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RECUERDOS DE LA GESTA

Eran prometedoras y templadas aquellas mañanas de finales de setiembre del treinta y cinco. La temperatura de los ánimos marchaba acorde con el clima y la tensión se cortaba con cuchillo. O no se cortaba, como aquel apretado cerco que agentes penitenciarios y policías concretaban alrededor del taller de Juan Savioli. Rostros fieros y la mirada dura, los uniformados cumplían a rajatabla la consigna de no dejar pasar a nadie.

Publicada en mayo de 2000

Buena parte de la expectativa pública se concentraba en aquel amplio galpón de la calle Pellegrini, muy cerca de la estación de trenes. En ese lugar un grupo empeñoso intentaba demostrar que se podía generar electricidad a bajo costo, pensando en el vecindario y no en el lucro.

Los otros sitios eran la gobernación, la esquina de Gil y Mansilla donde funcionaban los talleres y la administración del monopolio de electricidad Sudam y la Municipalidad, en cuyo interior se comenzaba a debatir la legitimidad o no de la empresa norteamericana para reclamar la propiedad de las redes que había pagado el vecindario. Todo ello concentrado en un radio de no más de cinco manzanas.

Eran tiempos pioneros. El niño que tenía por tarea alcanzarle los leños a Savioli, para abastecer la caldera de los tractores con que se impulsaba a los generadores, intentó trasponer la barrera de uniformes. Lo logró a un duro costo: un fustazo fue el precio de su osadía. Fue un policía de apellido Blanco, recuerda José De Dino llevando su mano a la mejilla.

Pausado, chispeante, el relato de don José se engalana con múltiples anécdotas de aquellas jornadas fragorosas  en que  comenzaba a fraguarse el mito de la usina de las trilladoras.

José De Dino subió las escaleras de la planta alta de la biblioteca Domingo Gentili con la misma agilidad con que hasta hace poco trepaba a los andamios de las obras en construcción que fiscalizaba como titular de una empresa que ha realizado muchos de los edificios importantes de la ciudad.

Su visita impuso una pausa brillante y atractiva en una mañana de hace pocas semanas. Un auditorio atento se deleitó con las andanzas del niño que viniera desde Naicó a estudiar al Colegio Domingo Savio gracias a la obstinación de sus padres.

En la aldea que amanecía José desarrolló todos los oficios y la de acarreador de leña para la usina popular fue uno de ellos.

Luego cuidaría los dos caballos, un tordillo y un alazán que el gobernador Miguel Duval le confiaba por su eficiencia. Tras recibirse orientó sus inquietudes a la elaboración de cálculos matemáticos para grandes obras a la par que formaba parte de varias iniciativas públicas, tales como la constitución del Banco de La Pampa.

El hijo de Duval, que años más tarde falleciera en un accidente de aviación, fue su amigo y protector, lo que le permitió aliviar los trajines de jornadas agotadoras de trabajo y estudios y la lejanía de sus padres en Naicó.

La tarde del fustazo transcurría en el marco a un virtual estado de sitio declarado por Pérez Virasoro y ejecutado por el subcomisario Thompsen. Los alrededores del taller de Savioli eran un hervidero. Los vecinos iban y venían, como los rumores, las ansiedades o las amenazas.

Junto a las máquinas los Figueroa, los Rodríguez, los Peyregne, los Savioli y tantos otros, luchaban contra el tiempo para encender la llama de la solidaridad.

Don José ignoraba que la tarea de arrimar leña lo ubicaría en el centro de uno de los episodios más significativos del siglo convirtiéndolo en protagonista de una gesta que el imaginario popular va transformando en leyenda.

Ahora, con la sabiduría de toda una vida y la perspectiva que dan los años, percibe que la enorme trascendencia que encierra un simple ademán hacia la caldera de vetustos tractores.

La gesta de la luz triunfó y aquella noche del primero de octubre fue una fiesta. Esa añoranza ilumina el rostro del hombre que dentro de unos días, el 20 de julio, cumplirá ochenta años.

No se nos ocurre mejor manera que saludarlo con estas líneas, una especie de caricia en la mejilla como para reparar dolores de tiempos en que la solidaridad se abría paso entre la intolerancia.

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