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Breve reseña biográfica de Juan R. Wilcock

Cuando se habla de literatura argentina, las opiniones que podemos recabar son, obviamente, múltiples y por demás diversas. A la ya consabida discusión (que yo mismo he tenido, en cuanto a lo que significa ser escritor pampeano) sobre si el escritor argentino tiene la obligación o no, por ser argentino, de hablar de ciertos temas, se suma que los gustos, las miradas, las preferencias, la época, las circunstancias, y tantos otros factores, hacen que las resonancias varíen para cada persona. Poéticos, costumbristas, líricos, periodísticos, cuentistas, ensayistas, etcétera, resultaría una tarea infructuosa, por lo eterna, el buscar consenso sobre los máximos exponentes de nuestras letras. Es que “hay tantas ideas de Dios, como hombres que lo piensan”, como reza la frase; máxima que tranquilamente puede aplicarse a este debate.

En el ámbito específico de la literatura fantástica argentina hay, quizás, una idea un tanto más unificada. El género, por un lado, no ha tenido tantos cultores, y, por el otro, estos pocos cultores han sido magníficos y concentran gran parte de la atención. De ahí que, cuando se habla de lo fantástico en nuestras letras, las elecciones decantan, casi con exclusividad, en dos nombres bien conocidos: Jorge L. Borges y Adolfo Bioy Casares. Pero hay, sin embargo, un tercer hombre cuya literatura gravita a la misma altura, y que vale la pena rescatar de las sombras.  

Sus inicios y autoexilio

Juan Rodolfo Wilcock nace en Buenos Aires, el 17 de abril de 1919; de padre inglés y madre ítalo-argentina, Juan estudia Ingeniería Civil en la Universidad de Buenos Aires, profesión que más tarde ejerce cuando se une al equipo que por entonces lleva adelante el proyecto de construcción del ferrocarril trasandino, y razón por la cual termina residiendo un buen tiempo en la provincia de Mendoza. En el año 1945 el joven ingeniero renuncia a su trabajo en los Ferrocarriles del Estado para dedicarse de lleno a lo que siente como su gran pasión: la literatura. Ya Wilcock no es un novicio ni un desconocido, sino que cuenta en su haber con un libro de poesías (Libro de poemas y canciones, obra que fuera 1° premio de la Sociedad Argentina de Escritores) y dirige la revista literaria “Verde memoria”.

A partir de esta decisión radical, en los años siguientes el escritor despliega del todo sus alas artísticas; funda y dirige la revista literaria Disco, edita un par de libros más, realiza colaboraciones con diferentes revistas y periódicos, así como también (dado que era políglota) traducciones varias. Dato histórico no menor es que Wilcock es contemporáneo de esas dos enormes figuras literarias mencionadas —Borges y Bioy Casares—, a quienes conoce a través de su amistad con Silvina Ocampo, allá por el año 1941, y entabla una profunda relación también con ellos. Con Bioy y con Ocampo el escritor realiza su primer viaje —el primero de varios— a Italia, en 1951, travesía que supone la semilla de una idea que cristalizaría un tiempo más adelante. Así, en 1957 el escritor se queda sin trabajo lo que, sumado a su postura crítica tanto sobre la política (su conocido “antiperonismo”) como sobre el círculo literario argentino, le provoca una profunda decepción. Decide entonces repetir el viaje a Italia, pero esta vez para no volver nunca más. Antes de irse, el escritor retira de las librerías todos sus ejemplares en venta; no busca con esto sino la distancia y el olvido con una Argentina en la que se siente ajeno.      

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Wilcock a la derecha. Bioy Casares a la izquierda.

Ya en Italia —previa y breve estadía en Londres—, en esa especie de autoexilio, Wilcock halla nuevo aire, cobra otro impulso y otra libertad artística; en el nuevo camino que ha tomado siente un renacer, y eso lo expresa como mejor sabe hacerlo: con su arte.

Un escritor sin límites

Desde su radicación en Italia, hasta su fallecimiento en esas tierras, en 1978, Wilcock rehace algunas de sus obras “argentinas” y crea gran cantidad de otras, con la particularidad de que ahora ya escribe directamente en italiano. Son años de enorme tarea creativa, donde además entabla amistad con intelectuales y artistas locales y publica artículos en los principales diarios y revistas italianas de la época, siempre llevando adelante, en base a su mente inquieta y a su brújula artística, la silenciosa bandera de la vanguardia. Esta es una idea clave para entender su producción y su estilo, ya que para él, la vanguardia no se trataba de destruir lo viejo para edificar lo nuevo, sino de “descomponer y recomponer” la visión sobre el mundo, es decir, que el arte otorgue una nueva mirada, que sirva para hacer de la sociedad algo mejor. Esa es para él la verdadera vanguardia que se debe enarbolar, y lo reafirmará cada vez que tome la pluma.

Al principio mencioné la vieja discusión sobre qué se espera o bajo qué perfiles se clasifica a un escritor argentino. En ese marco, la literatura de Wilcock evade los parámetros de una posible clasificación, al punto de que ni siquiera podemos hablar de parámetros argentinos, sino ya de literatura universal. Escribe en verso como en prosa, ya en español como en italiano; traduce obras a otros idiomas, hace críticas y reseñas, escribe novelas, relatos breves, pero en ningún momento se asume o se detiene en su grandeza. Su literatura es una pasión que en todo momento supone más una búsqueda, que imponer la visión desde un lugar conquistado. Dueño de una excentricidad única, es conocido, por ejemplo, que en su tarea de crítico literario, en ocasiones publicaba artículos firmados con seudónimo, para luego él mismo polemizar sobre ellos en otros que sí llevaban su firma.

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En Mar del Plata, invitado a veranear por Silvina Ocampo  (1943).

Cuando uno lee algo de su vasta producción, se da con que las letras de Wilcock no tienen aroma a las calles de Buenos Aires ni a las de Lubriano —donde vivía, en Italia— , sino que huelen a Wilcock, a su originalidad. No se parece a nada, no hay referencia; uno no puede acertar a decir si estamos ante un escritor argentino o italiano o de qué nacionalidad. Lo leemos y lo otro ni importa en su literatura. Sus creaciones nos hacen entrar de lleno en un mundo fantástico y absurdo en muchas ocasiones, con una naturalidad propia de los grandes y sin detenerse a dar muchas explicaciones sobre el panorama extraordinario que nos presenta en sus relatos, como si la posibilidad de lo diferente viviera en los intersticios de la vida, y él no hiciera más que una crónica de lo que allí encuentra.

Uno de sus libros de relatos breves, El caos (1974), parece presagiar aquel lugar donde el escritor se siente más cómodo, a donde nos lleva y desde donde encuentra terreno fértil para su creatividad. Lo absurdo, lo monstruoso, lo fantástico, lo caótico, lo grotesco, son los escenarios simbólicos donde Wilcock nos sitúa, con destreza y naturalidad asombrosa, pero muchas veces para hablarnos de lo humano. Baste, apenas como breve ejemplo de lo dicho, un fragmento de uno de esos breves relatos descriptivos que pertenecen a su última entrega en vida El libro de los monstruos (1978), titulado Anastomos:

"Es muy raro, por no decir imposible, que los hombres se pongan de acuerdo en cuestiones de belleza, y sin embargo todos están de acuerdo en reconocer que Anastomos es bellísimo. Está todo hecho de espejos o, para ser precisos, todo recubierto de espejitos, más pequeños en el rostro, más anchos en la espalda y en el pecho. También los ojos son espejos, gruesos espejitos móviles y azules en los cuales nos vemos reflejados sobre un fondo turquesa como en un cielo feliz, como en aguas irresistibles. A la luz del sol, en la playa, es una aparición tan deslumbrante que la gente se queda con la boca abierta y no se atreve a acercarse (…)”

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Tapa de "El caos", que en 2024 cumplió 50 años de su edición en Argentina.

El subversivo semántico

“Wilcock disfruta arruinando todo” dice uno de sus editores italianos, Edoardo Camurri, con total y sentida certeza por las propuestas estéticas y filosóficas del escritor, quien efectivamente encuentra su “comodidad artística” en la incómoda tarea de subvertir el orden de todo lo que toca con su arte. Libros como El caos  —que en 2024 cumplió 50 años de su edición en Argentina—, el mencionado Libro de los monstruos, o La sinagoga de los iconoclastas, son ejemplos inconfundibles de ese sentir; en ellos, el Monstruo, figura tan cara a su praxis literaria, es su denominador común. Porque es el monstruo el que rompe lo homogéneo, el que ya con su sola presencia disloca la noción de lo que se ha impuesto como natural, es lo que incomoda, el que cuestiona el orden de lo establecido; y aterra, a veces, porque en el brillo de sus ojos nos vemos reflejados nosotros mismos. No en vano, en su Libro de los monstruos, ese compendio cuasi biográfico de seres imaginarios, deja el último lugar para el Hombre: “En él, la naturaleza ha querido refutar, al menos una vez, la irrefutable, casi lastimosa fealdad de la desnudez humana”.

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Junto a Silvina Ocampo.

Fin y reencuentro

En marzo del año 1978, en la sencillez de su residencia en Lubriano (Viterbo, Italia), mientras traduce un libro sobre enfermedades cardíacas, irónicamente, Wilcock fallece de un síncope. Como sucede a menudo con todo artista, la desaparición física es suplida por la corporización artística y, en el caso de Wilcock, a su vastísima obra se suma lo intrincado de su originalidad, de su costumbre de estar fuera de toda clasificación y de todo posible lugar común. Reencontrarlo en su obra puede suponer un divertido laberinto. El suyo fue un camino, como se dijo en anteriores líneas, de búsqueda más que de certezas, de preocupaciones filosófico-artísticas más que de la posesión de una verdad. Lejos de la “vida horrible del escritor famoso” (como él mismo la clasificaba), Wilcock desdeñó todo reconocimiento, marchando imperturbable hacia aquellos mundos que veía en el horizonte, aunque el precio de llegar a ellos fuera por la senda del voluntario olvido. 


Retrato Alberto Di Francisco 

*Alberto Di Francisco es ilustrador, escritor e integrante del equipo de Prensa de la CPE.
En 2022 publicó el libro de relatos breves "Los juegos".

Nota: Las imágenes que acompañan este artículo fueron extractadas de diferentes sitios de internet.