocará habitar.

Brasil

“Me escapo a Brasil porque los que militábamos en esos años estábamos expuestos a la detención, el secuestro, la tortura y la desaparición –relata Juan–. No teníamos plena consciencia, pero era así. Tras la desaparición de mi hermano Lucho, nos vamos mis dos hermanas mayores y yo. En realidad yo me quedo en Brasil, pensando que estaba cerca y que iba a volver pronto. No teníamos idea que todo duraría 8 años”.

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– Pero Brasil propone cambios en tu guitarra.

– Sí, creo que ahí doy un salto. No tanto técnicamente sino musicalmente, porque allí empiezo a componer. Y lo empiezo a hacer en serio. Nacen obras como el gato “De la Raíz a la copa”, la “Cueca La Diagonal” (grabada por su tío Eduardo en 1983 en un disco para la CBS), esbozo otras como la guarania “Que lo diga el río”, y varios temas más que surgen alrededor de 1982, como por ejemplo la chacarera “La tenebrosa”. Con la composición surge la necesidad del arreglo y con el arreglo la necesidad de la escritura; entonces me musicalizo un poco. Quien me enseña a escribir bien es el misionero Jorge Cardozo, ya radicado en Europa desde hacía muchos años y era toda una autoridad. Él me organiza mi primera gira por Europa, en 1982, y yo voy con ese bagaje de composiciones. Nos sentamos y estuve en Madrid como un mes escribiendo arreglos. Ahí doy un salto muy importante.

– ¿La música brasilera Brasil, como la bossa, impacta de alguna manera en tu guitarra, en las formas de armonizar y llevarlas a la música de tu tierra?

– Algo me influencia, pero sin que yo tenga consciencia. El que es permeable a la música, asimila todo lo que le llega, luego lo rearma de acuerdo con su forma de ser. En Brasil me atrae mucho el acorde con cuatro cuerdas y las progresiones que el músico de allá hace, pero no me puse a estudiar eso. Lo que sí creo que me llegó mucho es la musicalidad del Brasil, el modo de hacerla. Por ejemplo, me di cuenta de que hay mucha melancolía en su música y me quedó mucho eso. Me gustaba el samba-canción, los valses lentos, alguna canción regional.

– ¿En San Pablo ejerciste tu profesión de Psicólogo?

– Sí, intenté rescatar mi profesión. Durante dos años tuve un consultorio, pero al fin dejé definitivamente la Psicología, porque en realidad yo estaba recién formado y no estaba en un momento muy tranquilo, emocionalmente hablando, entonces me resultaba difícil y la dejé. En ese momento me llaman de un grupo que hacía canciones latinoamericanas llamado “Tarancón”. Eso me salvó en varios sentidos, no sólo en lo económico sino también en lo emocional, porque me hice amigo de ellos y porque con las actuaciones conocí bastante Brasil. Después dejé el grupo porque ya no me sentía muy identificado con ese proyecto; tenía un canto social que era muy triunfalista y yo no podía cantar sobre el triunfo del pueblo en medio de un desastre que el pueblo argentino estaba viviendo. Por eso planteé que para mí no era fácil ese repertorio y me fui en buenos términos.

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Más afecto al fogón con amigos que al concierto tradicional, Falú aprovechó su presentación para invitar a viejos conocidos de La Pampa, entre ellos a Hilda "la Negra" Alvarado.

La Pampa

­– Hablame de tu relación con nuestra provincia.

– La Pampa es muy importante en mi vida. Primero, un guitarrista me hizo tocar con un “cachet” digno (se refiere la paga que, en agosto de 1986, por actuar en el Aula Magna y en General Pico, le hizo la Universidad Nacional de La Pampa, de la que era secretario de Cultura precisamente Ernesto del Viso). Acá fue el inicio de mi vida artística al regreso a Argentina. Por ese “cachet” yo tenía una emoción que vos no te imaginás, pues no estaba bien económicamente, me quedarían algunos pocos ahorros. El panorama no era muy bueno para mi trabajo, sólo se había dado alguna que otra actuación en Buenos Aires y Tucumán. Pero La Pampa significa el gran despegue.

– ¿Qué recordás de aquella primera noche de encuentro con algunos músicos de acá, en una peña ubicada en Avenida Uruguay y Pico, en Santa Rosa?

– Me acuerdo de cómo fue esa reunión donde la guitarra iba pasando de mano en mano y éramos muchos. Yo estaba encantado porque mis experiencias de guitarreadas, que habían ocurrido sobre todo en Tucumán, yo las extrañaba mucho. Entonces fue en Santa Rosa donde encontré el segundo lugar de mi vida donde podía guitarrear así, casi en sentido religioso. De compenetrarse con lo que se escuchaba como si estuviéramos en una misa. A mí siempre me impresionó en Santa Rosa, en nuestras guitarreadas, los rostros de los que escuchaban. Cuando yo no tocaba, escuchaba a Paulino (Ortellado) pero veía los rostros de los demás. Y esos rostros eran de una emoción increíble, concentrados en lo que pasaba.

– ¿Cómo fue aquella historia del “capotraste” con Julio Domínguez?

– Aquella noche alguien me pidió que cantara un tema en La bemol y es muy incómodo para hacerlo. Para evitarme la “cejilla”[1] pregunté si alguien tenía un “capotraste”[2] y El Bardino dijo: “Aquí no hay capotraste: en La Pampa todo el mundo sabe tocar la guitarra” –se ríe–. Julio solía tener esas salidas con mucho humor, pero quien no lo conocía, se lo tomaba en serio, porque Julio ni se inmutó cuando dijo eso. La verdad que su salida fue extraordinaria. Por supuesto nunca la tomé como una agresión, nunca jamás. Yo creo que esto quedó en el folklore de acá, de La Pampa.   

 


– ¿Conocías algo del repertorio pampeano?

– Obviamente conocía milongas y algunas huellas, pero yo no discriminaba entre el folklore de la provincia de La Pampa y el bonaerense. Pero esa noche me di cuenta, sobre todo a partir de la “Huella de ida y vuelta” de Lalo Molina y Roberto Yacomuzzi, que en La Pampa se estaba gestando todo un repertorio. Para mí era un caso único en el país, tal vez sólo comparable con la Patagonia, donde se está gestando algo que a lo mejor será un género representativo a la región. Entonces me dije: “estoy conociendo a protagonistas de futuros clásicos de la música pampeana”. Eso a mí me impresionó mucho. Siempre que hablaba de mi experiencia en La Pampa, decía que acá se estaba gestando algo que de aquí a una década o más serían clásicos. Sigo pensando eso a más de 35 años de haber llegado a esta tierra. Es más, creo que aquello está confirmado. Eso sumado a las honduras de las guitarreadas y al conocimiento de algunos de ustedes, como Paulino Ortellado…

– ¿Cómo fue tu relación con Paulino Ortellado?

– Con Paulino tuvimos una relación muy cercana, de pocas palabras, de tocar mucho. Pero algo que te voy a contar pinta la experiencia de La Pampa.  Yo tenía que venir a tocar nuevamente a Santa Rosa. En Retiro, el colectivo salía como a las 23 y yo subí con la guitarra al ómnibus, es la primera noche de este relato. Subo y un señor me dice: “¿Quiere que le lleve la guitarra?”, y  yo le contesto que no, que la llevo yo, que para qué se va a molestar, a lo que me respondió más o menos como El Bardino aquella vez en la Peña: “No ha nacido un gaucho en La Pampa al que le moleste una guitarra”. O sea, me cascotearon por todos lados… Yo me quedé callado. Al rato me dice: “Usted ha de ser seguramente Juan Falú…” Me estaba sobrando, se estaba divirtiendo. Le contesto que sí y me dice: “Yo soy Délfor Sombra”. La verdad es que yo no tenía consciencia quién era Délfor y a partir de ese momento conversamos toda la noche. Esa primera noche no dormí. Hablamos de su padre, recuerdo que me dijo que vivía al lado de lo de Paulino. Llegamos a Santa Rosa y me voy directamente a la casa de Paulino y empezamos a tocar; ya sacó el salamín, sacó la cerveza; después puso una carne en la estufa que tenía en el living, almorzamos y seguimos tocando hasta que a las 6 de la tarde le digo: “Paulino, me gustaría tirarme un rato, para poder tocar a la noche” que compartíamos un recital en CoArte. Pero no me pude dormir, así que me levanto, seguimos tocando y nos vamos a CoArte. Termina el recital y se arma una guitarreada. Ya era la segunda noche sin dormir.

Se hizo de día y me encuentro conversando con Délfor Sombra, pero esta vez yo le hablaba de mi padre y me pongo a llorar, pues yo todavía tenía ese dolor de que se hubiera muerto mi viejo yo estando exiliado y otro tanto porque estaba “colocado” –recuerda entre risas–. Ahí viene a rescatarme Paulino y en su clara costumbre me dice: “Juan, ¿cuándo vas a dormir vos?”. Yo le pido que me lleve a dormir entonces, pero me responde estaba el asado en lo de “Yaco” (Roberto Yacomuzzi), y otra hermosa guitarreada, tanto que de ahí me llevan al aeropuerto. Recién en Buenos Aires pude volver a dormir. Este relato pinta, como ninguno, mi relación con La Pampa.


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* Ernesto del Viso, músico.


Notas
[1] Dedo índice de la mano izquierda cubriendo todo el traste de la guitarra.
[2] Accesorio que sirve para sustituir la cejilla en los trastes de guitarra.